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PROBLEMAS EN LA VIA

HANNAH


Viajé a Stanford luego de unas cuantas semanas en Nueva York. Quería un respiro. Pero, creo que más bien Haru lo necesitaba.

A mi regreso, las tareas en la firma se duplicaron. No sé si fue porque, según Adam, el sujeto que me reemplazó no tenía idea de donde estaba parado o porque los abogados del estudio jurídico no sabían decir que no. Estábamos con sobrecarga. Apenas podía ir a mis cursos de la universidad. En realidad, apenas podía vivir. Mi cuerpo era más café que agua. Más sueño que ganas de vivir.

Salí de la oficina a las seis con cinco minutos para ser exacta y, para serlo aún más, con un café expreso en la mano. Había faltado a mi clase de derecho internacional público por estar atendiendo la fila interminable de clientes que Adam tenía al otro lado de la puerta mientras que él estaba en reuniones de coordinación.

¿Tienes días en los que sientes que una nube negra anda sobre ti? Vale, yo estaba así desde hace días. Sí, días. Lo comprobé cuando un carro pasó demasiado cerca de la acera y me roció con el agua que cubría las calles por la lluvia que había caído en la mañana. Fue como la segunda ducha del día, pero esta no me dejó con un aroma agradable. El agua entró por mis tacones negros, asi es que el desastre ya no estaba solo en mi cabello desmarañado, también lo estaba en mis pies. Cada vez que caminaba se sentía un ruido como el de un niño que mastica goma de mascar.

Un auto gris oscuro metalizado aparcó a un costado. Seguí avanzando con el maletín negro a punto de caerse de mi hombro.

—Chica de Stanford —escuché. La ventanilla del copiloto se bajó hasta que el rostro de Adam apareció —. ¿A dónde vas?

—A mi residencia —contesté con la vista en frente sin dejar de caminar.

—¿Caminando?

—Solo la mitad del trayecto —Cogí el móvil para volver a ver el mapa. Su carro avanzaba lento, siguiéndome el paso —: Aquí dice que en dieciséis cuadras puedo tomar locomoción.

Adam se estiró para abrir la puerta del copiloto.

—Sube, te llevo.

Me detuve en seco. Él hizo lo mismo.

Parpadeé, incrédula.

—Está hablando conmigo, ¿verdad?

Enarcó una ceja, fastidiado.

—¿Ves otra chica parada como estúpida en medio de la acera?

—No.

—¿Entonces?

Me encogí de hombros.

—Sube antes que me arrepienta. Obedece —ordenó con un tono áspero.

—No, gracias.

Y seguí mi curso. Bastaron cuatro pasos para que él volviese a hablar.

—No te estoy preguntando, Montgomery. Si te enfermas atrasarás el trabajo.

Y yo que pensé que el hombre tenía corazón y se había compadecido de mis pies mojados.

Pero no. A él le importaba que no cogiera un resfriado porque si no tendría trabajo extra.

Gilipollas.

—Vaya, hasta siendo amable es un estúpido —murmullé, pero por la expresión de su rostro advertí que lo dije demasiado alto.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora