50.-Simón era nuevo en su vida.

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— ¿Alguno ha visto a Aurora en todo el día?

Nico preguntó mientras limpiaba la barra de jugos.

Delfi, Ámbar y Jazmín estaban sentados en la mesa cercana. Simón y Pedro estaban limpiando unas mesas vacías y Leonardo preparaba un batido para cumplir con la orden de unos chicos que habían solicitado.

—Se fue de la escuela temprano— Delfi le respondió—. No sabemos el por qué.

—Dijo que su mamá la estaba llamando.

Ámbar habló, atrayendo la mirada del mexicano. El sombrero negro que reposaba en su cabeza se le hacía extraño. Ella no usaba prendas oscuras, siempre eran tonos pasteles y colores muy suaves y bonitos. No es que así se viera fea, pero se trataba de un cambio raro. Más cuando recordaba a la chica llamarle esa madrugada y sollozando.

Cuando se armó de valor para acercársele, la rubia se puso de pie y fue directo hacia Leonardo. Todos los presentes están confundidos del porqué la chica se está acercando a la segunda persona que más detesta, la primera sigue siendo Luna Valente.

Leonardo eleva una ceja cuando la ve cara a cara. Ámbar aprieta sus labios un segundo y suspira antes de hablar: —Quería disculparme contigo, Leonardo.

— ¿Hiciste algo ahora mismo de lo que tendría que preocuparme?—interroga con interés y cierta amargura—. ¿Me metiste en problemas otra vez? ¿Qué inventaste ahora sobre mí como para que te tengas que disculpar?

Ámbar tragó.

—Vine a disculparme por todo.

—No te creo.

—Leonardo...

Simón arrastró el nombre del chico, pero el rubio meneó la cabeza y apuntó a la rubia—. ¿Es que no lo ven? Esta chica de aquí ha arruinado todo. Siempre tiene maldad con ella, ¿entienden? Transformó a Aurora en eso, y ya me rendí con ella. Tenía un poco de esperanza, pero no, nada, cero. Todo lo que sale de tu boca, Ámbar Smith, son mentiras...

El chico endureció su mirada y lentamente soltó:

—Justo como toda tu vida.

Eso la dejó fría. Su rostro palideció y apretó su mandíbula.

Tras darle un leve asentimiento, se tragó su disculpa y caminó hacia los casilleros. Escuchó a Simón reclamarle al chico pero no se inmutó en girarse. ¿Qué sabía Leonardo de ella? Solamente intentaba hacer las cosas bien por una vez en su vida y dejar todo en el pasado. Pasado pisado. ¿No lo podía entender?

Recostó su espalda de los casilleros y cerró sus ojos. El sobrero negro en su cabeza empezó a fastidiarle por un par de segundos, así que se lo quitó por un momento. Inhaló y exhaló. Una vez. Dos veces. Tres veces. ¿Quién era ella en verdad? ¿Por qué todo siempre tenía que ser tan difícil? Mordió su labio inferior y miró hacia arriba abriendo sus ojos, diciéndose a sí misma que llorar no iba a solucionar nada. Había llorado muchas veces, y todo seguía exactamente igual.

Todos siempre parecían saber más de ella.

Y ella siempre era la última en enterarse.

Quería a Aurora para que le dijera que todo iba a estar bien. Quería a su mejor amiga. A su hermana.

Puedo ver los sueños en color

Y curo así cualquier dolor.

— ¿Bonita?

Rápidamente pasó su mano por su rostro y colocó el sombrero en su cabeza, arreglando los mechones de cabello. Giró su cabeza y Simón se detuvo. Lejos, pero no tan lejos. Cerca, pero no lo suficiente. Era una distancia prudente.

—Ámbar... ¿Estás bien?

—Pues claro— curvó sus labios, sin mostrar sus dientes blancos. Soltó una risa—. ¿Por qué no iba a estarlo?

El chico rascó su nuca y le miró con cierta timidez—. No lo sé, has estado...algo extraña. ¿Segura que te encuentras bien? Estás incluso un poco pálida. ¿No deberías de ir al doctor?

—Estoy bien, Simón.

Le aseguró.

¿Otra mentira más? ¿Estaba ella bien? ¿Por qué duda ahora? ¿Por qué se le hacía más complicado ahora? Pensó un momento. Simón siempre estaba allí para ella, ¿por qué no le contaba? Si ya anoche le estaba llamando porque sentía la necesidad de decirle, pero no pudo, se arrepintió. Le dio miedo. ¿Y si no la trataba de la misma forma? ¿Y si la veía diferente? Confiaba en Aurora lo suficiente como para que ella sepa cada detalle de su vida, y era sorprendente lo mucho en que Sharon Benson también confiaba en la chica para decirle ese secreto de gran magnitud e impacto. La rubia sabía que su mejor amiga siempre estaría allí con ella, porque así había sido toda la vida. Y nada nunca podría cambiar eso.

Pero Simón era nuevo en su vida.

Y ni siquiera estaba segura de si lo quería allí todavía.

Simón se acercó más a ella y con mucha delicadeza llevó su mano hasta la mejilla de la chica, atrayendo su atención, regresándola a la realidad. Ámbar posó sus ojos claros sobre los orbes marrones de Simón, y el chico juró que pudo haber visto su alma a través de ellos. Se veían tan cristalinos ese día. Tan honestos. Se veía tan indefensa.

Antes de que Simón preguntara o hiciera algo más, unas risas acercándose les interrumpieron. Cuando Ámbar pudo ver de quien se trataba, agradeció a quien sea que escuchó su petición. Aurora traía una sonrisa que al ver a su mejor amiga de esa forma, se desvaneció. Soltó la mano del chico alto que iba atrás suyo y apartó a Simón para llegar a la rubia, sujetando su mano suavemente.

—Oye, ¿qué ocurre? ¿Qué pasó?

Se apresuró a preguntar, su tono de voz desbordándose en preocupación.

Ámbar le dio una mirada y sus ojos se pusieron un poco aguados y apretó los labios. Aurora cabeceó lentamente. Simón supo entonces, que parecían estar comunicándose sin decir palabra alguna y eso le pareció increíble. La conexión que compartían las dos amigas, cualquiera incluso pudiera pensar que eran gemelas, con excepción de sus cabellos y sus ojos, tenían mucho parecido, físico y mental.

Se encontró a sí mismo deseando conseguir a una persona cuya amistad le complemente de tal manera.

Aurora se giró hacia los dos chicos y le sonrió un poco a Simón, notando lo preocupado y sin entender que se veía. —Hola, Simón... ¿pudieras hacerme un favor? ¿Darle la bolsa a Nicolás? Llevaremos a Ámbar a casa.

— ¿Llevaremos?

Torpemente preguntó.

Manuel golpeó un poco su hombro y obtuvo su atención, le regaló una de sus amigables sonrisas y le pasó la bolsa con las compras de harinas que deberían de ingerir los chicos esta semana. Hubiera comprado más, pero se olvidó su billetera en casa.

—Sí, Manuel y yo...—le explicó—. Entonces, ¿puedes hacernos ese favor?

—Seguro, yo.... ¿ella va a estar bien?

Aurora miró a su mejor amiga y cabeceó.

—Va a estar bien— Manuel se le adelantó al hablar, obteniendo una mirada chistosa de Aurora y una algo sospechosa de Simón.— Te lo prometemos, chico guitarrista. 

Parte dos. 

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