—Tu mamá cocina demasiado bien —le dije a Mateo, saboreando la comida en mi boca. Esta realmente delicioso.
Ya estamos en su casa, solos. Hemos almorzado, hemos conversado mucho y hemos escuchado la radio. Pero estoy algo nervioso, sé que el igual lo está... Cuándo estoy así, con él, solos los dos. Me empiezo a desesperar lentamente, me debo estar controlando constantemente. Me empieza a dar calor y siento cómo mi estómago cosquillea. Hoy día, fue un día de locos, pero me siento ya muy bien. Demasiado bien.
—¿Hiciste tu bolso? —le pregunte.
—Que bolso? —me pregunto.
—Para mañana, el viaje, ¿vas a ir verdad? —le pregunté. El abrió los ojos y se paró rápido.
—¡Es verdad! No lo he hecho —dijo—. Pero... Vamos a mi pieza, yo lo hago y podemos ver una película —dijo adorablemente. Yo asentí, recogimos los platos y subimos.
Lo primero que hizo Mateo fue abrir las cortinas completamente y abrir su ventana. Sus ojos brillaron, rayos de sol se metieron por la ventana, entro un aire fresco y pude ver las partículas de polvo en el aíre.
Me tiré en su cama y sonreí.
—Ahí está el control —dijo. Lo tomé del velador y prendí la televisión. Deje el mismo canal que estaba. Están dando las noticias de la tarde.
Mateo se acercó a su ropero. Tomo una silla y se subió, de la parte de arriba saco un bolso deportivo, lo dejo caer y el de un salto se bajó de la silla. Yo acomodé las almohadas atrás mío y no quede del todo recostado. Mateo se sacó el polerón, al hacerlo, su camisa se pegó a este y se levantó, pude ver su torso. Me mordí el labio y reí. Lo doblo y fue lo primero que guardo en el bolso.
Siguió echando cosas, su ropa y cosas de aseó. Se volvió a acomodar la camisa, la de hoy tiene pequeños cuadros rojos y blancos, desde lejos se ve rosada, le queda suelta y no la tiene metida en el jean como siempre, se ve adorable.
Finalmente, término y se desplomo en la cama, a mi lado. Se sacó las zapatillas y los calcetines. El sí quedo totalmente recostado en la cama. Yo lo miré, me puse de lado y acaricié su mejilla. Me miró y sonrió.
—¿Como van tus piercings? —me pregunto.
—Muy bien —dije, me miro la boca y yo me quede hipnotizado en sus ojos. Mas brillantes que nunca, en su piel, en sus pecas y en sus labios. Se froto un ojo, haciendo que sus lentes se movieran y se quejó.
—¿Qué pasa? —le pregunte, susurrando.
—Siento algo en el ojo —dijo. Se saco los lentes y los dejo en el velador.
—No te frotes —le dije. Tome su barbilla y con mi otra mano toque su mejilla con el pulgar, estire su piel suavemente y su ojo se abrió—. Tienes una pestaña —dije. Me acerqué a su rostro. Y sentí algo que había extrañado mucho.
Su olor, su delicioso olor.
Le sople delicadamente el ojo y la pestaña salió. La tome desde su lagrimal, pedí un deseo y la sople para arriba. Vi a Mateo y él sonrió. Se estiro y apretó los ojos, luego los abrió y me volvió a ver.
Como siempre hago, contemple su belleza, detenidamente. Y me di cuenta que cada día tiene mas pecas, mas destellos en sus ojos y que ese olor, cada vez se intensifica más.
No se como describirlo, es como un olor a sudor dulce, a naranja y cacao. Lo siento muy fuerte cuando se excita y empieza levemente a sudar. Son como feromonas, sí. Eso debe ser...
—Me encantas pendejo —dije, pase mi pulgar por su labio inferior y él se sonrojo.
Narra Mateo:
ESTÁS LEYENDO
¡Tú eres mi pendejo!
Teen FictionAlexis, un chico aficionado a correr, pierde todo cuando su nivel en la escuela baja demasiado. De muy mala gana, se inscribe en un taller de tutorías, donde conoce a Mateo, un chico bastante especial y que, extrañamente para Alexis, llama su atenci...