Capítulo 51

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La ciudad todavía parecía adormecida, porque era sábado al mediodía y se podía advertir cierta tranquilidad en el tránsito y en las calles de Buenos Aires. Las luces y la ornamentación navideña, tanto en las casas como en las vidrieras de los negocios, me anunciaban caprichosamente que este año sería todo distinto.

No habría cena navideña, ni regalos y reuniones con amigos, solo podía imaginar pasar estas fiestas en un solo lugar.

Embestida por una cantidad de pensamientos que me producían tristeza, dolor y ansiedad, llegué en forma automática a la zona en donde Marcos tenía su departamento. No ingresé al garaje, en la calle había suficiente espacio para estacionar.

Busqué en mi cartera las llaves y presionandolas con fuerza reuní toda el valor que pude.

Presioné el botón del portero eléctrico correspondiente a su piso, pero nadie contestó. Con manos temblorosas introduje la llave en la cerradura y entré al palier para luego acercarme al ascensor y presionar el botón de llamado. Todo lo estaba haciendo con rapidez, no me daba el lujo de pensar, trataba de conservar la calma y tener todo bajo control, aunque mi alma sabía lo que estaba sintiendo en mi interior.

El ascensor no tardó en llegar y sin darme cuenta en pocos minutos estaba parada en la puerta de su departamento.

Abrí la puerta y me introduje en la sala que estaba en absoluto silencio. La recorrí con mi mirada y me llamó mucho la atención el desorden que había por todas partes. Papeles, carpetas desparramados por la mesa y los sillones, inclusive algunos desparramados por el suelo. Vasos y platos que habrían sido utilizados para una comida frugal, todavía estaban olvidados sobre la mesita que se encontraba en medio de los sillones.

No podía creerlo, Marcos nunca se permitía ser tan desorganizado, pero el desorden y el caos parecían dominar todo el departamento, porque cuando entré a la cocina era mucho peor.

Un último aliento salió de mis pulmones al tomar conciencia de lo que estaba sucediendo, todo era producto de su dolor. Jamás se hubiera permitido vivir de este modo, Marcos era todo organización y perfección, tal vez se debía a su trabajo, o su forma de ser, pero esto...

Dios mío!" Pensé. "¿En qué clase de monstruo me había convertido y en que lo había convertido a él?"

No pude contener los temblores de mi cuerpo y tampoco el miedo que comenzó a invadir mi conciencia. Pero ya estaba ahí y haría frente a lo que fuera.

Me senté en un sillón de la sala a esperar, mientras trataba de pensar en todo el daño que le había hecho, un daño del que sabía que nunca se iba a recuperar.

Escuché el repiqueteo de llaves en la puerta y simplemente me quedé sin poder respirar. La imagen que entró al departamento era una rara versión del Marcos que nunca conocí.

Su aspecto descuidado, tanto en la ropa como en sus cabellos alborotados fue algo que me dejó anonadada, pero que indudablemente estaba acorde a como estaba todo este lugar. Su hermoso rostro oscurecido por una barba de varios días daba una clara demostración de su estado de ánimo. Pero hubo algo mucho peor, su mirada apagada y triste laceró sin piedad mi corazón. Esos ojos dorados que siempre destellaban, aún en la oscuridad, ahora se veían sofocados, cenicientos, como si una espesa cortina de humo los cubriera. No se sorprendió al verme, tal vez habría visto el auto de mi madre, o quizás me esperaba, me conocía y sabía que me enfrentaría a él tarde o temprano.

Lo vi cerrar la puerta y apoyarse en ella con las manos cargadas de bolsas con mercaderías, su mirada me traspasó y pude ver fastidio en ella. Se dirigió a la cocina y escuché el golpe que dieron las bolsas al chocar con la mesada.

La decisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora