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ELLA

ADAM

Unos golpes en la puerta me despertaron. Eran cada vez más irritantes y escandalosos. Ninguna mujer tocaría de esa forma —al menos no una que esté de buen humor y sabía que en esa semana no había hecho enojar a ninguna—, por lo que quedaba una sola persona en mi mente. Las cortinas seguían cerradas, pero no necesité abrirlas para saber que ya era de día y tampoco fue necesario escuchar la voz de Alex al otro lado de la puerta para saber que era él quien se atrevía a visitar mi departamento sin invitación.

Escondí la cabeza bajo la almohada cuando escuché el suave crujido del cerrojo.

—Si vas a usar la llave, ¿para qué tocar? —grazné con los labios pegados a las sábanas — ¿No tienes respeto por el sueño ajeno?

—Son las once de la mañana, imbécil —Hizo una pausa —. Maldita sea, Adam, esto huele a bar —siguió. Su voz fue haciéndose más fuerte junto al sonido de sus pasos por el corredor.

—Vete a la mierda —mascullé con la voz cargada de sueño.

Me hundí más en el colchón.

—Ya estoy en ella y tiene más pinta a una pocilga que a mierda.

Exageraba. Mi apartamento siempre estaba limpio, salvo en aquellos días en que decidía tirarme las pelotas. Ese era uno de esos.

Volteé y me senté en la cama con pereza, apenas pude abrir los ojos que todavía me pesaban por las pocas horas de sueño. Una brisa helada envolvió mi torso descubierto y Alex, que estaba frente a mi cama con su traje negro, liso y perfecto, sin ninguna arruga, no tardó en lanzarme una polera que recogió del suelo.

—Vístete y vamos a trabajar.

—Volveré mañana —respondí, haciendo una bola con la prenda y lanzándosela en la cara.

Alex la tomó en el aire y la dejó caer al suelo con rapidez como si le fuese a dar lepra tocar algo sucio.

—Volverás hoy —ordenó y, con un movimiento rápido cogió las sábanas de la cama y las arrancó hasta dejarlas esparcidas por el suelo junto con todas las demás cosas que me había dado pereza recoger durante el fin de semana. Genial, más trabajo para mí —Levántate que no tengo todo el día. ¡Mierda, Adam! —Su ceño se frunció tanto que sus cejas parecieron juntarse —¿Qué calzoncillos son esos?

—¿No te gustan los Simpson?

Con los ojos entrecerrados me observó callado, como si estuviera analizando con detalle la tela que me cubría las bolas.

—Oye, si gustas puedes tocar —bromeé con una sonrisa socarrona—, es gratis.

Alex revolvió los ojos, fastidiado.

Salté de la cama y recogí la bata del suelo —Sí, todo estaba en el suelo en aquellos días, incluso mi laptop que la había usado la noche anterior para ver Breaking Bad en plan de «no me importa nada» —. La anudé sin mucho esfuerzo alrededor de mi cintura y caminé descalzo hacia la cocina. Bostecé lanzando un jadeo desde lo más profundo de mi garganta y me desperecé con los brazos estirados hacia el cielo.

Alex caminó pisándome los talones mientras hablaba:

—Es que no puedo creer que bajo el traje de abogado andes con esa mierda de ropa interior. Vale, a mí me gustan muchas cosas, pero no por eso los usaré en las pelotas.

Alex solía decir todo con un tono serio y sin ningún amago de sonrisa en el rostro, aun cuando todo el mundo se esté riendo. Yo, en cambio, era quien daba el toque de humor.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora