A pesar de lo gris que veía todo, el día había amanecido claro y soleado. La nitidez del paisaje a nuestro alrededor, esa creación de la naturaleza que nunca dejaba de quitarme el aliento, parecía una obra de arte, en donde se podía ver cada detalle, cada color.
Se había contratado una casa funeraria de Andacollo para que trasladaran los restos de Alberto a la Capilla de Aguas Calientes. Se ofrecería una misa de cuerpo presente, en donde asistirían familiares y amigos. Luego de su cremación sus cenizas serían arrojadas a la Cordillera del Viento, más precisamente a los pies del Donuyo, donde Alberto dejó expresamente escrito, por medio de su abogado, que esa era su última voluntad.
La modesta capilla pintada de un pulcro blanco inmaculado, tenía dos filas de bancos de madera oscura y una cruz del mismo material como único ornamento del altar, pero como todo aquí en Aguas Calientes, el adorno que embellece cada ambiente de este lugar venía del exterior, porque por una parte del techo, que era vidriado, se podía apreciar la cordillera en todo su magnificencia.
El ataúd cerrado estaba frente al altar, y sobre él había una delicada corona de flores de montaña exquisitamente dispuesta en degrade de los colores del arco iris.
Marcos, que tenía a Curipan abrazada por los hombros, la condujo hacia al primer banco de la capilla, que seguramente estaba destinado a los familiares más cercanos. No había visto a Daniel desde la noche anterior, di una mirada alrededor para cerciorarme que no estuviera por algún lugar de la capilla hablando con algun conocido, pero nada. No estaba allí.
Nos acomodamos en el primer banco de madera de la fila de la derecha y Curipan lo hizo del lado del pasillo central, quedando casi pegada al ataúd.
Vi como la vieja Mapuche perdía su mirada en el y fue en ese preciso momento en que realmente tomé conciencia de su dolor, pero también sabía que un amor como el de ellos no moriría jamás.
Observé su figura reducida en sus pensamientos, en su perdida y me hubiera gustado en ese momento saber aquella oración Mapuche para aliviar su dolor.
La descubrí mirándome a los ojos, como si hubiese escuchado mis pensamientos y me dedicó una triste pero cálida sonrisa que me arrancó esas lágrimas que trataba de contener desde que había entrado a este lugar.
Marcos que estaba sentado entre las dos, nos tomó de las manos y terminó con ese misterioso diálogo mental, de los que todos en esta familia tenían el privilegio de ejercer.
Marcos miró mi rostro emocionado y pasó con ternura un dedo por mi mejilla barriendo con mis lágrimas.
– ¿Estás bien?–Preguntó con suavidad, mientras por mi lado no pude dejar de sorprenderme una vez mas. Que en un momento como este que él se preocupara más por mi estado de ánimo que por el suyo me dejaba sin aliento. Pero lo mire y le respondí con una sonrisa, no era extraña su forma de actuar. Aunque también pensé en lo que quedaría de él cuando le confesara la verdad y eso hizo que perdiera la vista en el mismo suelo, en donde se fue volando mi aliento y mi alma de solo pensar en lo que iba a suceder.
–Estoy todo lo bien que puedo estar–Respondí sin poder mirarlo a los ojos, pero de todas maneras él no estaba mirándome, su mirada se había ido hacia la fila de bancos de la izquierda en donde inconscientemente la mía fue también en esa dirección.
Daniel había llegado, vestido completamente de negro, con unos anteojos de sol que no se había quitado aun estando dentro de la capilla, que daba toda la impresión que eran para ocultar su rostro. Se detuvo por unos instantes para contemplar el ataúd en donde estaba su padre e hizo un gesto de dolor que a pesar de querer contenerlo, no pudo evitarlo. Me contuve, mi cuerpo magnetizado por el suyo quiso ir a consolarlo, pero con todas mis fuerzas me quede ahí sentada temblando.
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La decisión
Romance¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...