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DECISIONES EGOÍSTAS

HANNAH


Adam me iba a volver loca. Vale, no esperaba que fuese de los hombres que llaman al otro día luego de una «noche juntos», aunque técnicamente no hubo sexo, pero fue una noche entera en que nos desvelamos. Empezó en la boda, luego en el puente y luego en ese sitio eriazo donde cualquier mujer creería que la van a matar. Vale, no es que yo sea de las mujeres que se desesperan y quieren que el hombre esté como una sanguijuela chupándole la sangre, pero... ¡Una llamada, joder! O al menos un mensaje de texto, ¿no? Tal vez fue mi culpa por no preguntar qué iba a pasar de ahora en adelante.

Estaba hecha un lío.

Yo no era de las mujeres que estaban pegadas al móvil porque prefería estar leyendo un buen libro con una taza de chocolate caliente al lado, pero aquel domingo luego de la boda hice todo con el teléfono en la mano. Todo. ¿Sabes lo que es tener el móvil todo el día en la mano? Al terminar el día, ni si quiera podía sentir mi mano, incluso me bañé con el móvil sobre la taza del escusado. Nada. Y lo peor llegó cuando me acosté para dormir, cosa que no pude hacer. Me consolé pensando que en unas horas más sería lunes y podría verlo en la oficina, pero cuando llegué al estudio jurídico resultó que Adam no estaba. Había ido a tribunales.

Gilipollas.

Capullo.

Dios, cuánto lo odio.

¿Desde cuando iba a tribunales sin avisar? ¡Me había dicho que si me quedaba me llevaría a litigar con él!

Lo peor era que había adelantado todo el trabajo en la oficina porque estaba segura de que me iría a Stanford, así es que no tenía nada que hacer. Pasé toda mi mañana echada en la silla, dando vueltas en ella y mirando el techo. Conté cuarenta y siete folios verdes, noventa y tres rojos y ciento dos azules. Los ordené por orden alfabético y como no me gustó el asunto, lo reordené por colores y al final los terminé apilando por su estado legal. Limpié el polvo de sus autos de colección y acomodé sus vinilos por año de publicación.

Estaba jodida. Putamente jodida.

Venga, al menos hubiese querido encontrar algo, no lo sé, tal vez una caja de condones escondida o una revista porno, pero no. No había nada. Lo peor era que no podía dejar de pensar en él por más tareas estúpidas que me dignara a hacer.

¿Me iba a dejar como a sus demás conquistas? ¿se había arrepentido? ¡Tal vez todo había sido parte de un bonito discurso ensayado para que me quedara y yo había caído como una quinceañera!

Después de almorzar en la cocina, volví a la oficina. Odié como quedaron apilados los folios. Resoplé y volví a ordenarlos. Decidí sacar aquellos cuyos recursos de apelación y plazos para apelar habían caducado; solo estaban ocupando lugar. Adam no los iba a necesitar.

Tres horas después, estaba en el elevador abrazando una caja llena de material inútil.

—Quiero dejar esta caja en la bodega, por favor. Son del señor Adam Wilson de la oficina 331 del piso 21 —le dije al encargado de las llaves en el primer piso del edificio.

El hombre de mostacho gris asintió. Con su voz rasposa y desgastada me pidió que le dejara la caja sobre el mesón y que él se encargaría de llevarla a la bodega de Adam.

Estaba terminando de firmar la fórmula cuando el hombre sonrió y unas líneas profundas aparecen en la comisura de sus ojos. Comedí una sonrisa, pero se esfumó cuando me di cuenta de que no se dirigía a mí, si no a quien estaba detrás de mí.

Fuera de contrato - EN FÍSICO A PARTIR DEL 18 DE AGOSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora