El trayecto fue muy difícil por varias razones. No conocía la ruta, estaba nevando más de lo que había esperado, y mi ansiedad y mi locura que no eran poca cosa. Lo único que tenía presente y recordaba con precisión, era que esta misma ruta me conduciría directo a Andacollo. No me importaba cuanto tiempo me llevara, cuantos kilómetros tendría que recorrer, porque tenía la plena seguridad que allí estaría Daniel.
Pasé por las afueras de un pueblo llamado Varvaco, y luego pasé por otro, Las Ovejas, sabiendo que en este punto faltaba muy poco para mi destino. Mi corazón estaba tan acelerado como la camioneta, que cuando encontraba una parte segura del camino aligeraba mi marcha para llegar lo antes posible.
En un tramo de la ruta advertí como la camioneta se deslizaba en la nieve y lamenté no haber recordado ponerle cadena a las ruedas, pero con alivio, más adelante en el camino, pude ver las luces que me indicaban que Andacollo estaba cerca.
Cuando entré a la ciudad me pareció extremadamente grande comparándola con Aguas Calientes y fue ahí cuando me percate de un pequeño detalle. No tenía ni la menor idea de dónde podía estar la casa de Daniel. Recorrí las calles silenciosas del pueblo una y otra vez, hasta por momentos temí perderme ya que la nieve había convertido todo en un laberinto blanco inmaculado. Llegué a un cruce y miré el final de esa calle que terminaba al pie de una montaña detrás de la ciudad.
Seguí ese camino y a medida que me iba acercando, erguida en una colina, pude ver una cabaña con su chimenea humeante y con una baranda cubriendo su entrada, muy parecida a la de la casa de Alberto en Aguas Calientes.
Detuve la camioneta y la apagué, y aun así seguía sintiendo un fuerte ruido, pero no era el motor, era mi corazón, que estaba completamente agitado en mi pecho.
Ya no tenía dudas de que esta era la casa de Daniel, porque cuando subí las escaleras vi su Jeep estacionado en el garaje.
Llegué a la puerta de entrada y golpeé con los nudillos con suavidad. No obtuve más que silencio que hizo más difícil la espera. Volví a golpear con más fuerza y... nada.
En un impulso carente de todo sentido moví el picaporte y la puerta se abrió, sin sentido porque no me hubiera imaginado nunca la puerta sin llave. Pero con una sonrisa pensé que no estábamos en Buenos Aires.
Entré, la cerré detrás de mí para encontrarme en una pequeña recepción cubierta por una rustica alfombra de colores vivos. El ambiente era cálido y no solo por su mobiliario, había una chimenea encendida justo en la pared contraria por donde yo había ingresado. Una música suave me envolvió por completo, esa que escuchaba en mi casa cuando quería relajarme y descansar. Norah Jones interpretaba con la dulzura de su voz unas de mis canciones favoritas. "Come away with me". Que esta noche la letra de ese tema cobraba más sentido que nunca para mí.
Me acerqué al equipo y deje que la melodía me envolviera con su calidez, entonces escuché un ruido a mis espaldas.
Giré con suavidad y pude ver a Daniel del otro lado de un ventanal en el extremo opuesto de la habitación. Nuestras miradas se encontraron y el gesto que pude advertir en su rostro fue de rendición. Supe en ese mismo instante que lo único que había pretendido era alejarme de él. Pero con lo que no había contado fue con mi decisión y mi locura, y con lo que ya no podía negar... lo que sentía por él.
Entró deslizando unas de las dos puertas ventanas y se acercó a mí con lentitud hasta quedar frente a mí. Tomó un mechón de mis cabellos, como había hecho esa mañana en el taller y lo acarició mirándolo para luego suspirar. No estaba segura, pero me dio la sensación de que quería ver si era real.
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La decisión
Romance¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...