Capítulo 57

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A medida que pasaban las horas y los días nuestro deseo no disminuía. Pero sí había algo que no podía ignorar. En más de una oportunidad encontraba a Daniel pensativo, remoto y a pesar de que lo sentía tan cerca de mí, contrariamente también sentía que algo lo estaba alejando.

Podía comprender bien lo que era, en medio de nosotros rondaba la sombra de Marcos y eso hacía que solo viviéramos el presente sin pensar en el futuro, un futuro que tendríamos que solucionar. Porque a pesar de que Marcos era un fantasma que rondaba nuestros pensamientos, era solo uno de nuestros problemas, también existía la distancia, porque él vivía en Andacollo y yo tenía mi vida en Buenos Aires.

Pero aun así por primera vez todo lo que había soñado para mi vida profesional había cobrado menor importancia y llegado el momento de tomar decisiones eso sería un problema menos a considerar, porque estaba dispuesta a dejar todo por él.

Por primera vez pensé en mi futuro, que lo veía rodeada de montañas bajo un cielo azul, con el baño dorado del sol sobre mi rostro, dorado igual que sus ojos.

Hacía diez días que Daniel había llegado y comenzaba a pensar en que tendría que abordar ese tema lo antes posible. Lo haría esa noche, durante la cena, porque tarde o temprano sabía que él tendría que marcharse de Buenos Aires y quería estar al tanto de lo que pensaba hacer.

Pero no me lo permitió, llevó la conversación hacia rumbos inesperados, me preguntó sobre mi trabajo y se interesó por cada uno de los pasos que yo había dado hasta llegar a poner mi propio estudio y sobre el cambio que había dado a mi vida, de pasar a ser una abogada penalista a ser una abogada dedicada a la minoridad y familia.

Pero ni una palabra de lo que haríamos juntos de ahora en más. Era como si hubiera adivinado en mi mirada lo que me preocupaba y quería abordar.

Pero lo único que podía ver en la suya fue una especie de fascinación por todo lo que había logrado, hasta creí ver una cuota de admiración.

Aunque también pude ver un revuelo de emociones que trataba de ocultar. Y por un momento pensé que tal vez sería un error tratar de presionar sobre nuestro futuro.

Lo había decidido mientras acomodaba esa noche los últimos utensilios que había usado para la cena. La mañana siguiente pasaría por mi estudio, que tenía abandonado, y comenzaría a mover los engranajes de mi vida que tenía ralentizado por los últimos acontecimientos. Dejaría que Daniel pensara también en reanudar su vida y quizás ahí tendría la oportunidad de sacar el tema de nuestro futuro.

Pero cuando llegué a mi dormitorio esa noche nada de lo relacionado a nuestras vidas me importó tanto como su forma de mirarme. Todo a nuestro alrededor se esfumó de pronto y solo fui consciente de los pocos pasos que dio para acercarse a mí, de sus brazos y se su boca que no me dejaron ni un atisbo de voluntad para seguir pensando en nada más que en lo que me hacía sentir.

Me hizo el amor toda la noche, sin piedad y con una inexplicable desesperación se aferraba a mi cuerpo y a mi boca que respondían de la misma forma. Sentí por primera vez que no solo nuestros cuerpos estaban uniéndose, lo hacían también nuestras almas y nuestros corazones.


Traté de abrir mis ojos pero no podía. A través de mis párpados ya podía adivinar que había amanecido, pero la languidez de toda mi humanidad hacía imposible que mi cerebro pudiera ordenar algún músculo que se moviera.

Intenté abrir mis ojos nuevamente y vislumbré que si bien había amanecido, todavía mi cuarto estaba en penumbras. Estiré mi mano hacia donde Daniel estaría acostado, pero no estaba.

Me incorporé sentándome en la cama tapando mi desnudez con la sábana y tratando de escuchar algún sonido que me indicara en donde podría estar. Pero nada.

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