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LISTA DE DESEOS

HANNAH

Creo que, si en mi primer mes de nuevayorkina hubiese tenido un diario de vida, habría escrito:

«Querido diario, mi viaje es un desastre»

Pero no.

No tuve un diario. No al principio.

Pero, cuando me regalaron uno terminando mi primer mes de pasantía, lo que escribí en la primera página fue muy diferente a lo que imaginé.

Las clases de medicina legal eran diferentes a todas las otras que tenía en Stanford, empezando porque ésta era en la facultad de medicina y no en la de leyes y porque no era tan teórica como las demás. Había más cadáveres que hojas que leer y más ganas de vomitar que en aquellas clases que nos hacían ir a litigar a tribunales. La mayoría de los estudiantes de leyes que estaban ahí deseaban un futuro como fiscales; yo, en cambio, no sabía qué rayos estaba pensando cuando me inscribí en el curso. No tenía asco y la sangre no me espanta, había visto muchísima a lo largo de mi vida y me han pinchado con agujas más de las que puedo contar, pero eso no es suficiente a la hora de responder porqué decidiste inscribirte en un curso universitario en que lo único que hacen es ver muertos.

La profesora nos dividió en grupos de tres integrantes que designó ella misma y a mí me tocó con dos chicas a las que nunca les había hablado en mi vida. Vale, a nadie de esa clase le había hablado jamás.

Los primeros sesenta minutos me mantuve detrás de ellas a unos tres pasos de distancia observando como completaban el formulario. A veces abría la boca para opinar, pero de inmediato la rubia saltaba con algo más. Sus batas blancas me advirtieron que yo era la extraña en el grupo, la sabionda de leyes que no tenía idea de anatomía.

—Mira estas marcas, Tina, ¿estás segura, que fue un ataque a distancia?

—Que sí —farfulló la rubia con rapidez —. Ya, quiero ir a almorzar, ¿puedes terminar de rellenar eso?

—No lo sé, algo no me convence —contestó la morena con una mano en su barbilla.

Me mordí los labios antes de hablar.

La rubia tenía hambre y no parecía de las que podían controlar el carácter.

Aclaré la voz para hacerme notar en un plan de: «¿Hola? ¿se acuerdan, que existo?»

Pero no funcionó.

Lo hice más fuerte.

Tampoco.

Lo intenté por tercera vez y me miraron, por fin.

—¿Qué dice el informe sobre el estudio de la pólvora? —La morena entrecerró los ojos inspeccionándome de los pies a la cabeza. No me importó y seguí —: La presencia de la pólvora en el cuerpo puede dar un indicio de la distancia con que se realizó el disparo y comprobar la premisa del ataque —Pedí permiso entre las dos para acercarme al cuerpo y señalé con mi lápiz el orificio dejado por el arma —. Si el disparo fuese contra un cráneo, hubiese quedado marca del cañón en la piel, pero es un tejido blando, por lo que es fácil confundirse ya que el orificio, está limpio, pero si se hacen estudios en la herida, se puede comprobar la cantidad de residuos que ha dejado y así determinar la cercanía del arma con el cuerpo de la víctima.

Se miraron entre sí sin decir nada.

—Así es que... —musité, alargando las palabras hasta que mi voz se fue apagando de a poco —, creo que la premisa dos, es falsa.

En silencio una de ellas borró la alternativa marcada y la cambió. Le pasó el papel a la otra y le ordenó que vaya a entregarlo al tiempo que alegaba —otra vez —, con que tenía tanta hambre que no le importaría comerse el perro disecado de la sala de al lado.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora