Capítulo 39

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Cerca de las seis de la tarde habíamos terminado de tomar un té, cosa que hicimos más por Curipan, que cualquier otra cosa, porque nos imaginábamos que no habría comido mucho las últimas horas. Habíamos regresado a la sala, cuando escuchamos el sonido del motor de un auto estacionando en la puerta de la casa.

No tuve que hacer mucho esfuerzo para saber quién había llegado.

–Daniel–Dijo Marcos suspirando.

Lo vi dirigirse hasta la puerta de la sala para pasar hasta el hall de entrada y salir hasta el exterior. Mi mirada se clavó en la de Curipan la que me devolvió con una sonrisa.

–No tengas miedo Cariñé–Dijo con dulzura–En este momento son hermanos.

Claro, por supuesto que lo entendía, en este momento eran hermanos compartiendo el mismo dolor.

Pero no fue eso lo que sentí cuando seguí a Marcos hasta la puerta.

Marcos y Daniel, parados uno frente al otro, se fundieron en un abrazo fraternal después de mirarse profundamente a los ojos.

Este debería ser el final, este debería ser el desenlace de sus vidas, el remate en el que ya no quedarían más mentiras, engaños y dolor.

Pero justo ahí, en ese preciso momento, cuando Daniel tenía en sus brazos a Marcos, cumpliendo su papel de hermano mayor, miró en mi dirección y comprendí que nada se había terminado.

Me quedé sin poder respirar, mis sentidos comenzaron a colapsar y verlos así de juntos por primera vez me hizo comprender  de todo el dolor que iba a causar.

Más dolor, como si ya no hubieran tenido suficiente.

Pero todo eso a lo que tanto había temido durante todo este tiempo se concretó haciéndose real ante mis ojos, materializándose delante de mí. Esos sentimientos que pretendí desterrar de mi vida y también de los de Daniel, estaban ahí, más arraigados que nunca, más latentes de lo que me podía llegar a imaginar.

Su mirada que no podía desprenderse de la mía mientras seguía abrazado a su hermano, me pareció hasta irreal, pero no lo era, porque en el brillo de sus ojos pude ver el reflejo de los míos y los dos supimos la verdad.

Era inútil pensar que el tiempo y la distancia harían su trabajo, era absurdo pensar que todo había sido un capricho, un arrebato de pasión. Porque no lo era y no lo había sido, porque esa parte de mi corazón que pensé que había muerto, comenzó a latir más fuerte que nunca inundando mi alma de miedo y de excitación.

Los vi desprenderse de su abrazo, pero Marcos todavía con sus manos en el hombro de su hermano establecieron un diálogo al que no pude acceder ni escuchar. Solo vi asentir a Daniel varias veces y presumía que su conversación tendría que ver con su padre y con su final.

No quise inmiscuirme y decidí entrar nuevamente a la casa, para prepararme para lo que sea, pero de pronto Marcos se dio cuenta de mi presencia y con una señal de su mano me pidió que me acercara.

Marcos subió primero la escalera de madera y mientras lo hacía me dedicó una triste sonrisa, acompañado de sus ojos brillantes y húmedos por la emoción. Inmediatamente lo seguía su hermano con una infinidad de sentimientos en la expresión de su rostro difícil de describir.

Estaba severamente contenido, podía adivinar que se reservaba sus sentimientos, y esa era justamente su defensa, su coraza protectora, esa que trataba de resguardarlo. Pero no era tan eficaz. Yo había encontrado su lugar débil, esa parte vulnerable y la pude penetrar con facilidad. Lo pude advertir en el brillo de su mirada cuando estuvo parado frente a mí.

–Siento mucho lo de tu padre–Dije con un hilo de voz mientras me acercaba a él, le di un beso en la mejilla y apoyé mi mano sobre su brazo que dejo al costado de su cuerpo.

–Gracias por estar de vuelta en Aguas Calientes–Y por la expresión de su mirada supe que ese comentario tenía otra connotación y luego agregó–Mi padre te apreciaba y siempre te recordaba con cariño.

No sé lo que fue, si sus palabras, su presencia o lo que sentía por él, pero todo eso y quizás más fue lo que desbordó por completo mis emociones y lo único que pude sentir fue una terrible tristeza y una inagotable sensación de angustia que aprisionaba mi alma, lo que provocó que me largara a llorar desconsoladamente.

Unos brazos me sostuvieron, y su calor envolvieron no solo mi cuerpo si no mi corazón. Unas manos acariciaron mi espalda para consolarme, mientras que su tórrido aliento traspasaba mis cabellos haciéndome erizar la piel. Apoyé mi rostro en su pecho decidida a calmarme y comencé a respirar profundamente.

Pero cuando lo hice, comencé a percibir y a reconocer los aromas, el perfume... su piel,  y fue cuando me di cuenta que estaba en los brazos de Daniel.

Levanté mis ojos hacia los suyos, que los tenía perdidos en la cordillera y pude notar que casi no respiraba. Lentamente bajo su mirada hacia la mía y me sonrío de manera inocente, casi diría fraternal.

Me separé de él y lo miré a los ojos y el desvió su mirada a su hermano que nos contemplaba a solo unos pasos de los dos.

–Perdón... son ustedes los que necesitan consuelo, no yo–Miré a Marcos que tenía su expresión velada, tanto como la de Daniel.

–No te preocupes mi amor–Dijo Marcos llegando hasta mi lado tomándome de la mano para llevársela a su boca y besarla con ternura– ¿Queres que entremos y te prepare algo para tomar?

–No, prefiero quedarme acá afuera, respirando un poco de aire, no quiero que Curipan me vea en estas condiciones–Respondí sin dudar, mientras podía sentir la mirada de Daniel sobre mí.

–Muy bien–Dijo acariciando mi rostro– ¿Daniel?–Se dirigió a su hermano– ¿Tomamos algo fuerte?

–Sí, lo que digas.

Vi como Marcos se perdía dentro de la casa y como su hermano lo seguía, pero al pasar por el umbral de la puerta Daniel se detuvo, y pude ver como los músculos de su espalda que se marcaban debajo de su remera mangas cortas, se tensaban por completo cuando cerró con fuerza los puños de su mano. Giró lentamente hacia mí y traspasó con su mirada la mía. Nada había quedado de esa mirada fraternal que pretendió mostrar tan solo hacía unos segundos. Su calor invadió me invadió como si estuviera dentro de mí, porque podía leer perfectamente el mensaje en sus ojos.

Lo único que pude hacer fue negar con un leve movimiento de mi cabeza pidiéndole, suplicándole por favor que no lo hiciera, porque pude notar su desesperación por tenerme en sus brazos.

No pude verlo entrar a la casa, porque mis lágrimas comenzaron a nublar mi mirada, solo escuché sus pasos seguros y decididos alejándose de mí.

La decisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora