Daniel
Habían pasado dos meses.Todavía tenía grabada en mi retina la fría expresión de mi hermano. Aún después de que habían pasado tantos días, seguía sintiendo su mirada glacial, que no podía olvidar. me hubiera matado solo con esa mirada.
¿Acaso podría culparlo?
Yo lo hubiera hecho. Sin dudas hubiera cometido una locura, sin dudas hubiera movido cielo y tierra hasta hacerlos desaparecer de este mundo, de esta vida y de las vidas que pudieran venir sin siquiera dudarlo.
No podría soportarlo.
No comprendía su forma de amarla.
Solo puedo comprender la mía, lo que siento, mi amor que no pude evitar a pesar de saber que me condenaría para siempre.
Aún después de que todo había terminado, aún después de que todo había salido a la luz, seguía sintiendo ese sabor agridulce en mi interior.
Dulce al recordar su piel, su ternura, su aliento sobre el mío agitada por la pasión y el deseo, recordar cada mínimo detalle de su rostro hasta hacerme entrar en desesperación, como había hecho todos esos meses en que estuvimos separados. Día a día, hora tras hora, mis pensamientos trascendían más allá de mí. Aún cerraba mis ojos y su imagen revoloteaba sobre mi alma, mi cuerpo, deseándola de una manera atormentada. Nunca había deseado tanto a una mujer. Mi cuerpo no obedecía mis órdenes cuando pensaba en ella. Sofía era la clase de mujer que había sido hecha para mí. Era mía.
Y que Dios me perdonara.
Sabía que estábamos juntos en esto, y que no había fuerza suficiente en este mundo para destruir lo que sentíamos, podía sentirlo en mi corazón. Pero también sabía que era difícil la prueba que teníamos que pasar.
Esa es la parte amarga, agria, tan ácida que corroía hasta los huesos. Mi hermano.
Sabía Dios que no quise lastimarlo. Sabía Dios que jamás tuve la intención de hacer nada en contra de mi propia sangre.
Pero esa noche cuando salí de mi cuarto y la vi por primera vez, todo lo que creí ser, cambió para siempre.
Había sido una noche maravillosa. Había compartido una cena en la estancia de los Sosa, una familia amiga tan tradicional como la mía en Aguas Calientes. Había estado trabajando en la espléndida casa que los Sosa tenían cerca de la cordillera. La restauración completa de todas la aberturas de su residencia la venía postergando desde hacía un tiempo por estar ocupado en mi trabajo y mis viajes a Bariloche, en donde había empezado a desarrollar mi propio negocio.
Pero no podía dejar de hacerlo, y cuando tuve un hueco en mi agenda me dediqué de lleno a trabajar en la restauración de las puertas y ventanas que hacía años habían sido construidas por mi padre. Es por eso que doña Juana Sosa me pidió restaurarlas, no cambiarlas, a lo que no pude negarme.
Los Sosa fueron amigos de mi familia desde que recordaba, Julio y Armando, los hijos de Don Mateo y doña Juana, fueron nuestros entrañables amigos de la infancia. Con ellos compartimos la escuela, los juegos, los campamentos en la montaña, los baños en el río, hasta la misa de los domingos en la capilla. En realidad no era que permanecíamos sentados escuchando atentamente al cura ofrecer el servicio dominical, sino que aprovechábamos la distracción de nuestros padres para poder cometer alguna travesura, que a pesar de terminar en reto o en algún que otro tirón de oreja, nunca nos arrepentimos de nada.
Fue un verdadero placer trabajar en su casa y compartir con ellos tardes entre mates y pan casero o bollos de manteca, que doña Juana intentaba hacerme cada día para llenar mi estómago, que según ella decía estaba pegado a mis huesos.
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La decisión
Romance¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...