Historias de familia

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Cora y Leopoldo esperan impacientemente fuera del local.

- No se si Regina será capaz de hacerlo.

- Es mi hija. Si sabe lo que le conbiene hará lo que yo le diga.

Una terrible escandalera hace temblar los cimientos del local.

Segundos después aparece una demacrada Regina, con las manos llenas de sangre.

Cora corre hacia su hija.

- ¿Has hecho lo que te pedí?

Sin mediar palabra, la reina entrega el corazón de Spencer a su madre.

- ¿Porque estás manchada de sangre?

- Forcejeamos. Mi magia no fue suficiente para derrotarlo de una sola vez. Tuve que hacerlo a la forma tradicional.

Aunque Leopoldo trata de mostrarse entero ante la macabra imagen de su esposa, si sigue así no podrá aguantar mucho más antes de vomitar hasta la primera papilla.

- Bueno, pues si ya está todo hecho, regresemos a la mansión.

Ambos empiezan a caminar en dirección a la casa de Regina, pero esta no inicia la marcha.

- ¿Cuando ibais a contarme que estuvisteis prometidos?

La voz espeluznante e hiriente de la alcaldesa, junto con su aspecto (pelo greñudo, ropas a medio destrozar, sangre por todos lados, la cara hinchada y enrojecida con churretes de maquillaje corrido por todos lados), le confieren un aspecto fantasmal, terrorífico, despreciable.

Los aludidos giran en redondo, sorprendidos por tan grave afirmación.

Leopoldo es el primero en hablar.

- Regina, hay cosas que es mejor dejarlas como están. Removerlas sólo nos haría más daño.

- ¿Daño a quien? Podrías ser mi padre.

Esa terrible afirmación la avergüenza tanto que es incapaz de mantenerle la mirada.

Cora, haciendo acoplo de coraje, vuelve hasta su hija y la abraza por detrás instandola a andar.

- Pero no lo es. Tu padre es Henry. Puedo asegurartelo. Nuestra relación terminó mucho antes de que conociese a tu padre.

Iba a replicar, pero se siente tan sucia, cansada y confusa, que decide postergar la conversación para otro momento.

*************************

Una vez en la mansión, Regina sube a ducharse y cambiarse de ropa.

Cora y Leopoldo recuperan sus atuendos originales.

- Deberíamos hablar con Regina.

Se sientan en la biblioteca, frente al fuego, que se enciende automáticamente nada más ingresar la pareja en la habitación.

- Ella no lo entenderá. Cree en el amor verdadero y en todas esas paparruchas. Nunca comprenderá que las cosas entre nosotros terminaron hace tiempo.

- Es verdad. Nunca imaginé cuando conocí el nombre de la salvadora de mi hija, que fuese vuestra, sabia Cora.

Cora lo sabía perfectamente. Todo lo que paso, incluyendo la muerte de Eva fue culpa suya, pero hay cosas que es mejor no saber.

Por la seguridad de todos.

- De todas formas no os preocupéis, Majestad. Hablaré con ella.

Pero Leopoldo ya había aparcado ese tema.

- Fueron tiempos difíciles. Hicimos cosas que la mayoría de gente no entendería

- Hicimos lo correcto por el bien del Reino.

- Por supuesto. Esa familia era el germen de la desgracia. Había que atajarlo.

- Si no hubiese sido por aquel impresentable, ahora...

- Ahora...

Se pierden uno en la mirada del otro unos segundos.

Hasta que alguien interrumpe.

- Majestad, ¿dais permiso?

- Adelante, Shayna. ¿Hiciste lo que te pedí?

- Si, el Rey Jorge está muerto. Le dispare una flecha delante de la reina, como ordenasteis.

Cora disimula su sorpresa. Por primera vez Leopoldo se le ha adelantado.

- Bien hecho. ¿Has dejado algo que la evidencie?

- Su chaqueta, Majestad. La dejó olvidada en una mesa.

- Correcto entonces. Puedes retirarte.

- Si, señor.

Shayna va a salir por la puerta, pero se detiene en el umbral.

- Alteza, ¿puedo sugerir algo?

Con su habitual temple y afabilidad, el aludido le concede su permiso asintiendo con la cabeza.

- Cuando se descubra quien ha sido el causante de la muerte del Rey, intentarán atentar contra la reina. Creo que seria prudente encomendarme como su guardia personal hasta que eso pase.

Leopoldo duda unos momentos. Sidney era su guardia personal y le costó la vida.

Si Regina muriese por causa de alguno de sus súbditos, tendría carta blanca para someterlos sin piedad.

Sin embargo, es la hija de Cora, y ella no se merece una traición así. Menos después de devolverle a la vida.

- De acuerdo, Shayna. Tienes razón. Siempre que no descuides mis necesidades, te permito que seas el guardia personal de la reina Regina y respondas por ella con tu vida. Sin embargo, recuerda que ante todo, eres mi mano derecha. Que no se te  olvide.

- De acuerdo. Con su permiso, iré a montar guardia frente a la puerta de los aposentos de la reina.

- Vete

Mientras Shayna desaparece en la oscuridad de la escalera, Cora agradece a su compañero la atención por su hija.

- Muchas gracias por preocuparos tanto de Regina. Me quedo muy tranquila sabiendo que la dejé en buenas manos.

- En las mejores, querida Cora.

El hombre se levanta y va hacia un pequeño servicio con botellas de cristal y dos o tres copas, que Regina conserva en una mesita auxiliar junto a la puerta de la biblioteca.

- ¿Os apetece celebrarlo?

- Por supuesto que si. Brindemos por los tiempos de bonanza que se avecinan

- Brindemos.

Chocan las copas y comienzan a charlar amigablemente sobre temas banales mientras da buena cuenta de una de las botellas de licor de la alcaldesa.

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora