Tengo un hijo

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Son las nueve y media y Regina no ha regresado a casa todavía.

Cora está inmersa en una lectura en la biblioteca, esperando el sonido de las llaves para abalanzarse sobre la puerta e interceptar a su hija antes de que lo haga el inconsciente de Leopoldo.

Siempre ha sido un hombre muy sensato y frío para todas las cuestiones, pero los celos enfermizos que ha desarrollado hacia su hija pequeña, lo hacen capaz de cualquier cosa.

El Rey espera en la cocina, con un café en mano y con el trasero recostado sobre la mesa, vigilando la entrada principal.

El Mercedes de Regina enfila la avenida de la mansión.

El motor no hace prácticamente ruido y no supera los veinte km/h, pero tiene la impresión de que circula con un monster truck de trece metros de altura que lleva un panel de estadio LED con letras de colores intermitentes que anuncian a bombo y platillo que la hija pródiga ha vuelto a casa.

Aparca el coche a unos metros de la cancela.

Antes de salir se recompone el maquillaje frente al espejo del quitasol del asiento del copiloto. O al menos lo intenta, porque esas manchas de rimel corrido y los ojos oscuros e hinchados de llorar... Eso no hay quien lo arregle.

Abre la puerta del coche y saca las piernas hacia fuera para tener mayor movilidad.

Se quita el tacón que todavía no se ha roto y lo parte en dos contra la goma del travesaño inferior, donde Henry tenía la mala costumbre de apoyar los pies antes de apearse del coche.

Tuvo que cambiar las gomas un par de veces porque son el tope inferior de las puertas, y con el maltrato que sufrían por parte del niño, llegaba un momento en que la puerta cerraba por arriba y se tambaleaba por debajo.

Una vez fuera del coche, coge su bolso, lo sacude, pone la alarma de seguridad del automóvil y se adecenta un poco el vestido, haciendo un nudo imposible con el tirante de su sostén para no dar lugar a pensamientos erróneos.

Mientras recorre los escasos diez metros que separan el Mercedes de la mansión Mills, Regina medita seriamente cuál será su excusa e intenta imaginar el devenir de su discusión con Leopoldo y Cora, para anticiparse a los posibles cambios de rumbo de la conversación.

Se para a unos pasos de los arbustos que coronan su flamante mansión.

Ha de estar muy tranquila para que su madre no se de cuenta de que esconde algo.

Tarda unos segundos, pero al final logra cerrar los ojos y centrar toda su atención en la refrescante brisa de comienzos del verano que impregna las noches en Storybrooke.

La calle Mifflin, donde se encuentra ahora mismo, está completamente desierta.

Se oye la circulación de los coches de fondo.

Es una suave melodía cuyo ritmo va en descenso hasta desaparecer como si de una extraña canción de cuna se tratase.

Muchas noches se ha dormido con la ventana abierta, escuchando la atrayente composición.

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Mete la llave en la cerradura, pero antes de hacerla funcionar, la puerta se abre sola.

- Buenas noches, Regina.

El autoritario y recriminatorio gesto de su madre la asusta sobre manera.

Intenta esconder su turbación, pero Cora siempre la descubre.

- Hola, Madre

Llega Leopoldo, más molesto por no haber adelantado a Cora que por la tardanza de su esposa

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora