El alba vuelve a despuntar.
Regina está en su cama, con las manos cruzadas tras la cabeza y observando el techo.Ahora que su cara carece de maquillaje, parece más mayor y cansada de lo que en realidad es.
Pero es el precio que hay que pagar por estar siempre "perfecta".
Cuando la máscara desaparece, la coraza se esfuma y sólo queda la persona.
Y sin su armadura no es más que una mujer normal.
No infunde temor, ni exhala sensualidad.
Ni siquiera la reconocerian por la calle.
Eso, unido a que se siente terriblemente insegura y sola, da como resultado a una ex-reina malvada derrotada y deprimida, sin fuerzas para salir de la cama.
Además, el día ha amanecido nublado.
Lo sabe porque de lo contrario, a estas horas, los rayos de sol traspasarian las cortinas y se reflejarian en el plafón del techo.
Los días oscuros solían gustarle. Le recuerdan a la primera mañana que pasó en Storybrooke.
Casi siempre había amanecido nublado desde entonces.
A veces se pregunta si es capaz de manejar el tiempo a su antojo.
Se escucha a Leopoldo toser como si estuviese a punto de expulsar los pulmones por la boca.
"¡Qué asqueroso!"
Los ruidos cesan. Eso significa que tiene media hora antes de que ese ser tan repugnante se arregle y baje a la cocina.
La de veces que ha corrido desesperada para desayunar antes que su esposo y evitar que se encontraran.
Una vez quiso esperar a que el hubiese terminado para bajar, pero cuando lo hizo los sirvientes ya habían cerrado la cocina.
Por suerte ahora no hay cocineros.
Aún así, desayunará antes. Seguro que si permanece rezagada su madre sube a buscarla.
A lo mejor sigue dormida.
Sin embargo, no quiere tentar a la suerte, por lo que se coloca una bata blanca de toalla y baja en pijama a la cocina.
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Una vez en el rellano de la parte baja de las escaleras, observa, todavía bastante soñolienta, por un segundo el gran basurero en el que se ha convertido su apreciada mansión.
Guirnaldas y bandas con mensajes de "Bienvenidos" "¡Viva la familia Real!" y todas esas paparruchas, se esparcen por toda la planta baja, excepto la cocina.
La manteleria de las mesas a medio poner bajo vasos que permanecen en posiciones imposibles , platos de canapés vacíos y botellas a medio terminar,
ha perdido su color bajo manchas de distintos líquidos y comidas.Hay suciedad mire hacia donde mire.
"Está hecho un desastre. Con lo majestuosa que fue un día esta casa"
Y es verdad. Regina puede tener muchos defectos, pero la falta de limpieza y el desorden no son dos de ellos.
Desde que se mudó a Storybrooke tiene contratada a una mujer que limpia a fondo la mansión una vez al mes y se encarga de mantenerlo todo en orden el resto del tiempo.
La disciplina, la limpieza y el orden son los pilares básicos del éxito, solía repetir su madre con frecuencia.
Y lo cierto es que por una vez, tenía razón.
"Hoy tocará una gran limpieza a fondo", se dice a sí misma con desagrado.
Entra en la cocina; extrañamente todo sigue intacto.
"Seguro que no entró nadie por miedo a que se contagiaran las ganas de trabajar. Plebeyos gandules."
Se dirige hacia su super cafetera de doce tazas.
No tenía pensado comprar una de tanta capacidad de almacenaje, pero cuando quiso darse cuenta la antigua se había despedido de este mundo para siempre y la única que tenía Mocoso en la tienda era esa.
"Esos enanos nunca superarán su complejo. Por eso lo compran todo tan grande"
Varias veces había pensado en buscar una más pequeña para ella, ya que Henry no bebe mucho café, pero no sabría cual elegir y siempre se ponía la excusa de estar muy ocupada.
En el fondo sabía que estaba haciendo mal, pero, ¡qué demonios!
Había pasado toda su vida en un Palacio y los sirvientes se encargaban de esas nimiedades, no ella.
Sólo faltaba.
Abre la cafetera y aún queda algo de café.
Lo justo para una persona.
Sin pensarlo dos veces, lo calienta en el microondas.
Se sienta en la mesa, y tratando de mantener los ojos abiertos, empieza a degustar el café con tranquilidad.
Como si hubiera un ángel negro de la guarda esperando para fastidiarla en cuanto tuviese ocasión, se escuchan los pesados pasos de los tacones de Cora, amortiguados por la moqueta que habían puesto en la escalera con motivo de la fiesta.
La mujer ingresa en la cocina muy altiva y orgullosa, pero Regina no se inmuta.
Está decidida a disfrutar del café.
- Buenos días, Regina.
No obtiene contestación.
Seguro que está molesta por la discusión que tuvieron ayer.
Siempre ha sido muy peliculera. Le encanta el drama.
Se acerca a la cafetera. Vacía.
Importunada por la falta de consideración de su hija, Cora pone los brazos en jarras con intención de reprenderle.
- Podrías haber dejado algo para los demás. A veces me pregunto si realmente piensas lo que haces.
Como si quisiese desafiarla, pero no se atraviese, la alcaldesa da otro sorbo a su café.
Irritada, Cora empieza a rebuscar entre los cajones y armarios de la cocina.
Seguro que hay algo que pueda desayunar.
Encuentra un vaso de café para llevar precintado.
Café expresso con lágrimas de leche, reza el letrero impreso en el envase.
Lo abre frente a su hija.
- Espero que no haya que lamentar nada.
"No caerá esa breva", piensa con una ladina sonrisa dibujada en sus labios.
La hechicera prueba el brebaje y espera unos segundos.
No se ha envenenado.
- Tienes suerte de que esta mañana me he levantado de buen humor. Sino ya estarías preparando café.
- Si os desobedezco, sólo tenéis que matarme, ¿no? Ni siquiera os temblaria el pulso.
- Regina, no creas...
Se interrumpe a si misma y vuelve a su café.
Leopoldo baja las escaleras.
Lo último que ha de ver, es que ellas están enfrentadas.
Tarda unos cinco minutos en ingresar a la cocina junto con su amada y su suegra.
Con su típica expresión caballerosa y afable, da los buenos días a las mujeres de la casa.
- Buenos días, mis señoras.
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El Retorno de Cora.
Fanfiction¿Qué ocurriría si Cora Mills, madre de Regina, descubriese la forma de volver atrás en el tiempo justo hasta el momento en que llega por primera vez a Storybrooke? Tras instaurarse de nuevo la monarquía de la Reina Regina, todos los habitantes del B...