Capítulo 62

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No sabía si me había quedado dormida, ni cuánto tiempo había pasado. Pero seguía arrebujada sobre la piel acariciada por el calor de la leña en la chimenea que seguía largando sus lenguas de fuego. El viento afuera golpeaba contra las paredes de la cabaña y la nieve parecía que no iba a dejar de caer nunca. pero llegado este punto ya no importaba.

Un sonido, algo lejano, me pareció escuchar entre el murmullo del viento. Pero luego desapareció. Me quedé en silencio, pero nada.

El viento seguía golpeando contra la cabaña en un intento de querer derribarla, pero era eso, solo un intento.

Otro sonido indefinido llegó hasta mí, y esta vez decidí que no era el viento. Pero luego el silencio nuevamente. 

No tenía miedo, pero estaba alerta. Y estaba segura que todo sonido era provocado por el paso del viento por la cabaña. Pero segundos después pude oír unos pasos que creí que eran en la escalera exterior y eso sí que no los había imaginado. De inmediato desde aquí pude sentir el suave retumbar de los pasos en la madera de la galería.

Mi corazón comenzaba a palpitar con tanta fuerza, que casi me dolía.

El picaporte giró y la puerta se abrió, y una figura alta y vestida con ropa de nieve íntegramente de negro ingresó al interior de la cabaña, giró dando la espalda para poder cerrar la puerta empujada por la acción del viento.

Me quedé sin aliento. Mi corazón pareció detenerse, a pesar de que lo escuchaba retumbar en mi pecho. No tuve que adivinar de quién se trataba.

Lentamente Daniel giró para enfrentarme, y deslizando la capucha de su campera para atrás me dejó ver su hermoso rostro.

¡Dios mío!, podrían pasar cincuenta años más y seguiría siendo el hombre más hermoso de esta tierra. Sin embargo su expresión denotaba una gran tristeza, igual que su mirada.

La cabaña de pronto se empequeñeció, su presencia a pesar de todo seguía siendo imponente, difícil de que mi cuerpo y mis sentidos pudieran ignorarlos.

Que Dios se apiadara de mí, porque a medida que a él lo veía más inmenso, yo más me empequeñecía.

Nuestras miradas se encontraron desde el mismo segundo en que giró para enfrentarme y tuve que hacer mucho esfuerzo para recordar que lo amaba con locura, pero también que ya había decidido desterrarlo de mi vida y de mi corazón para poder seguir viviendo.

Claro, era muy fácil decirlo, porque teniéndolo parado frente a mí, mirándome de esa manera casi me era imposible respirar.

Tomé impulso y me levanté de la piel de oveja todavía con las hojas de papel sobre mi pecho.

Separó por unos segundos sus ojos de los míos para reconocer las hojas que él mismo había dejado para que yo las encontrara e inmediatamente bajó su mirada hacia el suelo.

–Sofía–Pronunció mi nombre en un susurro. Luego me miró nuevamente con sus ojos cargados de emoción mientras negaba con su cabeza sin poder pronunciar una palabra.

Pero no era momento de silencios y tampoco haría caso al temblor de mi cuerpo que me estaba impulsando para correr a sus brazos.

–Daniel–Dije a modo de saludo–No creo que hayas llegado en mejor momento. Estoy un poco confundida–Dije sonriendo sin siquiera sentirlo, hablándole como si lo hubiera visto ayer. Levanté los papeles y los mostré en clara señal de que era eso lo que me tenía confundida–Por un lado me obsequias esta cabaña y expresas en estas hojas los sentimientos más dulces e increíbles que nunca nadie me había expresado jamás... pero por otro lado un día desapareciste de mi vida, no contestaste mis llamadas, no le diste importancia a los intentos que hice para acercarme a vos, que fueron muchos y lo sabes –Lo acusé– Solo quiero saber ¿Por qué?

La decisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora