Daniel
A medida que transcurrían las horas de este viaje y la distancia se iba reduciendo entre mi hermano y yo, también se iba reduciendo mi alma y contrariamente iba aumentando mi miedo, mi dolor y mi desesperación.
No podía evitarlo, el encuentro con Sonia había sido demoledor, todavía podía sentir mi corazón encogido al recordar su hermoso rostro contraído por su amor y decisión, diciéndome que no se rendiría.
Pero... sabía que lo que tendría que pasar sería mucho peor. La prueba definitiva, la más dolorosa estaría por venir, cuando se diera cuenta definitivamente que nunca la iba amar y que nunca iba a regresar.
Si, decisivamente debería odiarme y así hacer menos pesado su dolor.
Pero... ¿Cómo manejar al corazón? Imposible. Es un órgano independiente, desobediente y muchas veces traicionero, que te lleva a sentir lo que nunca te hubieras imaginado.
Pero con mi hermano todo sería distinto, sería mucho peor.
Con la tarjeta personal de Marcos en mi mano, me paré delante del edificio en donde tenía sus oficinas. Un cartel de bronce en la entrada anunciaba "Marcos Aguada Contador"
Sentí cierto orgullo por él. Parado en la puerta de su oficina imágenes del pasado cayeron sobre mí haciendo que mi decisión y el poco ánimo que me quedaba se soltaran de mi cuerpo. No tenía miedo de enfrentarlo, tenía miedo de solo pensar que esta podría ser la última vez que viera a mi hermano.
Pensé en cuando éramos chicos, en cuanto siempre se había apoyado en mí, en cómo nos unimos cuando nuestra madre nos abandonó, en como siempre tuve que ser el más fuerte para protegerlo del sufrimiento y del dolor que la vida nos impuso un día. También pensé como ese mismo sufrimiento nos separó siguiendo caminos distintos.
Pero ahora... ¿Cómo lo protegería de todo esto? ¿Cómo lo protegería de mi propia traición?
No había palabras ni ninguna clase de acción que yo pudiera realizar, ni mucho menos pedir perdón. Tan solo mirarlo a los ojos y tratar de defenderlo de sí mismo. Defenderlo de su mismo dolor, que sabía que lo estaría destruyendo.
Aprovechando la salida de varias personas del edificio, ingresé a una recepción en donde se encontraba una secretaria detrás de un moderno escritorio, en donde se podía ver una computadora, varios teléfonos de línea y un conmutador que sus luces, indicando llamadas entrantes, no podían dejar de titilar.
La recepcionista atareada con la cantidad de llamados que estaba atendiendo casi ni me miró, pero yo si pude hacerlo. Era una mujer rubia de mediana edad, con un rostro sereno, enmarcando unos ojos azules tan claro como el mar en un día soleado. Su voz tranquila y suave envolvía el ambiente y pensé que una persona como ella no podría ser otra cosa que recepcionista. ¿Quién podría resistirse a la delicadeza de su voz y a la sutileza de sus gestos para aquellos clientes que tenían que esperar?
Terminó con su llamada y posó sus ojos en mí por primera vez.
– ¿En qué puedo ayudarlo?–Dijo seductoramente mirándome de arriba a abajo con cierta cuota de descaro, para luego detenerse en mis ojos.
–Quisiera hablar con Mar... Con el señor Aguada por favor.
– ¿Tiene concertada una cita?–Preguntó dirigiendo su mirada hacia la computadora seguramente para ver la agenda del día.
–No, pero cuando me anuncie sé que me va a atender... soy su hermano.
La mujer se detuvo por unos segundos y volvió a mirarme a los ojos. Esta vez fue una especie de turbación que pude ver en los suyos, algo que a pesar de todo me hizo gracia. Volvió a fijarse en mi mirada como si buscara algo y creo que lo encontró. Encontró los mismos ojos de mi hermano.
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La decisión
Romance¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...