Capítulo 49

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Hacía dos días que había regresado a Buenos Aires y desde que había llegado lo único que había podido hacer fue sentarme en el sillón de mi sala a pensar en todo lo que había ocurrido.

Las imágenes corrían por mi mente a una velocidad indescriptible, tan claras, tan vividas, que algunas de ellas hasta me hacían temblar, y mi cuerpo que ya había comenzado a cobrar esa carga amarga y dolorosa, acusaba un agotamiento total.

Siempre tuve la certeza de que era una mujer fuerte y tenaz, me creía a salvo de todo... tenía la certeza que estaba a salvo de todo...

El viaje hacia Aguas Calientes, el encuentro de Marcos y Daniel, el funeral, el rostro de Sonia descompuesto por el dolor, el odio en la mirada de Marcos, imágenes feroces, deplorables, algo que nunca iba a poder olvidar. Sería como un recordatorio de lo egoísta y cobarde que había sido, algo de lo que no podría recuperarme jamás. Y es ahí donde mi fortaleza y mi tenacidad se desvanecían de mi cuerpo como agua entre mis dedos.

Pero a pesar de todo mi dolor, mis lágrimas y mis sentimientos más oscuros, todo se iluminaba cuando pensaba en Daniel. Su amor y su calidez eran una luz de esperanza en un rincón de mi alma, entibiándome, contrarrestando ese sabor amargo, esa sensación fría y cruda que me paralizaba de solo pensar en mi traición. Aunque desde mi regreso me preguntaba si todo eso alcanzaría para borrar todo lo malo que había en mí.

Con todas mi fuerzas quería creer que sí.

Toda mi vida lo había estado buscando hasta que lo encontré. No fue casualidad o un capricho del destino, lo podía sentir cada vez que me miraba o me acariciaba, en cada palabra que pronunciaba, en cada gesto que expresaba lo que sentía. Estaba hecho para mí, como yo lo estaba para él. Daniel me completaba, me fortalecía, me hacía ser una mujer intrépida, como nunca creí serlo y débil a la vez, porque era incapaz de resistirme a él.

Aún en la soledad y en la frialdad de mi departamento podía sentir su calor, sus labios, su piel cubriendo la mía para proporcionarme placer. No me lo podía sacar de mi cabeza, no podía respirar cada vez que pensaba en todo lo que le hacía a mi cuerpo y como mi cuerpo respondía. No era difícil pensar que él, solo él había encontrado la forma de activar ese mágico mecanismo que me convertía en esa clase de mujer que era solo para él.

Esa era otra razón más para amarlo hasta lo imposible.

Eso me daba fuerzas, las suficientes para lo que tenía que hacer.

Al día siguiente, y sabiendo que ya no podía dilatar más la situación, decidí ir a la casa de mis padres. Salí de mi casa y caminé hasta la avenida en donde tomé un colectivo que me dejaría a pocas cuadras. Era sábado, aún era temprano, pero sabía que ellos ya estarían levantados.

Me detuve en la puerta de la enorme casona y con un suspiro profundo tomé impulso para afrontar lo que sabía sería unas de las pruebas, unas de las tantas que tendría que afrontar.

Tenía la sensación que mi visita duraría poco y no me había equivocado.

La expresión de mis padres al verme fue de preocupación. No tuvo que pasar mucho tiempo para que supieran que algo malo me había sucedido. Sus miradas contemplando mi rostro lo decían todo.

Los tranquilicé adelantándoles que estaba bien, pero que había algo importante que tenía que contarles.

Los tres sentados alrededor de la mesa de la cocina me trajo a mi memoria viejas épocas en las que nuestras charlas se alargaban después de la cena contándonos las novedades del día o simplemente la confianza de saber que tendrían la solución para algún problema que pudiera tener.

La decisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora