Parada junto a la ventana del cuarto de Marcos miraba extasiada como afuera los copos de nieve poco a poco cambiaban el exterior, convirtiendo el paisaje en el más hermoso y frío que haya visto jamás. Pero se mezclaban con otras imágenes que no podía sacar de mi cabeza y de mi piel, que como un tatuaje quedarían ahí para siempre. Unas imágenes tan ardientes y perturbadoras que me quitaban el aliento. Todavía no podía creer lo que había vivido solo hacia unas horas, sus besos, su cuerpo, su forma de hacerme el amor.
Cierro mis ojos y veo los intentos que hizo para protegerme del frío cuando salimos del agua, aunque no lo sentía. Recorrimos el camino hacia la camioneta abrazados, tocándonos, besándonos hasta no poder respirar.
Cuando subimos a la camioneta no fui capaz de contener el impulso de arrójame en sus brazos y besarlo hasta morir. Lo escuché jadear y maldecir por lo que estaba haciendo.
Solté su boca para dejarlo respirar y comencé a besar cada rincón de su rostro mientras que con mis manos acariciaba sus cabellos que despedían un perfume dulce por el agua del río.
– ¿Qué estás haciendo?–Susurró sobre mis labios mientras yo me subía sobre sus piernas rodeándolo con las mías. Pero esa pregunta no tenía respuesta. No podía dársela. No comprendía que estaba sucediéndome.
Ahora fue él, el que me tomó por mi cintura y me incrustó contra su cuerpo rodeándome con sus brazos. Nos besamos de forma salvaje, hasta podía decir que ese contacto casi lindaba con lo brutal. Pero luego me separó de él casi con fastidio, vi su expresión endurecida y un frío recorrió mi cuerpo por entero pensando cual habría sido mi error.
Me corrí hasta el lado del conductor mirándolo a los ojos, pero el desvió su mirada hacia el valle que se abría paso entre los árboles.
–Tengo que irme–Tan solo dijo por lo bajo tratando de recuperar el aliento.
–Entonces nos vemos en la casa–Dije tratando de controlar mis emociones.
–Me voy a mi casa, me voy a Andacollo–Exclamó y ahora se dio media vuelta para enfrentarme. Me miró con frialdad y me quise morir ahí mismo– ¿Qué esperabas? ¿Queres que me quede a esperar a mi hermano?–De pronto dijo con desprecio.
Ese dolor en mi pecho volvió con más fuerza que nunca, esta vez no era una nueva grieta abriéndose camino en mi corazón, era una vieja que se hizo más profunda y pude sentir como rasgaba e intentaba comenzar a partirlo.
–No, solo esperaba que pudiéramos hablar...
– ¿Hablar de qué? ¿No te das cuenta de que nosotros no podemos hablar?–Vociferó mirando mis labios y luego desvió su mirada como si le doliera verme–No tenemos nada qué decirnos–Hizo un amague para abrir la puerta de la camioneta e irse, pero lo tomé del brazo y lo detuve.
Tenía razón. ¿De qué íbamos a hablar? Si como se dieron los acontecimientos, no teníamos salida. Estábamos sentenciados sin juicio previo, porque el delito que habíamos cometido fallaba en nuestra contra a condena directa.
–Me pediste lo mejor de mí, y te lo di. Deja que me vaya. No me hagas esto más difícil–Me suplicó mientras se bajaba de la camioneta y se ponía su campera polar.
– ¿Eso es todo? No podes irte así como si nada hubiera pasado–Susurré con dolor, más del que podía tolerar.
–No pasó nada Sofía–Dijo con dureza en su mirada. Mi cuerpo comenzó a temblar de solo pensar que el hombre que había estado conmigo en el río había sido toda una ilusión.
–No es lo mismo que yo pienso–Dije en un susurro y por un momento pensé que no me había escuchado porque apoyó las manos en el asiento y se inclinó hacia adelante acercándose más a mí.
–Decime que querés de mí y lo hago–Me pidió con una decisión difícil de refutar. Pero hacía trampa, porque sabía que no estaba en condiciones de pedirle nada.
Lo vi sonreír, pero creo que nada le hacía gracia, era pura frustración.
Levantó sus ojos a los míos, y clavó su mirada cargada con algo parecido al odio.
– ¿Necesitas que me quede para poder decidir entre Marcos y yo?–Dijo con sarcasmo.
– ¡Sos un hijo de puta!–Grité con mi voz cargada de dolor y fue ahí, que eso a lo que tanto temía, apareció mucho antes de lo que había pensado. La misma realidad.
–Si, soy un hijo de puta–Dijo sin dudar–Obtuviste lo que querías desde el primer momento en que me viste, y yo también lo hice. Te deseé, maldita seas, quería que fueras mía por tan solo una vez. Estamos a mano–Fue lo último que dijo mirando hacia el camino en donde había dejado su Jeep.
Mis lágrimas comenzaron a caer sin poder retenerlas y odiaba que me viera tan débil, cuando no lo había sido para atraerlo hacia mí. Volvió a mirarme, me contempló con su mirada hiriente, la que sólo retuvo por unos segundos y así como esa tarde había aparecido sin darme cuenta, se desvaneció por el camino de entrada al valle, para después escuchar el ruido del motor del jeep alejándose y perdiéndose en los sonidos de la montaña.
Sigo mirando la nieve caer, como mis lágrimas ahora, y aun así con el dolor que me provocaba pensar en la forma en que nos habíamos despedido, no podía dejar de temblar cuando pensaba en él.
Era imposible contener mis emociones, un tornado estaba girando en torno a mi corazón, sacudiéndolo, sacándolo por momentos de lugar, queriéndolo partir por la mitad.
Pensaba en Marcos y me odiaba por ser tan débil, pero a su vez tenía todo más que claro, era mi ángel, el hombre que más amaba en este mundo, el hombre perfecto para mí... aunque no lo mereciera. Su ternura traspasaba los límites de mi conciencia, a pesar de que después de lo que había pasado hacía unas horas creía carecer totalmente de ella. Era mi cielo personal, era el mismo cielo.
Y por otro lado... Daniel.
Daniel había roto todas las reglas. Él era un ángel, un ángel hermoso y perturbador, con sus cabellos claros y sus ojos que atraían con su calor, como el mismo sol. Pero también era el mismo demonio. Voraz y cruel. Me había envuelto con su calor, me atrajo su cuerpo, enloqueciendo cada terminación nerviosa del mío. Lo que me había hecho sentir había sido... ni siquiera podía ponerlo con palabras. Nunca hubiera creído que fuera posible, pero él era como dos personas al mismo tiempo. Un ángel y un demonio.
El cielo y el infierno.
Cerré mis ojos y contuve la respiración cuando las imágenes de su cuerpo junto al mío bajo el agua despertaron mi deseo. Rodeé con mis brazos mi figura y un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo, deseaba que fueran sus brazos, no los míos... lo deseaba.
Un gemido brotó de mis labios sin poder contenerlo, como tampoco ya podía contener lo que estaba a punto de hacer.
Salí del cuarto y casi volando bajé las escaleras. La casa estaba en silencio, después de la cena Curipan y Alberto se habían retirado a sus dormitorios y podía apostar que ni siquiera se enterarían de mi ausencia. Claro no estaba tan segura de Curipan. Pero ya nada me importaba, tenía un solo destino. Andacollo.
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La decisión
Romance¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...