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LLORAR LIMPIA LOS OJOS... Y EL ALMA

ADAM


Nunca fui de los que iban a misa. No creía en Dios ni en los milagros. Siempre pensé que ese tipo de cosas eran para personas que necesitaban algo de que aferrarse porque la vida los había maltratado tanto que ya no se podían sostener con sus propias fuerzas. Yo, en cambio, había aprendido a caminar con las piernas rotas. El dolor era más soportable que la decepción de un milagro no concedido.

Pero, creo que el hecho de que haya vuelto a ver a Ben es un milagro.

Un extraño y perturbador milagro.

—¿Estás listo? —me preguntó Hannah con su mano en mi rodilla cuando aparqué el carro frente a la casa de Joseph.

Revisé la dirección anotada en el papel unas tres veces antes de detener el auto.

Tragué saliva, nervioso. Las manos me tiritaban, pero no quería que Hannah lo notase.

—Esto es un error —murmuré por lo bajo.

—Debes terminar con esto —contestó, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.

—Sí, de una puñetera vez —mascullé, enojado.

Saqué la llave del contacto rápido y me bajé dando un portazo al carro. Pasé una mano por mi cabello y caminé decidido, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada hacia la puerta de la casa.

Un sector residencial privado. Mucho jardín. Muchas flores. Ladrillos. Dos pisos. Balcones. Una terraza. Ventanas blancas y sin manchas.

—Es una bonita casa —añadió Hannah cuando me alcanzó. Cogió mi mano con fuerza.

—Sí. Una casita perfecta para una familia perfecta.

Y toqué el timbre.

Suspiré. Por el rabillo del ojo, noté como Hannah me observaba y deseé que no dijera nada. No quería gritarle. No quería descargarme con ella. Tenía un grito atorado en medio de la garganta que estaba dispuesto a lanzárselo al primero que se me cruzara con alguna palabra que me alterara.

La puerta se abrió y una mujer alta, de cabello liso y rubio, de ojos celestes y sonrisa abierta nos recibió. Llevaba un vestido negro con puntos blancos, tacones altos y un cinturón le dividía en dos la cintura. Muy elegante.

No recordaba que las cenas de navidad fuesen tan elegantes. Pero, vale, yo no había tenido una en años.

—¡Qué alegría que vinieran! —alzó la voz con una sonrisa tan grande que me perturbó. Extendió los brazos y me envolvió en ellos. —¡Al fin conozco a mi cuñado!

Miré a Hannah al tiempo que ponía los ojos en blanco. Ella me hizo un gesto con la boca y con un movimiento de cejas me insistió para que le devolviera el abrazo. Lo hice y me pregunté en qué momento me había vuelto tan dominado como Will.

Mierda.

Me convertí en aquello que juré destruir.

Dos niños aparecieron detrás, corriendo y jalando el vestido a la mujer que aún no me decía su nombre. Gracias a Dios, me soltó para atender a los niños. Hannah y yo nos quedamos en el umbral de la puerta mirándonos las caras mientras la mujer les decía a los niños que Papá Noel aún no pasaba por el país. «Está en Europa todavía, cariño».

—Mi nombre es Terry, esposa de Joseph —Me extendió la mano para estrecharla. «¿Con el abrazo no bastaba?» Señaló a los niños que estaban a cada lado de ella —: Ellos son Mike de siete años y Harper de cuatro. Nuestros hijos.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora