16 "Pieles"

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Lunes. Y llovió todo el día. Cada vez me convenzo más de que esta ciudad es muy extraña, el fin de semana habían sido días bonitos, días soleados y frescos. Lo único que deseaba era que la lluvia parara en la tarde. Sí o sí quería y debía practicar.

Habrá un examen de química el jueves, sin duda la materia que más odio y que ni siquiera con Mateo entiendo. Llegué a la cafetería, que igual que el otro día, estaba llenísima, visualicé a los chicos y fui con ellos a la mesa.

-Hola -les saludé mientras me sentaba-. ¿Y Mateo? -pregunté extrañado, al no verlo con nosotros.

-¿No supiste que quedó la grande en su clase? -susurró Angélica.

-No, ¿qué pasó? -dije abriendo mi agua mineral.

-Unos chicos se pusieron a pelear. Aparte creo que habían estado haciendo mucho desorden, y los castigaron a todos dejándolos sin receso -explicó, e hice un puchero. ¿Por qué en esta escuela se pelea tanto?

Qué digo...

Llegó casi al finalizar el receso. Inmediatamente me alegré, pero este anduvo muy raro. No nos miraba, no conversó con ninguno, no se reía de mis bromas ni las de Boris. Estaba con la mirada perdida en algún lugar de su regazo. Y la pierna... Ahg, esas piernas inquietas que me están hartando un poco. Juro que algún día se las amarraré.

En el segundo receso estuvo mucho mejor, y creo que le quedó gustando que nos sentemos de lado y no de frente, porque cuando llegué, me miró para arriba y sonriendo débilmente palmeó la silla a su derecha, levantando las cejas como preguntando si aceptaba su petición. Claro que lo hice. Me encanta tenerlo a mi lado, mi brazo pegado al suyo, poder ver de cerca su hermosa piel y sentir su olor rico

De repente pensé en algo y abrí los ojos atónito. Rapidamente, saqué mi cuaderno de la mochila y lo hojeé frenético... Leí, y me quedé tranquilo al revisar el horario de la práctica. Cerré mi cuaderno y lo dejé sobre la mesa.

-Se cayó esto de tu cuaderno -dijo Mateo y lo miré, vi lo que tenía en las manos y se lo quité rápidamente, él sonrió.

Odio con mi vida esa foto.

-¡Ay! ¡Alexis déjame verla por favor! -dijo Kei. Supe que no pararía hasta que se la pasará, así que rodé mis ojos y se la entregué. La vieron con Boris, quien se empezó a reír como imbécil. Es una foto de cuando tenía unos ocho años, estaba en un cumpleaños y justo miré a la cámara. Se me ven los ojos rojos y mi polera amarilla de ese entonces está manchada con chocolate. Mateo se sobrecargó en la mesa, queriendo verla también.

-A ver... -dijo bajito, y se la pasaron. Al mirarla atentamente, volvió a sonreír.

-Alexis eras cuchi de pequeño, ¿qué te pasó Hulk? -dijo Kei. Hace mucho no me llamaba así.

-Eres súper blanco -comentó Mateo, mientras aún miraba la foto.

-Sí Alexis, debes tomar un poco de sol -dijo Kei, y yo sonreí.

-Kei tú igual lo eres, no te hagas -le dije.

-Pero tú te pasas Alexis, eres transparente.

-Comparemos -dijo Angélica arremangándose su polera de malla negra. Los cinco pusimos la mano en puño y la acercamos a la mesa. En efecto, yo soy el que tiene la tez más clara, y Mateo con esa piel morena, media bronceada y opaca que me encanta la más oscura. Los chicos también son de pieles claras.

-Que tierno -dijo Kei enternecida, e hizo un puchero-. Déjenme tomarles una foto -nos pidió, y con Mateo sonreímos. Solo los dos, pusimos nuestras manos en puño de nuevo y las acercamos a la mesa. Mis venas se notan mucho, y tengo esto de que mis nudillos son muy sonrosados. Mateo tiene las manos lisas, y muy calientes. El contraste se ve, y mucho. Kei tomó la foto y feliz, la guardo.

El contacto de mi mano con la de Mateo me mueve algo adentro... Escuchar su risa rara, que retumba en mis oídos inconscientemente me hace querer sonreír. Logra que salga una parte de mí, una parte que desconocía, una parte asquerosamente cursi. Solo pienso en tratarlo dulcemente, ser cariñoso... Ahg...

-Mi mamá es súper blanca, mi padre era negro -comenzó a contarme Mateo, mientras los chicos conversaban entre ellos. Lo miré-. Y aunque mi abuela también era afrodescendiente... soy el único nieto que salió de lleno con los genes, ni sus propios hijos los heredaron -rio y yo sonreí-. ¿No te parece loco? Hay un documental muy bueno que va de eso, los saltos en generaciones de los genes... -siguió hablando muy entusiasmado.

Yo sonreí y apoyé mi cabeza en mi mano escuchándolo.

Creo... que está bien, pero sigo alerta. Aún no entiendo que le pasa, hay momentos en los que está normal; se ríe y está tranquilo. Pero otras veces está con la vista perdida, su rostro con el ceño fruncido, se le nota angustiado, como si todo el tiempo le preocupara algo. Esto viene ya desde hace un tiempo, y realmente no lo entiendo.

Por suerte, en la tarde la lluvia paró, pero el viento arrasaba como nunca y seguía nublado. Practiqué solo junto al entrenador. Me falta solo un poco... Solo un poco y llegaré a mi marca.

Ya es de noche, llueve muy fuerte y el feroz viento no me deja dormir, de niño eso me aterraba. Como siempre, cuando no estoy haciendo nada importante, y es de noche y me encuentro en absoluto silencio, pienso en él. Veo hacia mi escritorio y nos visualizo a los dos... Recuerdo sus quejas cuando lo molesto, las veces que nos pasamos riendo, y se enoja y frustra porque no me pueda concentrar. Su nerviosismo cuando nuestras piernas apenas rozan, uno de esos tantos contactos inevitables... Sé que para él no significan nada y que incluso quizá le incomodan. Recuerdo las veces que he tenido la oportunidad de abrazarlo: La primera fue en el baño, cuando pasó el asunto con Isaac y Max, y tuve que estrecharlo entre mis brazos para que se calmara. Aún puedo sentir su áspero cabello entre mis dedos y oírle llorar destrozado. Y hace poco, cuando no me aguanté y lo cargué de la cintura por la alegría que me infundió ese 9.4. Realmente no pesa nada, es grueso pero livianito, y muy fácil de agarrar.

Ahora, mi imaginación hizo desaparecer mi silueta en el escritorio, esfumándose, y sólo quedó Mateo, quien se paró y deslizó hasta mi cama, recostándose de lado a mí derecha. Me miró con sus ojitos negros e hizo esa mueca. Sonreí embobado, y me di cuenta que ya me estaba quedando dormido... Pero antes pensé en como sería juntar mi boca con la suya... O qué pasaría si me le insinuara, si fuera un poco rudo... ¿Me seguiría el juego coqueto? ¿Se asustaría?...
Definitivamente lo segundo.

Narra Mateo:

Mañana... (bueno, hoy)... tengo la hora con el urólogo. Estoy nervioso, pero aliviado de al fin poder tener respuestas. No sé qué pensar, me preocupa tener alguna enfermedad grave o que no me pueda dar un diagnóstico.

...

Madrugué desde las cinco de la mañana por la incomodidad en mi entrepierna. Sonó mi alarma de las seis y me levanté.

Me metí a bañar y cómo siempre, tuve problemas con mi cabello, es rebelde y no sé cuidarlo, Alexis dice que parecé algodón de azúcar. Con la toalla a la cadera me vi en el espejo... Se me marcan un poco las clavículas, y un poco los pectorales. Analicé y deduje que igual... no soy tan feo... Mi nariz es bastante prolija y mis labios son como los de Angelina Jolie, mi cuerpo... es lo que hay. Soy como eso que Dios creó a la rápida. Eso que mamá y papá hicieron en el auto durante una tormenta.

Ay... Esa historia es asquerosa... ¡¿Quién me manda a recordarla?!

Me vi las muñecas, no logro ver mis venas. Recuerdo como se le ven de marcadas a Alexis, pareciendo que quiren escapar, traspasar su piel blanquita. Eso me da un poco de cosilla...

Me terminé de arreglar y salí de mi habitación. Estoy muy ansioso, me duele el estómago por los puros nervios. Me toqué el cabello, que aún no está del todo seco. Afuera el temporal sigue, y mamá me retirará a la segunda hora, pero no puedo faltar, tengo un examen a la primera. Me puse mi chaqueta azul, que me queda grande. Esperé a que pasara un poco la lluvia, pero en vano. No cesó nunca así que solo salí de mi casa rápidamente. El viento acarició mis mejillas, y me estremecí por el frío.

¡Tú eres mi pendejo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora