Capítulo 28

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El amor y el deseo se habían convertido en un misterio para mí. Algo que no podía comprender. Y aunque me consideraba una mujer reflexiva e intuitiva, lo que había sentido estas últimas horas nada tenía que ver con la razón.

Pero mi cuerpo se había confabulado en mi contra... como mi corazón.

Pensaba que alejarme de Daniel, que poner distancia y mi amor por Marcos, me harían entrar en razón.

Pero no fue así.

Mi corazón empecinado daba golpes en mi pecho, pero no lo quise escuchar. Comprendí en lo que había durado el trayecto de regreso hacia Aguas Calientes que todo iba ser en vano, que no resultaría luchar. Esa parte de mi corazón estaba más viva que nunca, más fuerte, golpeando en mi pecho recordándomelo, ansiándolo más que a mi vida.

Traté de alejarlo pero no pude, ya era demasiado tarde, estaba dentro de mí, luchando para instalarse definitivamente en mi ser.

Amaba a Marcos más que nunca, lo necesitaba más que nunca, como a nadie en este mundo. Precisaba el refugio de sus brazos y que como siempre me dijera que todo iba a estar bien, sabía que él era mi verdad.

Mi verdad.

Mi verdad era que ese medio corazón daba fuertes golpes de vez en cuando haciéndome recordar lo que había echo... y en lo que me había convertido.

¿Era amor lo que sentía?

¿Era posible amar a dos hombres al mismo tiempo?

No lo hubiera creído nunca... Hasta ahora.

Lo que sentía iba más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar. Podía llamarme cobarde, egoísta, la peor basura sobre la tierra, pero sentimientos muy fuertes me unían a estos dos hombres con desesperación. Ni la culpa por haber dejado a Daniel con ese dolor en su mirada, ni la culpa por haber engañado a Marcos con su propio hermano podían hacerme cambiar lo que sentía.

Tenía mi cuerpo, mi alma y mi corazón divididos en dos partes iguales y no podía señalar cuál era más fuerte.

La mañana era clara y fría, el viaje de regreso a Aguas Calientes lo había hecho casi sin pensar. Tenía los músculos de mi cuerpo computarizados, programados para ejecutar los comandos que me llevarían de vuelta a la Villa. Y luego de un tiempo, como dirigida por un piloto automático, estacioné la camioneta en el garaje de la casa de Alberto.

A pesar de lo que sentía, a pesar de los miles de sentimientos que giraban a mí alrededor, mi sensación era que estaba vacía y eso me dio mucho miedo. Miedo de perderlo todo. Hasta mi cordura.

Mi angustia se hizo presente con una lentitud y una crueldad indescriptibles. Su objetivo había sido que el dolor lo sintiera todo mi cuerpo... y lo había logrado.

Cada célula de mi ser se vio envuelta en mi propia realidad, que había sido más aguda y punzante de lo que jamás hubiera imaginado. Atormentada por mi egoísmo y hacia donde me había llevado, me hizo sentir aún peor al darme cuenta lo que estos dos hombres significaban para mí y en que de alguna manera u otra iba a destruirlos.

Creí que ya no tenía más lágrimas, que las había derramado a todas en el trayecto de regreso, pero otra vez me había equivocado, no iban a alcanzar las suficientes para poder borrar la tristeza que embargaba mi vida.

No podía entrar a la casa en estas condiciones, no poseía en este momento la suficiente fortaleza de enfrentar a Alberto y explicarle mis lágrimas, mi cara desencajada y mucho menos lo que me estaba sucediendo.

No podía enfrentar la mirada de Curipan, menos aún cuando tenía la plena seguridad de que sabría lo que había ocurrido. No podría soportar su mirada de odio, aunque fuera enteramente merecida.

La puerta trasera del garaje estaba abierta y salí por ella dirigiéndome directamente al jardín. Todo estaba en silencio, nada más el paso del viento que por estas tierras parecía no detenerse nunca y que se escuchaba cuando pasaba por los árboles dejando el suave silbido suspendido en el aire.

En el suelo quedaban los vestigios de la nevada, que cubría con su manto blanco gran parte del jardín, pero aun así encontré el camino hecho de rodajas de troncos de árboles que conducían al taller.

Entre a toda prisa, quería un refugio en donde poder estar a solas, quería un lugar en donde podría dar rienda suelta a mis lagrimas, que no parecían tener fin. Por donde lo mirara no encontraba la salida, y cuanto más pensaba más sufría.

Pero entrar a ese lugar lo hizo aún peor. Estaba su imagen, su recuerdo, sus cosas, ese aroma a aserrín que se mezclaba con el suyo que tanto me atrajo esa noche en su cuarto.

Me quedé sin poder respirar, tuve la horrible sensación de que unas manos presionaban mi cuello cortando mi aliento. Mi cuerpo se estremeció, como pude caminé hacia unas pilas de maderas al costado de la sierra eléctrica y arrojándome sobre ellas, me largué a llorar.

La sensación de caída libre y no tener de donde sujetarme para no dejar de caer, fue espantosa. No había nada que me pudiera salvar. No tenía perdón y todavía no tenía la certeza de cuánto daño iba a causar.

La tristeza en la mirada de Daniel cuando nos despedimos estaba impresa en mi retina como un recordatorio de lo que en tan poco tiempo siente por mí. Pensaba en su rostro haciendo mucho esfuerzo para dejarme ir como si nada hubiera pasado, pero al final... no pudo. Fue más fuerte que él y mucho más fuerte de lo que vivimos en estos últimos días.

¿Cómo iba a vivir sintiéndome así? ¿Cómo iba a soportar mi vida sabiendo lo que sentía por los dos?

Marcos no se merecía semejante traición. Lo amaba demasiado y nunca podría confesarle que mi corazón no era enteramente suyo, que mi corazón estaba dividiéndose, desangrándose en dos partes iguales, y que una de esas partes pertenecía a su hermano.

¡Dios me ayude!

Esto era una completa locura, cuanto más lo pensaba, más vislumbraba lo que había sucedido , y me odiaba por eso. Pero era demasiado tarde para lamentarlo.

Una fuerte punzada no sabía en qué parte de mi corazón, hizo encogerme de dolor y mi llanto incontrolable y desgarrador, se apoderó de mi conciencia hasta hacerme mil pedazos.

Lágrimas, dolor, llanto, lamento, sufrimiento, desolación.

Estaba rendida. Lo único que aseguraba mi existencia era escuchar a mi corazón que golpeaba con fuerza... pero no así mi cuerpo y mi mente que parecían estar acabados.

Apoyé mi cabeza sobre mis rodillas, abracé mis piernas y dejé que el tiempo transcurriera. Era lo único que podía hacer.

Luego de unos minutos y después de tratar de reconstruir lo poco que quedaba de mí, sentí una mano que acariciaba mis cabellos y cuando levanté lentamente mi rostro hacia la persona que estaba parada a mi lado, un frío recorrió mi alma y mi cuerpo adormecidos.

Curipan estaba a pocos centímetros de mí, mirándome con expresión contenida.

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