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«YA PASARÁ, HANNAH»

HANNAH


Haru no me habla. Han pasado días desde año nuevo y no ha dicho ni una palabra. Puedo decir con propiedad que no me habla desde el año pasado.

Pero, lo entiendo. Es un niño y no sabe cómo expresar la tristeza y en parte es mi culpa por haberlo protegido durante tantos años. Le evitaba caídas cuando aprendió a caminar. Le sostenía la bicicleta cuando le quitó las ruedas pequeñas. Iba a joder a los niños que lo molestaban en la primaria. No dejaba que papá lo regañara. En realidad, nunca dejé que se sintiera débil o triste. Lo protegí demasiado y ahora es cuando me arrepiento. Debí haber dejado que entendiera que el dolor existe. No es como que no lo sepa, porque sabe que el fuego quema y que cortarse con un cuchillo mientras pelas patatas duele, pero no sabe del verdadero dolor, ese cuyas heridas no son visibles. Y cuando no sabes cuánto puede doler la vida, entonces es porque no has vivido en lo absoluto. Ser fuerte nos vuelve humanos. Haru no ha tenido la necesidad de serlo.

Supongo que era hora.

Veíamos la programación en vivo del Time Square. La cuenta regresiva era en unos minutos y papá se jactaba que haber comprado esa televisión grande había sido una buena idea. Yo todavía creo que fue una soberana estupidez, pero no se lo he querido mencionar. No hicimos cena de año nuevo porque no quisimos. En lugar de eso, compramos muchas patatas fritas e hicimos muchas salsas diferentes, desde ajo, ciboulette, aji, pesto y otras mezclas raras que Haru quiso hacer con papá. No me importó no tener una cena increíble con la mesa llena, porque estaba con ellos y era lo que más deseaba desde hace meses. Vale, solo en parte, porque no podía evitar pensar en que, si la verdad no hubiese salido a la luz ese día, tal vez hubiese estado con Adam en su apartamento o quizá en mi casa, los dos, comiendo salsas que nos dejaran mal aliento y probando que se siente besar con sabor a ají. Pasaríamos de los besos sabor a chocolate de la pista de patinaje a los besos con hedor a queso de Stanford. Mi padre lo hubiese conocido y habría hecho de su día un infierno, pero él hubiese aguantado porque, al final de la jornada, habría descubierto de que el señor Montgomery estaba feliz de que estuviese con alguien como él a mi lado, porque papá hubiese visto lo que yo vi en él. Estoy segura. Adam se hubiese sentido un ganador, el ego le hubiese llegado hasta las nubes y se habría jactado durante todo el vuelo de regreso a Nueva York. Tal vez, le diría «suegrito» a sus espaldas y yo me reiría que se sintiera tan importante. Pero, no. Estaba sentada en el sofá con mi padre a un costado y Haru en el otro.

Mi hermano andaba con unas orejas de Yoda que había encontrado en una caja junto con otros disfraces que usamos hace años atrás para un Halloween en que papá olvidó los dulces. Menudo problema que se llevó. Su solución fue llenar nuestras calabazas de sushi añejo del día anterior y los niños que tocaban la puerta se llevaron la decepción de encontrar una bandeja con salmón fresco envuelto en arroz. Nos llenaron el jardín de papel higiénico. El pobre buda amaneció envuelto como una momia.

Pasamos una hora jugando Monopoly mientras escuchábamos a Christina Aguilera y a Snoop Dogg animar la fiesta en Nueva York. Hicimos una trivia de DC Comics con preguntas que se nos ocurrían en el instante, repetíamos diálogos de memoria de las películas de Batman. Hacía las mímicas del guasón y me obligaba a repetirlas; Me di cuenta de que aún le queda algo de niño y eso me hizo sentir tranquila. Gracias a Dios todavía no se convierte en un descerebrado basquetbolista.

Me gustaba sentir que el tiempo no había pasado.

Pero tanto reír me agotó y tuve que recostarme en el sofá. Papá y él se sentaron en el suelo mientras se jactaban de lo bueno que les había quedado la salsa y veíamos la televisión. Haru se preocupó, porque según él, tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos. Con papá nos miramos sin decir nada. Él asintió y con ello supe que tenía que decirle en ese momento. Me senté con esfuerzo y le di unas palmaditas al sofá para invitarlo a tomar asiento a mi lado. Lo hizo. Apoyó su cabeza en mi hombro y yo acaricié su cabello y, con los ojos en la pantalla, le dije lo que estaba pasando.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora