Feliz y doloroso reencuentro

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Todos los intentos de Regina por oponer resistencia son en vano.

El hombre que la arrastra por un ramal del callejón es más fuerte que ella.

En su mente repiquetea con saña una frase que por desgracia se ha instalado en su vida desde la llegada de Leopoldo.

"Otra vez no"

Aunque en este caso la oración tiene unos tintes más tristes y desesperanzados por una razón muy sencilla: No es el sinvergüenza de su esposo quien la retiene contra su voluntad.

Es alguien mucho peor.

Una persona a la que quiso con toda su alma hasta que enloqueció y se vio obligada a hacerlo desaparecer.

Daniel

- ¡Deja de moverte!

Llegan al final del pasadizo.

No hay más salida que el camino por el que han venido.

Los ladrillos de las paredes parecen estar quemados por el paso del tiempo y algún pequeño incendio sin importancia.

El hollín los tiñe de un color gris oscuro.

Daniel suelta a Regina, que abofetea instintivamente la cara del hombre.

El impacto le hace girar la cara bruscamente, pero no se queja.

- Supongo que me lo merecía.

La alcaldesa siente como su mano arde de igual forma que si sostuviese un puñado de ascuas recogidas directamente de una fogata en pleno apogeo.

Dolida y avergonzada, el primer pensamiento de la mujer la lleva a intentar huir, pero a medio camino se detiene al reparar en que su secuestrador no iba tras ella.

Conmocionada, vuelve sobre sus pasos.

Aunque no tiene un espejo en el que admirarse, sabe que su aspecto ha de ser de lo más patético y deprimente.

Y tiene razón.

El cabello está completamente despeinado, la cara enrojecida e hinchada, un tirante roto de su sostén cae desgarbadamente sobre su homóplato derecho...

Todo ello sin contar el vestido color hueso sucio por el hollín de las manos de su secuestrador y la extravagante cogera que le provoca el tacón roto.

Se asoma tímidamente al rincón del que acaba de huir.

Lo analiza detenidamente y se da cuenta de que todos sus temores son infundados.

Este no es el lugar propio de un loco asesino.

Lonas de un color indeterminado cuelgan hechas prácticamente girones de las paredes que rodean el pequeño refugio, que carece de techo.

Una de las paredes, concretamente la situada justo enfrente de ella, no tiene muro sino un gran portón de madera de dos o tres metros de altura.

"Seguro que por allí escapaban los ladrones de comida de la Abuelita"

Los Ladrones de Comida de la Abuelita, fueron un grupo de niños del orfanato regentado por la Madre Superiora que se dedicaron a robar alimentos y causar destrozos de todo tipo en el establecimiento de la Señora Lucas cuando Henry tenía seis o siete años.

En un principio todas las pruebas apuntaban a un grupo de forasteros que habían entrado ilegalmente en la ciudad y reunían comida para vivir en la Granja del Viejo Ike, situada a unos dos kilómetros en dirección oeste de la casa ocupada por Zelena.

Sin embargo, esa teoría era de todo punto errónea.

Regina sabía por qué.

Pero le costó mucho convencer a Graham para que cambiase el rumbo de la investigación.

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora