17 "Mateo va al doctor"

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Sentía que los ventanales de la cafetería se quebrarían por el fuerte viento que los hacía estremecer. Fui el último en llegar con los chicos durante el primer receso. Kei y Angélica conversan amistosamente y Boris chateaba en su celular. Este último le dijo algo en un momento a Mateo, que miraba su bandeja como paralizado. Inmediatamente deduje que este de nuevo estaba extraño, ansioso y angustiado. Sé que todos lo notamos.

-¿Mateo qué te pasa? -le preguntó Boris de golpe, afligido, como desesperado. Él negó con su cabeza y sonrió débilmente. Cada vez me preocupa más, puede que tal vez no lo esté pasando bien en su casa, quizá alguien le esté haciendo algo...

-¿Te ha vuelto a molestar Max? -le pregunté, él me miró de inmediato.

-No -dijo tímidamente. Luego suspiró, y apenas tocaron la campana que da fin al receso, se paró rápidamente con su bandeja, y despidió. Seguido vi cómo se perdió en la multitud hacia la salida. No comió ni dijo nada, salvo los vagos saludos. Ni siquiera me dio tiempo de preguntarle si iríamos a mi casa, algo que yo tenía ya por dado, puesto que necesito estudiar para el examen del jueves. Pero eso ya no es lo que me preocupa. Es él. No me tiene tranquilo verlo así, y lamentablemente aunque sé que hay confianza entre nosotros, Mateo es como un diario de vida con mil candados.

Narra Mateo:

A la segunda hora, mientras terminaba los ejercicios de matemáticas, tocaron la puerta.

-Mateo Zúñiga se retira -escuché decir al profesor desde su escritorio. Me paré, me puse mi mochila, la chaqueta, y me despedí de Marco y del profesor.

En el auto rumbo al hospital, comenzó a darme el dolor estomacal de la mañana, por los nervios. Llegamos, y mamá saludó a muchas enfermeras, las recepcionistas y al guardia. Nos dirigimos al Box 14, donde solo habían dos mujeres, que conversaban. Nos sentamos unos dos puestos adelante de ellas. Quedé con una luz chirriante arriba mío, una perfecta tétrica escena. En un pasillo a la derecha, se encontraba una puerta dentro de una cabina, tenía la palabra "Urólogo" impresa con unas letras blancas.

Seguí esperando a que me llamaran. Mamá me tomó de la mano, y empezamos a conversar, algo que me relajó, aunque fuera solo un poquito. La lluvia se largó otra vez, e inquieto revisé mi celular. Mi hora era a las una con quince, y ya eran las una con veinte.

-Mateo Zúñiga -dijeron. Levanté mi vista rápidamente, y vi un hombre con delantal blanco que me llamaba desde la cabina. Me paré, y se saludaron con mamá, que me presentó ante el doctor, llamado Alfredo Miller.

Mamá se quedó en la sala de espera, y yo seguí al doctor que me guió hasta el cuarto, pasamos y cerró la puerta detrás mío. Me miró fijamente, yo sonreí sin mostrar los dientes y bajé la vista.

-Toma asiento Mateo -me indicó. No entendí muy bien por qué, pero sentí un silencio más grande que en la sala de espera.
Me senté, junté mis piernas y entrelacé y dejé caer mis manos en ellas, el doctor igual se sentó, frente mío-. Ya, cuéntame Mateo, vienes a un chequeo... ¿ O tienes algún problema? -dijo amablemente. Es un hombre cuarentón, no muy alto, pero sí más que yo, de tez blanca y cabello rubio muy corto.

-Bueno... Hace un tiempo siento un dolor muy fuerte en mi zona genital -dije, quitándome la vergüenza. Decidido a ser directo y serio.

-Vale, ¿hace cuánto tiempo más o menos? -dijo agarrando un papel de un cajón y un lápiz, procedió a anotar mi nombre en él.

-Más o menos hace más de un mes.

-¿Tu dolor se centra en los testículos? -me preguntó, yo asentí-. En una escala del cero al diez, ¿cuál es la intensidad?

¡Tú eres mi pendejo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora