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UN PEDACITO DE CIELO

ADAM


*Torch Song - Shady Bard

Papá se fue de casa cuando yo no alcanzaba a tener siete años. En ese tiempo, él aún usaba capa de superhéroe. Dos semanas después, cuando entendí que él estaba demorando más de lo habitual, le pregunté a mi madre cuando llegaría. Recuerdo su rostro tan claro, que a veces pienso que han pasado apenas unos días desde aquella pregunta. Estábamos tomando desayuno en la isla de madera que ellos habían construido un año antes, cuando aún creían en las historias que alguna vez se prometieron. Ella solo agachó la mirada y me ordenó que fuera a buscar mi abrigo para llevarme al parque. Mamá trató de explicarme la huida de papá con las estaciones del año. Recuerdo que en ese tiempo era otoño y las nubes ocultaban todo lo digno de contemplar, asi es que cuando mencionó lo del parque, me sorprendí. No es una idea atractiva para días así. Allí, en una banca de madera húmeda y roñosa, me dijo que mirase el cielo. Fue deprimente, solo vi una masa gris y una que otra gota de lluvia solitaria me mojó la cara. «Está feo», le dije de mala gana deseando volver a casa y poder jugar con mis soldados. «Sí y seguirá feo por un tiempo más. Lloverá y no podrás salir más a jugar con tus amigos. Estarás encerrado y tendrás que adaptarte a la tormenta. Pero, así es la vida, Adam. La mayor parte del tiempo, el cielo está nublado», contestó. Recuerdo haberla mirado con el ceño fruncido, no entendía el punto. Pero, siguió. Mi madre dijo que la vida está llena de cambios y que, a veces, esos cambios pueden ser igual a un cielo ennegrecido que anuncia una tormenta; que, a veces, parecerá que nunca dejará de llover y eso será frustrante. Pero que, si lograba ser paciente, podría entender que la vida nunca es constante y que, en algún minuto, «el sol sonreirá de nuevo». Creo que la última vez que la vi sonreír, fue en aquel parque, cuando dijo: «Y si tienes suerte, encontrarás a alguien con quien podrás ver brillar el sol. Hay que ser paciente, Adam. Las tormentas no duran para siempre. Siempre hay cambios. Siempre ocurrirá algo nuevo. Solo espera. Espera y verás». Cuando terminó, me desafió a buscar un hueco en el cielo. El que encontraba un espacio celeste en medio de las nubes ganaba una doble porción de helado para la cena. Ella lo encontró primero porque estuvo dispuesta a estar más tiempo con la mirada en alto. Después de eso, me habló de que papá se había ido y que no volvería: «Sentirás que la lluvia será eterna, pero no es así. En algún minuto dejará de llover. Tienes que aceptar que hay estaciones en que todo es gris, feo, húmedo y que no podrás salir a jugar. Pero, no por eso dejarás de saber que el sol aparecerá pronto. Tal vez, si miras con detención, encuentres nuevos matices durante el invierno. Dolerá, Adam. Pero no será para siempre. Es solo cuestión de tiempo».

Pero, si fue para siempre. La partida de papá nunca dejó de doler.

Lo cierto es que nunca supe como disfrutar los días lluviosos, así es que mamá se quedó con los deseos de un hijo que fuese optimista en medio del dolor. Lo irónico fue que ella tampoco lo fue. Nunca pudo superarlo. Terminó quitándose la vida a los pocos años después de eso. Asi es que, crecí consciente de cómo sus palabras perdieron significado. Solo letra muerta. Solo palabras. Solo optimismo vago y podrido.

Por ello, cuando Hannah hablaba de lo increíble que podía ser la vida, me parecía irreal. Demasiado fantasioso. Demasiado idílico, como si ella no hubiese vivido en un mundo de carne y hueso.

Pero, luego de ese beso con Hannah, pareció que sí había un matiz diferente. Tal vez, un nuevo color en el invierno. Sí, eso era ella: Muchos colores nuevos.

Hannah era paz. Era magia. Era color. Hannah era una sinfonía constante de alegría.

—Vámonos de aquí, chica de Stanford —le susurré al oído.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora