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COSAS NUEVAS

ADAM


Hay cosas que los hombres no solemos hablar y es cuando se trata de sexo y sentimientos. Sí, todo junto. Una mezcla. Hablar de sexo es fácil; hablar de sentimientos, no tanto. Y cuando las dos cosas se juntan...

Joder.

Lo que debió haber sido una cena de sábado se transformó en una visita que duró el fin de semana completo hasta el lunes en la mañana donde llegamos al trabajo juntos. Vivimos el día laboral como si nada, como si los dos días juntos hubiesen sido cosa de siempre. Como si no recordáramos con solo vernos que habíamos estado desnudos el uno junto al otro casi los dos días. Como si no estuviésemos preguntándonos cuando sería la próxima vez que tendríamos sexo. Como si no quisiéramos decirnos muchas cosas al oído mientras nos tocamos. Porque tenerla ahí, frente a mi escritorio, trabajando normalmente, no ayudaba a no pensar en las ganas que tenía de cogerla y hacerle el amor como esas cinco veces aquellos días. No servía para fingir que no me gustaba su cuerpo ni el sabor de su piel. No podía obviar lo mucho que me había gustado tenerla contra la pared el domingo en la mañana o cuanto me había excitado verla desnuda en mi regadera. No. No podía estar así, como si, todo lo vivido en dos días, no nos haya generado un revuelo dentro. Porque lo hizo.

Lo supe porque cuando llegué a mi apartamento el lunes por la noche y se sintió jodidamente enorme y solitario. La cocina era más fría, las paredes parecían haberse enanchado, los pasillos más largos y la habitación demasiado grande para una sola persona. Me sentí en una cueva y temí ser devorado por mi propia soledad. Ni hablar de mi cama, que aún conservaba su olor. No me agradó saber cuánto me había gustado su compañía. No iba conmigo. Odiaba que invadieran mi espacio. No soporté la idea de que Caroline se mudara y terminé con ella porque no quería tenerla dentro de las paredes de mi departamento, mucho menos de mi mundo y eso que con ella llevaba mucho más tiempo que con Hannah.

Tal vez ese tipo de cosas no se miden con el tiempo.

Pero, si no, ¿con qué? ¿Con los hechos? ¿Los momentos? ¿Las palabras? ¿Promesas? Todo el mundo sabe que las promesas hoy en día no tienen ningún peso y, si no tienes como probarlas, ni si quiera tienen validez ante la ley.

Podría pasarme la vida tratando de descifrarlo y no lo haría. Lo peor era que necesitaba una respuesta para sentir que este tipo de sensaciones eran normales porque yo no era de los hombres que se sentían solos. Al contrario, siempre pensé que necesitaba cada vez más espacio.

—Oh, no puede ser —se quejó Hannah con voz pastosa esa mañana de domingo cuando despertamos a las dos de la tarde. No habíamos dormido demasiado. La noche había quedado pequeña—. Es Haru —Me extendió su brazo para que leyera el nombre de su hermano en la pantalla del móvil y el anuncio de la videollamada entrante.

—Contesta, no diré nada —musité y luego escondí mi cabeza bajo la almohada —. Muero de sueño, ¿podemos dormir hasta las seis?

La escuché reír.

—¿Hasta las seis? ¿No te parece un descaro? —Su móvil dejó de sonar —. No contestaré. No puedo. No puede verme así.

Levanté la almohada y la observé con los ojos entornados.

—¿Despeinada?

Me arreó con uno de los cojines desperdigados por el edredón.

—Desnuda —corrigió con las mejillas rosadas al tiempo que se llevaba las sábanas hasta la altura de sus hombros y las abrazaba como si no quisiera que viera debajo de ellas.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora