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CIELO O INFIERNO

ADAM


*Keep you saf 


George Harrison, miembro de los Beatles —los increíbles Beatles —, dijo alguna vez: «El cielo y el infierno están ambos aquí y ahora... Creas el cielo o creas el infierno mediante tus acciones».

Últimamente la he recordado un par de veces.

Cielo o infierno.

A veces, me siento en el infierno.

Parpadeo una y otra vez.

Son casi las cinco de la madrugada y el sol aún no hace su entrada. Hannah sigue dormida con su espalda descubierta frente a mí. Los huesos de sus hombros se esfuerzan por hacerse notar bajo la delgada capa de su piel blanca. Su cabello se dispersa por la almohada y se une a las fibras delicadas que componen las sábanas. Noto los pequeños rugidos que deja el sonido de su respiración en sintonía del suave movimiento de su cuerpo. El aparato cuadrado que nos acompaña últimamente está en el suelo, a un costado de la cama y trepa por el colchon hasta bordear sus orejas y abrazar sus mejillas.

No puedo dormir y me pregunto cómo Hannah puede dormir tan serena. Quisiera un poco de esa tranquilidad.

He olvidado la última vez que dormí bien y, aunque podrían decir que es culpa de Hannah, no lo es. No hay culpables aquí, aunque muchas veces quisiera endosar toda responsabilidad a Dios. Cualquiera que la conoce sabe que Hannah entra en la lista de personas que no se merecen una vida corta. ¿Cómo se supone que Dios quiere un mundo mejor si se sigue llevando a las únicas personas que aportan un grano de arena a esta mierda?

Resoplo y me froto la cara. Cojo el teléfono que está sobre la mesita de noche y abro la última conversación con mi hermano. La releo por cuarta o quinta vez.

«¿Te han contestado?», le escribí anoche, sin saludos de cortesía ni antesalas hipócritas.

«No, perdón.»

El corazón se me encogió cuando leí esa última palabra. Tecleé rápido y le pregunté qué significaba ese «perdón» con algunas letras extras que se colaron producto de mis dedos torpes, pero se entendió el punto.

Segundo a segundo conté lo que Joseph se tardó en responder.

Veintiuno.

«El estudio en Alemania no es para el tipo de miocardiopatías de Hannah, lo siento hermano. He estado en contacto con el jefe de cardiología del hospital de Stanford, me ha enviado su expediente, lo estoy revisando, dame tiempo» Y, al final de esas dos últimas palabras, un emoticono con los ojos caídos y los labios hacia abajo.

Pensé en muchas respuestas posibles, desde advertirle que los emoticones ya no eran para su edad madura o, también, prescindir de ese pensamiento y enviarle ese de la mierda de perro con ojos saltones o, mejor aún y más directo, escribirle que tiempo es justamente lo que no le puedo dar, que me pida cualquier cosa menos esa.

En lugar de todo eso, me limité a algo más breve:

«¿Cuánto?»

«Unos días, no puedo hacer más que corroborar que el tratamiento este bien. El resto, depende del comité de trasplantes»

Ha pasado un día desde eso. ¿Será suficiente?

«¿Entonces?», escribo.

Me quedo esperando. El brillo de la pantalla me enceguece. No hay respuesta, ni si quiera ha recibido el mensaje. Debe de estar durmiendo. El reloj marca las cuatro y treinta y dos de la madrugada. ¿No se supone que los médicos y toda esa gente anda de aquí para allá sin dormir? En doctor House era algo así, aunque si doctor House fuese tan real estoy seguro de que Hannah ya tendría un corazón nuevo producto de alguna nueva innovación médica. Un corazón de cerdo, de vaca, de mono, tal vez, pero corazón, al fin y al cabo.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora