11. Intensidad.

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Hola, aquí nueva entrega de esta tanda de escritos basada en una canción. Esperamos que les guste tanto como a nosotros.

Título: Intensidad.
Autor: cherrysteria
Categoría: Romance.
Advertencia: Escenas provocativas.
Tema: Basado en la canción Love me harder de Ariana Grande.
Cantidad de palabras: 1109.

—Moodboard por ssunisshining

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—Moodboard por ssunisshining

[...]

No, Marlon no tiene la razón.

En mi vida hubo una serie de eventos que siempre terminaron mal, como lo fue lo único que me conecta con este hombre moreno: mi primera novia.

Aquello fue un sube y baja de emociones malas, lo único bueno que saqué de eso en mis días de secundaria, fue la maravillosa conexión que ahora Astro nos dio a Marlon y a mí.

En resumen, Astro es el emperador de Japón, y yo, uno de sus mejores amigos al igual que Marlon.

Dirán, ¿qué tipo de persona se hace amigo del ex, de su ex? –obviando, claro, el dato anterior de semejante amistad– . Pues responderé que a fin de cuentas, Marlon no es tan malo, de hecho nunca lo fue.

Pero lo que me plantea ahora mismo, mientras abandonamos el templo en su moto por una misión específica en nombre de nuestro emperador, sí que me enfadó.

—No creo sea de tu incumbencia. —digo en una luz roja, a lo que el moreno de rastas rió tan sonoramente que casi me revienta los oídos.

—¿Es que ya tienes novia entonces, Double D? —burla, mofa, con un toque de sarcasmo. Ah, también fraternidad que casi pasa desapercibido.

Yo sonrío de lado, haciendo atrás mi cabello  largo y manejable. Si Marlon, Astro, o cualquiera de nuestro grupo se entera de mis secretos amorosos, seré el centro de atención, aún más que la noticia del Emperador saliendo del closet.

—Si tuviese novia, ¿crees que lo negaría?

Denme un Oscar, esa frase me consiguió callar al treintón.

(…)

Un trago de Jack Daniel’s salvó mi seca garganta, pues frente a mis ojos estaba mi maravilla del mundo, bajo docenas de agrias miradas.

Tan preciosa, alzando sus increíbles piernas en una enorme copa con una mezcla de jugos y licores, al ritmo de alguna canción de Burlesque, tentando la suerte de mantener su cuerpo intacto con semejante intención de atraer la atención a la carne que no deja a imaginación.

Kattia, la rusa de exhibición en Las Vegas.

Siempre que tengo un espacio libre en mi gruesa agenda, me paso una semana aquí, en un departamento dos ambientes, con ella.

Su cabello es profundamente negro, sus ojos brillantes y azules, su cuerpo, con tantas curvas como para hacerle honor a su madre colombiana –de la que me habló una vez– y un rostro tan precioso que hace frente a la familia de su padre convicto.

Karia, es mi mujer. Por decisión suya, como mujer siete años mayor hecha y derecha, disfrutamos de una interesante relación a escondidas, yo de mis actividades japonesas a pesar de ser puramente coreano, y ella de permanecer como la deseable e inalcanzable próxima Dita Von Teese de la que se dice terminará con un Marilyn Manson o Jared Leto.

¿Qué tal? Acaba con un coreano de entrenamiento samurái.

Al acabar la música hace su cabeza atrás, luego al frente, para dedicarme un lindo meneo de hombros.

Mi sonrisa parece ya darle la idea de qué quiero que haga, porque saca sus preciosos labios gordos en una especie de berrinche. Terminé el ron y le indiqué con un apunte de cabeza, ya estaba loco por salir de ahí.

Esperé varios minutos con un cigarrillo en la entrada, frente al auto de un conocido que casi siempre tomo prestado; hasta que mi preciosa mujer salió para saltar a mis brazos.

—¡Daeh! ¡Te extrañé! ¿Por qué no me dijiste que vendrías hoy? —cuestiona, volviendo a sus pies y acariciando los bordes de mi abrigo.

Fue inevitable no tomar uno de sus mechones y jugar con él, siempre me roba el aire.

—Quería sorprenderte. —respondo sin más, no había misterio en el asunto. Mucho menos cuando hoy mis planes estaban cargados de sorpresas.

Solo los lunes de temporadas bajas puedo sacarla del trabajo a cenar y demás, cosa que haré ahora mismo.

Después de obligarme a llevarla a darse un baño, estuvimos a nada de llegar a un restaurante que sencillamente no tenía estrellas michelines pero, se veía acogedor y eso era más que suficiente.

Pasamos la noche hablando, extrañamente, del pasado.

Como nos conocimos hace cuatro años, cuando ella tenía treinta y seis y yo veintinueve. Le pedí su número en aquel bar y por casualidad únicamente decidió enviarme para pactar una reunión.

Reunión que se pospuso, y se pospuso, una tras otra. La primera mitad del año la vivimos por textos y llamadas.

Luego, hablamos de nuestros trabajos, pros y contras.
¿Por qué bares?
“Me gusta llamar la atención”.
¿Por qué Japón, y no Corea?
“Mi familia escapó”.
¿Te sabes defender?
“Tengo mano dura, ¿Y tú?”
¿Eres samurái o solo luchador?
“Un poco de ambos”.

Las cosas mutaron y terminaron en conversaciones idiotas, que me enamoraron. Ella es una mujer mayor que yo, con pensamientos sencillamente más maduros que el mío; y henos aquí de vuelta, bebiendo Smirnoff en la entrada de la habitación.

Había un ambiente de unión que no estuvo la primera vez en ese lugar, tan cálido, que deja en pena aquella noche de sexo desenfrenado.

Una luna noble que se avergüenza de mis besos en su espalda, una lámpara de luz sutil y amarilla que me deja ver sus pecas.

Sus manos traviesas al son de sus mejores murmullos pícaros, y mis gruesas, astilladas manos, en su cintura, la curva más fina de toda su gran masa.

Huele a licor, con un toque de limón dulce. Puedo adivinar que esa era la mezcla de la noche en su show.

Ella ama lo que hace, yo amo cómo adora lo que la deshace.

En silencio, pulcro, deslicé la manga derecha. Y en una comedia romántica la dejé en ropa íntima color cereza. Encajes ideales, mí corbata de juguete, y ahora sus labios son mi fuente.

La razón de esta visita pica por salir de mi garganta, pero la sensación de destruir la situación era mucho más fuerte, mucho peor.

Es su boca la que tocando mi quijada me da calma, derritiéndome con sus palabras.

—Siento como si nunca te dejara de amar.

Quedé paralizado por sus ojos declarando un amor profundo, rindiendo culto a nuestro precioso romance indecoroso.

Tal vez, debí escuchar a Marlon más atentamente antes. No debí juzgarlo por lo que una vez fue parte quitándome la primera que amé, porque a fin de cuentas me dio una muy buena lección sin darse cuenta.

“Los chistes siempre tienen una gran realidad detrás”.

—Vive conmigo en Japón, Karia.

Y ahora que lo pienso, ella y yo compartimos la misma definición de amor. La necesito, la amo, me necesita, me ama, nos deseamos y tomamos, nos divertimos y entregamos. ¿Qué más puedo pedir, si ya me dio un sí?

Los Talentos De StrawBayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora