Capítulo 50

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Había entrado millones de veces a ese lugar, y todas esas veces había visto a mi padre del otro lado del escritorio con su rostro hundido en una pila de expedientes o hablando por teléfono mientras yo aprovechaba a husmear en sus papeles para interiorizarme en el caso en el que estaba trabajando, porque si se llevaba trabajo a casa era porque el caso era importante.

Y él me permitía hacerlo, hasta muchas veces respondía mis preguntas, cosa que sabía que no le gustaba demasiado porque los detalles de las pericias y aún las investigaciones que realizaban en su estudio muchas veces estaban cargadas de elementos de los que por el momento el pretendía mantenernos alejadas.

Pero siempre tenía tiempo para escucharnos. Esperaba con paciencia lo que tuviéramos que pedirle y luego con postura de juez, que no podía evitar, emitía su veredicto. Un veredicto que siempre era favorable y que nos beneficiaba sobremanera porque sabíamos que no nos podía negar nada, y por supuesto nos valíamos de eso.

Pero aun así nos gustaba tener su aprobación, para alguna decisión, alguna salida o algún consejo que llegáramos a necesitar.

Pero esta vez que era distinto.

Entré sin avisar, corrí la pesada puerta de madera que se deslizó sin dificultad permitiéndome pasar y luego cerré con cuidado.

La luz del exterior entraba por la ventana haciendo que el ambiente resplandeciera. Todo estaba en su sitio y como lo recordaba, porque hacía mucho que no entraba a su estudio. No había tantos papeles y expedientes sobre el escritorio como solía haber y mi padre no estaba ocupado como siempre lo había visto.

Sentado detrás de su mesa de trabajo miraba hacia el ventanal que daba al jardín, su mirada se encontraba perdida entre los maravillosos colores de las flores de mi madre. Cuando me escuchó miró hacia la puerta y sus ojos que eran iguales a los míos se cruzaron en un mar de sentimientos encontrados. Pero no estaba sorprendido de verme allí, me estaba esperando. No fue la sonrisa habitual la que me recibió, sino un gesto de su rostro acompañado de su mano que me invitaba a sentarme. Si bien sabía que no iba a darme un sermón, ni me iba martirizar con ningún tipo de charla moral sobre lo que había ocurrido, tampoco esperaba su indulgencia, ni siquiera que mirara hacia el otro lado haciéndola vista gorda.

Pero algo tenía absolutamente seguro, mi padre siempre estaba dispuesto a escuchar.

Cruzó sus manos sobre el escritorio e inclinó su cuerpo hacia adelante en clara señal de tener todos sus sentidos en lo que tenía que decir. A pesar de que lo había visto hacer esto miles de veces con los clientes que pasaban por su estudio, la sensación de ser la que expusiera un caso era muy rara. Se trataba de mi vida y como tal estaba decidida a afrontarla, como con su mirada que chocó con la mía en una expresión que creí era inescrutable.

– ¿Estás enojado papá?–Pregunté decidida porque sabía que lo mejor con él era andar sin ningún tipo de rodeos.

–No... No lo estoy–Respondió moviendo levemente sus manos–Estoy... decepcionado.

– ¡Dios mío!–Dije sacando el aire de mis pulmones sin dejar nada en ellos–Eso es peor. Muchas veces te vi enojado y siempre pude manejarlo... pero decepción... no puedo con eso.

–Tal vez la culpa sea solo mía, ante mi ojos nunca vi en vos otra cosa que no sea perfección–Y fue en ese momento que un brillo particular destelló en su mirada.

–Lamento decirte que estoy muy lejos de serlo y nunca aspiré a eso–Dije totalmente desalentada. 

–Tal vez ahora no lo entiendas, pero cuando tengas un hijo sabrás de lo que hablo. Tus expectativas y tus sueños ya no te pertenecen, son de la persona a la que le diste la vida–Replicó con firmeza y mirándome a los ojos para que no me quedara ninguna duda de que así era.

La decisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora