Capítulo 55

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A pesar de que mi cuerpo pretendía encontrar el ritmo de mi vida, aunque mis músculos me llevaban a seguir el compás cotidiano y arrollador, mi corazón parecía ir en dirección contraria. Estaba oprimido y arrinconado en lo más profundo de mi pecho, y lo podía sentir incomprensible e incrédulo y por primera vez en mucho tiempo percibí que no quería demostrarme lo que sentía, como había hecho todo este tiempo.

Pero no podía mirar para otro lado, sabía lo que le pasaba. Mi vida se había convertido en un mal sueño del que a cada instante me preguntaba, cuándo llegaría su fin.

Si bien mi familia no me había dado la espalda, sentía la fría sensación de que estaba sola. Sin embargo la concreta impresión de que me habían soltado la mano para que me hiciera cargo de mi propia vida era justo lo que esperaba.

¡Cómo dolía! Mucho más de lo que me podía dar cuenta.

Pero lo que definitivamente me causaba más dolor y lo que nunca me hubiera esperado vivir, fue lo que había sucedido con Marcos.

Todavía en mi mente quedaban fragmentos de mi último encuentro y me daba la clara impresión de que eso no lo había vivido. Que esa historia no era mía, me la habían contado y no la podía olvidar.

En definitiva... era cruel e interminable el vacío que tenía a mí alrededor y mucho peor la espera que desanimaba los pensamientos positivos que con mucho esfuerzo quería construir en medio del caos en que se habían convertido mis días.

Solo me mantenía mi amor.

Veía pasar las horas en una inexorable desesperación. Había decidido no llamar a  Daniel, ya era suficiente con todo lo que debía afrontar, y tampoco quería llamar a Curipan para agregarle más preocupación de la que ya había visto en su mirada antes de dejar Aguas Calientes. Pero aun así, la espera era intolerable.

Traté de concentrar mi energía en mi trabajo y una mañana regresé a mi oficina después de considerar que ya nada podía hacer cruzada de brazos en mi casa. Con gran alivio, y gracias a Soledad, tenía el trabajo al día, sin ningún tipo de contratiempo.

Eso podía llenarme de alivio, por lo menos esa parte de mi vida parecía estar en orden. Pero no podía ver nada positivo, todo era negro y sin sentido. A pesar de que Soledad se empeñó toda la mañana en ponerme al tanto de todos los acontecimientos de los últimos días, yo no estaba allí.

La mirada desconcertada de Soledad clavada en mi rostro, me demostraba que hacía un esfuerzo para tratar de disimular su desconcierto.

Soledad no solo era una persona inteligente, sino que altamente perspicaz, sagaz y sumamente intuitiva, era esa clase de personas a la cual no se le escapaba detalle, y no me sorprendía su mirada especulativa, pensando en que me sucedía.

Nuestras miradas se encontraron y con un suspiro traté de comprender en qué momento esta hermosa criatura se había convertido en alguien tan fundamental e importante en mi vida.

Alguien en la que casi sin pensar pude confiar desde el primer momento en que la vi y eso en cierta forma me había dado tranquilidad.

Sabía que nunca sería capaz de ser tan resuelta y preguntarme directamente por algún tema personal, pero decidí que Soledad ya había trascendido a otro plano más allá del laboral y supe por su mirada que estaba preocupada.

–Sentate unos minutos por favor–Le señale la silla frente a mi escritorio.

– ¿Cómo estás?–Preguntó cambiando automáticamente la forma de dirigirse a mí como si fuéramos dos viejas amigas, las mejores del mundo. Eso era lo que me gustaba de ella, estaba siempre, incondicional, en silencio.

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