35

5.9K 477 41
                                    

MIRAME A LOS OJOS

HANNAH


Tuve suerte, eso decían las enfermeras y los doctores. Todo estaba en orden, solo había sido un «susto» o una «alerta» de que nos quedaba poco tiempo. Me hablaron de tratamientos alternativos, de sistemas de apoyo y de otras cosas que no me concentré demasiado en escuchar. Me hablaron de lo importante que es estar tranquila y de lo mucho que debo preocuparme por mí de ahora en adelante.

—Tal vez, solo tengamos un par de meses, Hannah. Pero, haremos todo lo posible por conseguir ese trasplante. Debemos ser optimistas. Debes cuidarte —dijo la enfermera cuando me entregó la ficha de alta.

Como si ya no lo supiera.

—¿Esto es todo? —me preguntó Laureen con una sonrisa compasiva en el rostro. Había pasado la noche conmigo y todo el día siguiente en el hospital con una revista de Vogue y una lista de chismes que a ninguna de las dos nos interesaba pero que fingíamos que sí, porque eso necesitábamos: Fingir que nada se desmoronaba a nuestro alrededor.

—Creo que sí —respondí mirando con recelo el bolso que llevaba en el hombro.

Adam lo había hecho llegar. Lo dejó en recepción esa misma noche junto con mis cosas personales. Cosas que, supongo, creyó que necesitaría. Una muda de ropa, cosas de aseo e incluso mi laptop. Una enfermera llegó con él diciendo que un «guapo», me lo había llevado. No conocía a otro guapo más que al mío, aunque ya no lo era, creo.

Luego de que Adam desapareciera por la puerta, pasó una hora y algo hasta que otra persona volvió a cruzarla, alarmada y vestida de forma desaliñada. Era Laureen que luego de comprobar que no me esté muriendo, alardeó de que uno de sus profesores de la facultad de medicina trabajaba en el hospital y le permitió el ingreso fuera de horario. Dijo que había recibido un mensaje desde mi teléfono para contarle que estaba en el hospital. Yo no lo había escrito, era imposible, ni si quiera tenía mi móvil cuando todo eso pasó, así es que llegué a la conclusión de que también había sido el «guapo».

Se quedó conmigo desde entonces.

—¿Estarás bien? —Era la cuarta vez que preguntaba eso. Aparcó el carro frente a la residencia que ya estaba abrazada por la oscuridad de la tarde. La mayoría de las personas se preparaban para ir al trabajo o a la escuela al día siguiente. Yo, en cambio, no sabía que me esperaba.

Resoplé.

—Debo descansar y ya —contesté mirando mis piernas.

—¿Tienes hambre? Puedo ir a comprarte algo para...

—Lau, no. No estoy enferma —Me arqueó una ceja en un gesto en el que se podía leer su expresión de «Es broma, ¿verdad?». Sacudí mi cabeza y empecé de nuevo la oración —: Quiero decir que no estoy tan enferma, puedo hacer mis cosas sola.

—Puedes quedarte conmigo esta noche y hasta podemos llamar a Tina. Tenía una cita anoche, de seguro querrá hablar de eso.

Negué rápido.

—¿Para qué nos hable de sexo navideño? No gracias. No estoy de ánimos para escuchar las aventuras fornicadoras de Tina.

Reímos. Se sentía tan bien hacerlo y olvidar todo por un instante.

—¿Irás a ver a Adam mañana? —Aunque sonó más bien como una afirmación.

—¿Crees que me odie? —Encogí las piernas sobre el asiento y abracé mis rodillas.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora