Capítulo 38

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El regreso a Aguas Calientes fue más difícil de lo que había imaginado. Subidos al avión, sumergidos en nuestros propios pensamientos, que solo eran interrumpidos por nuestro dialogo que se había limitado a tomarnos de las manos, o mirarnos como único contacto al faltarnos las palabras. Cada uno se refugiaba en su propio dolor. 

La voz de la aeromoza rompiendo nuestro mutismo, nos anunciaba que dentro de pocos minutos estaríamos aterrizando en Chos Malal. Fue en ese momento en que nos habíamos percatado de que el viaje estaba por concluir.

Un estridente silencio se había hecho presente en nuestros corazones, nos envolvía de una manera protectora, acallando nuestra pena. Era nuestra manera de digerir este dolor. Creí que al subir al avión, después de apresurarnos a conseguir el primer vuelo que saliera para nuestro destino, ahí, solo en ese momento pudimos darnos cuenta de lo que estaba sucediendo.

Solo el contacto suave de nuestra piel, o una breve pero profunda mirada, que de tanto en tanto perdía en la suya para darle fuerzas y para recordarle que estaba allí, era la única manera que tenía de demostrarle cuanto lo sentía.

Esperaba que la última visita hubiera bastado, esperaba que el último viaje a Aguas Calientes hubiera servido para que Marcos y Alberto reconciliaran su pasado, rogaba que sus largas conversaciones telefónicas desde Buenos Aires después de nuestra partida hubieran logrado que los dos encontraran la paz que durante tanto tiempo estuvieron buscando.

Pero era muy difícil pensar en todo esto ahora. El dolor de la perdida enmudecía cualquier palabra que se pudiera pronunciar, el dolor paralizaba cualquier intento de consuelo que se pretendiera hacer. Es por eso que me interné en el más reservado de los silencios, aunque de todas maneras estaba atenta a todos sus gestos, a todas sus miradas que de vez en cuando acusaban un brillo atormentado que me hablaba de algún recuerdo, algún momento vivido con su padre.

Comprendía que su duelo podría ser distinto a lo que sentían los demás.

Los diferentes sucesos a lo largo de su vida, los desencuentros, el abandono, la separación, luego el silencio impuesto solo para no causar más pena y dolor, eran una combinación, que llegado este momento era muy difícil de sobrellevar.

Pero sin temor a equivocarme, creía que Marcos, a pesar de todo lo vivido, podía mirar su vida ahora desde otro punto de vista. No creía que el dolor que podía ver en su mirada tendría que ver con su pasado exactamente, más bien era por todo el tiempo perdido que ya no podía recuperar.

Afortunadamente pudo concretar su sueño hacía unos meses y hacerlo realidad. Ver a su padre después de tanto tiempo reconfortó su alma opacada por tanta mentira y tanto desengaño.

Aunque todavía no me quedaba del todo claro si eso había sido suficiente.

Desembarcamos cerca del mediodía y como Marcos había previsto, un auto de alquiler nos estaba esperando en el aeródromo de Chos Malal. El recorrido hacia Aguas Calientes se hizo eterno, pero deduje que era porque me había llevado demasiado tiempo reconocer el paisaje a mi alrededor.

A pesar de que había retenido este lugar en mi memoria, prácticamente resulto ser nuevo para mí.

Todo era claro y verde a nuestro paso. El cielo limpio y despejado permitía distinguir el horizonte, para dejarme ver La Cordillera del Viento en todo su esplendor. A medida que íbamos acercándonos a la villa podía descubrir aquellos detalles que el frío, la nieve y la neblina tan característicos de estas tierras, me habían impedido ver. La vegetación también había cambiado, la paleta de colores había reemplazado drásticamente sus marrones terrosos por una inmensidad de tonos verdes, desde los más claros hasta los infinitamente más oscuros.

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