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 CURSILERÍAS QUE SE DICEN GRACIAS A UN CASCO DE MOTO

HANNAH


Sentía que el tiempo se estaba deslizando demasiado rápido y que no tenía como atajarlo. No podía agarrarme de su capa de rey y rogarle piedad. No podía coger su manta de superhéroe —o villano —y pedirle que deje de destrozar las oportunidades que los humanos no logramos atesorar. No podía ir y obsequiarle una ofrenda de paz para luego persuadirlo de que aminore el paso. Se deslizaba como agua entre mis dedos y ya. Simple. Así es que la que debía ir más rápido para seguirle el ritmo, era yo.

Lo hice.

El lunes inmediatamente siguiente a la salida con Tina y Laureen visité el café y le dije a Jeffrey que aceptaba salir con él «como amigos». Sabía que no respetaría eso, pero tenía que intentarlo.

Luego de una semana y media de horrible estrés universitario, apelaciones en tribunales y noches en vela, acordamos un día.

—¿Estás segura de que éste día si o sí? —me preguntó por teléfono —Me has cancelado cuatro veces, Hannah.

Me reí.

Pero cuando llegó el jueves, lo único que quería era largarme a la residencia a descansar.

Como sea, no lo hice.

Dieron las cuatro de la tarde y brinqué de mi asiento. Cogí mi abrigo y me envolví en él. Repetí el paso con la bufanda, el gorro de lana que tenía un pompón en la cabeza —que Adam odiaba, pero, da igual, él odiaba todo —y los guantes.

Estaba tan, tan, tan apurada y con tanto sueño acumulado que no me percaté de que la mitad de mi bufanda de rayas caía por mi pecho hasta el suelo. Cuando avancé, mis tacones tropezaron con ella y caí de frentón contra el suelo. El sonido que dejó el golpe fue horrible, casi alarmante.

—Y yo que creí que no podías ser más torpe —murmulló desde su silla de rey.

«¡Mierda!»

—Me pegué en la cabeza —me quejé al tiempo que me sentaba en el suelo.

—¿Eso fue lo que sonó tan hueco?

Revolví los ojos.

—Maldición, ¿es que esto puede ser peor?

Me quedé inmóvil un momento con miedo a que de pronto me vinieran mareos y me cayera de nuevo. Era mejor prevenir que lamentar y ya estaba respetando al universo que parecía tener algo contra mí.

Nos separaban casi siete metros de oficina. Nuestros escritorios estaban en los extremos opuestos de la sala y a él no parecía importarle. Al contrario, mientras más lejos, mejor. Pero no creí que se preocuparía en ir a verme.

Y lo hizo.

Una sombra se posó sobre mí y levanté la cabeza. Adam estaba frente a mí, con las manos en los bolsillos del pantalón. Se ganó de cuclillas y levantó su dedo índice para moverlo horizontalmente frente a mis ojos.

—¿Ves doble?

—No es chistoso.

—Lo digo en serio —dijo con voz plana.

—Veo bien —espeté.

Sin previo aviso, cogió mi barbilla para levantar mi rostro hacia él y me contempló con la seriedad de siempre.

Sus manos estaban frías. Siempre lo estaban.

Tenerlo tan cerca me puso los pelos de punta, no estaba acostumbrada a que fuera él quien violara la ley del espacio personal.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora