Jueves. Cuando le conté a mi madre lo que había pasado se puso de mi lado inmediatamente, pero me recalcó que no puedo volver a pelear a golpes. Al rato llegará Mateo, así que decidí ordenar mi habitación. Aunque lo hice tarde porque justo cuando terminé para descansar tocaron la puerta de abajo.
—Hola Mateo —sentí a mi madre decirle mientras yo bajaba las escaleras.
—Hola, permiso —dijo Mateo. Lo vi y rápidamente lo saludé, su moretón se está desvaneciendo.
Luego de un rato ya estuvimos en mi habitación.
Lo primero que hice fue escribir la materia de ese día, Kei le ha pasado los cuadernos a Mateo. Me enteré de que mañana viernes tengo examen de lenguaje y que han hecho una guía. Lenguaje... Meh, no me gusta, pero no me va mal.
Realicé la guía, gasté mucho tiempo en eso y aunque sigo detestando esto sé que vale la pena. Pero inevitablemente ya me empiezo a aburrir, ¿acaso él nunca se cansa?
Miré su silla. Miré la mía. La distancia es muy poca. Eso no me molesta. Así puedo observarlo mejor.
Esa tez, es opaca y lisa. Morena, un canela pálido que le acentúa muy bien con sus rasgos. Sus cejas son largas y muy definidas, no son muy gruesas, y son rectas. Sus pestañas son largas, y esos ojos... en los que no puede haber más negro de lo establecido ya. Ni siquiera se nota su iris. Bajé mi vista por el camino de sus mejillas, llegando a sus labios... Rojos, gruesos. Parece que siempre está haciendo un puchero. Kei siempre dice lo "cuchi" que es. Él solo se ríe. Sus ropas, casi siempre lo veo usando lo mismo: una camisa siempre perfectamente abrochada excepto el botón de arriba, unos pantalones rectos o unos jeans igual rectos y un polerón abierto, unas Converse negras o zapatos bajos. Parece que se ha quedado en el tiempo.
Un momento vi como suspiró, se tomó la camisa y la jaló un poco. Hace calor.
—¿Vamos al patio? —le pregunté y él me miró. Aceptó y llevamos los cuadernos y mi estuche.
Salimos y al instante me refresqué. Nos fuimos a sentar a la hamaca que hay en la terraza y seguimos. Él explicándome, yo sintiendo brisas en mi rostro y escuchando el cantar de los pájaros. Empecé a mecer con mi pie la hamaca, él se sacó las zapatillas de lona que trae y enterró sus desnudos pies en el pasto, suspiró y sonrió. Esto es el paraíso.
Un momento pareció estar maravillado con lo que veía. Ya que en mi patio hay mucho verde, un verde hermoso. Y los rayos de sol se meten por entre las ramas del gran árbol que hay al lado del ventanal.
Parece de postal. Parece irreal, como Mateo para mí.
—Es importante que profundices en tus respuestas Alexis, son muy planas —me dijo, explicándome, me reí. Eso es muy básico...
—Mateo —dije, me miró y abrió sus ojitos asintiendo—, no soy tonto... lo que pasa es que resumo —dije sonriéndole.
Me sentía como drogado, solo quería dormir. Mateo achicó los ojos y se rio, me indicó la guía, pero mis ojos involuntariamente se volvieron a posar en él. Se empieza a volver una adicción mirarlo. Tengo mi cabeza apoyada en mi mano.
Noté que en un momento al acercarme para escribir algo en lo que me explicaba, mi pierna derecha rozó con la suya apenas. Pero luego no la sentí más. Él había puesto la suya hacia adelante y me seguía explicando. Pero yo me resentí. ¿Le incomodó acaso?
Eres mi amigo Mateo.
Lo hice de nuevo, ahora recargándola más. Y lo miré.
—Ahora con verde, así lo puedes me... me... —dijo, ha hecho una pausa. Creo haberlo puesto nervioso. No la corrió. Eso me agradó, y divirtió.
Se vió... muy vulnerable. Pensé en todas esas cosas que le podría pedir, estoy seguro que aceptaría. O si quisiera hacerle algo, sería muy fácil. Pero terminé por reflexionar, y no me agradó la idea de aquella vulnerabilidad, no quiero que nadie se aproveche de ella.
Me miró y bajó su vista rápidamente.
—¿Memorizar? —pregunté y levanté una ceja.
—Sí —afirmó. No puedo despegar mis ojos de su rostro. Esto es raro...
Pero me gusta.
Al rato seguimos así. Estudiando normalmente. Luego comprendí que no es nada. Y que yo pienso cosas totalmente fuera de lugar. Y que a veces sobrepienso demasiado las cosas.
—Oye, quiero ir al baño —dijo de repente.
—Sí, claro, está al lado izquierdo de la cocina —le indiqué.
—Ya —dijo ladeándose para pararse.
Al hacerlo mi rodilla quedó entre sus piernas. Bajé mi vista lentamente. Apreté los labios y tragué saliva.
Esas... malditas ropas que usa huelen tan bien, huelen a limpio y son de telas muy suaves. Aparte pude sentir el calor que emana su piel... Su piel...
Mis pensamientos me jugaron en contra y mi mente visualizó algo rápidamente, deseando aquello en ese preciso instante.
Lo bonito que se ha de ver excitado montadito en mi regazo. Siempre se ve tan bueno... Pero todos tenemos nuestro lado...
Mierda... ¡¿Qué estoy diciendo?! Alexis es Mateo, de tuto... rías. ¡¿Cuál es tu punto?! Idiota...
No... No... Eso fue completamente estúpido.
Seguí controlando mis pensamientos, las bobadas sin sentido.
Alexis solo fue coincidencia, como cuando estás con Boris, o con Rodrigo... Pasa lo mismo y te importa un comino, esto igual te importa un comino. Los roces son inevitables, enfermo.
Luego se fue, un rato antes me dijo que le dolía mucho el estómago. Me ofrecí para llevarlo, pero no quiso.
Volví a mi pieza, me tiré en la cama, cerré mis ojos y solo lo vi a él. Y a esas dulces perlitas negras inundadas en galaxias.
ESTÁS LEYENDO
¡Tú eres mi pendejo!
Novela JuvenilAlexis, un chico aficionado a correr, pierde todo cuando su nivel en la escuela baja demasiado. De muy mala gana, se inscribe en un taller de tutorías, donde conoce a Mateo, un chico bastante especial y que, extrañamente para Alexis, llama su atenci...