Capítulo 47

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Extendió su mano invitándome a subir a su moto y de un salto, impulsada por el tirón que me dio, subí detrás de él y me abracé con fuerza a su cuerpo, rodeándolo por su cintura.

La oscuridad a nuestro alrededor era absoluta, y el silencio de la noche solo era interrumpido por el rugido del motor de la moto de Daniel. Lentamente cruzamos el claro y poco después tomamos el camino, pero cuando llegamos al punto donde tendríamos que virar para costear el río, que eventualmente nos llevaría hacia Aguas Calientes, lo hizo hacia el lado contrarío internándose en un camino que nos conducía más en la montaña.

No pregunté nada, confiaba en él, estaba totalmente entregada y perdida y tan solo me abracé con más fuerza a su cuerpo, apoyando mi rostro en su espalda sintiendo su calor. Como única respuesta apretó con inquietud mis manos que tenía soldadas a su estómago.

La negrura y las sombras que nos rodeaban a medida que avanzábamos eran cada vez más espesas, ni siquiera la luna era capaz de darnos un poco de su reflejo y de su luz, porque los árboles al costado del camino no lo dejaban pasar. Pero era totalmente consciente que Daniel sabía lo que hacía y por primera vez traté de relajarme y de no pensar.

Los minutos pasaban, el camino parecía sinuoso, no lo sabía con exactitud, pero sí podía sentir que íbamos en ascenso.

De pronto la marcha lentamente fue disminuyendo, hasta que la moto se detuvo por completo. Sin que me lo pidiera descendí y me quedé en el mismo lugar tratando de adivinar en donde estábamos.

Sentí la brisa fresca que traspasaba mi cuerpo y rodeé mi figura tratando de recuperar el calor que el cuerpo de Daniel me había proporcionado. Lo vi descender de su moto y luego me pidió que lo esperara, para verlo desaparecer hacia la oscuridad que nos rodeaba.

Estaba parada en la mitad de la nada, pero luego, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad distinguí una estructura, algo indefinido, pero que decididamente podía diferenciarse del resto de todo lo que me envolvía.

Escuché un sonido metálico, quizás una cerradura abriéndose, no lo pude distinguir con exactitud, pero después de eso una luz, un destello tenue y dorado salió por una puerta a la que lentamente me acerqué.

Me arrimé a lo que me pareció era una pequeña cabaña. Constituida por un solo ambiente y construida totalmente de madera. Todavía se podía sentir ese aroma tan peculiar al aserrín y al perfume almizclado que parecían poseer las maderas de los árboles de este lugar. Me detuve en el umbral de entrada y desde allí, hacia la izquierda observé una cama pegada al ventanal cubierta con una piel de oveja. Una chimenea, confeccionada en piedras como las que se podían encontrar a orillas del río, confeccionada con un diseño exquisito, y por lo que podía apreciar todo estaba a medio construir. Hacia el extremo opuesto había un armario, o era lo que parecía a simple vista, en realidad en su interior se ubicaba una cocina y una diminuta pileta y a un lado del armario había una puerta, lo que supuse sería el cuarto de baño.

Todo era rústico, antiguo pero nuevo a la vez y sin lugar a dudas, nadie lo habitaba.

Daniel había encendido una lámpara de gas, la que había colocado cerca del armario en donde estaba la cocina, y luego tomó una más pequeña, la que encendió y colocó encima de la chimenea.

Pude ver su rostro perturbado, serio y contraído por primera vez y totalmente consciente de que lo estaba observando, se acercó a donde yo estaba para dedicarme la más cálida, pero también la más atormentada de las miradas. Podía ver en su rostro esos sentimientos encontrados que luchaban en él, su amor por su hermano y su amor por mí.

–Nunca había escuchado de este lugar–Dije mientras me acercaba a él.

–Eso es porque nadie sabe que existe.

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