Capítulo 59

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El viaje hacia Aguas calientes estuvo cargado de diversos sentimientos, tan distintos, tan intensos a la vez que por momentos me era imposible distinguir una emoción de otra. Todas me causaban un anhelo, una ansiedad que confundían mi alma y mucho más mi corazón. Como una vieja película, miles de imágenes se detuvieron ante mis ojos recordando ese hermoso lugar. Ese que sin poder evitarlo lo relacionaba con una mirada dorada, hermosa, hipnotizánte, haciéndome perder el sentido por completo. Comencé el recorrido hacia mi corazón y destapé esa parte que siempre llevaba oculta y guardada en lo más profundo. Esa parte que solo se trataba de mí.

¡Oh Dios mío! Estaba ahí. Lo seguía amando y quizás con renovadas fuerzas.

¡Estúpida de mí! Pensaba que podría matarlo, creía que ocultándolo moriría sin dar batalla.

Me había equivocado. Mi amor estaba más fuerte que nunca, esperando el momento de asaltar mis sentidos desprevenidos. Y no era casual que hubiera elegido este momento, este momento en que tenía mis defensas bajas y mis sentidos a flor de piel.

Sin que pudiera evitarlo, otra clase de imágenes arremetieron en mi consciencia, imágenes las que si no luchaba por erradicarlas de inmediato, lo pagaría caro. Pero cuando traté de borrarlas ya era demasiado tarde.

Un escalofrió recorrió mi cuerpo y por primera vez después de todo este tiempo pude darme cuenta de cuánto seguía amando a Daniel.

La verdad irremediablemente iba revelándose, dejándome desprotegida. Todo ese esfuerzo que había realizado todo este tiempo se diluyó en un segundo. El tesoro que tenía que proteger de pronto se veía libre de esa muralla que había erigido con el único propósito de defenderlos, ahora estaban expuestos, tan vulnerables que me quitaba el aliento.

Mi hijo y mi amor por Daniel.

¡Dios me proteja porque ya no tenía fuerzas para seguir luchando!

Los kilómetros eran devorados por mi auto en la carretera y a medida que nos íbamos acercando también el miedo me iba devorando. Pero a pesar de todo nunca había visto a Luciano tan feliz. Disfrutaba del viaje y de cada una de las paradas que hacíamos a lo largo de la ruta.

Tony era su guía turística y me complacía ver como Luciano prestaba atención a cada uno de los comentarios que Tony le hacía. Podía ver en sus hermosos ojos dorados como atesoraba cada paisaje o cada historia que Tony iba contándole a lo largo del camino.

Faltaba poco para llegar y a mi modo de ver la llegada a Aguas Calientes era una vista que no quería que Luciano se perdiera. Ya habíamos pasado por las afueras de Chos Malal y nos dirigíamos por la ruta hacia Andacollo.

Nos detuvimos en una estación de servicio a cargar combustible, la misma que se encontraba en la entrada hacia la ciudad de Andacollo, la misma en la que hacía muchos años habíamos parado con Marcos ese invierno en que conocí a Daniel. Ese día en que tuve que hacer mucho esfuerzo para no correr a su encuentro para terminar con todo.

Pensé en que distinto hubiera sido mi vida. Pero también pensé en que quizás no hubiese existido mi presente, y en mi presente existía Luciano, al que no renunciaría por nada en esta vida ni en ninguna otra.

Sin darme cuenta me encontré mirando hacia la ruta que conducía a Andacollo, que desde este punto parecía que se metía dentro de la montaña. Una presencia sentí a mi lado y supe que Curipan estaba observándome, porque hacía unos minutos había visto que Luciano y Tony seguían durmiendo en el asiento trasero del auto.

– ¿Vive en Andacollo todavía?–Pregunté sin tener necesidad de explicarle a quien me refería.

–No, hace años que no viene por acá, desde que se casó con Sonia. Vive en Bariloche.

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