Daniel
Había pasado toda la noche tratando de olvidar el color de sus cabellos y fue en vano, no pude. Decenas de veces a lo largo de la noche y a medida de que el efecto del alcohol iba desapareciendo de mi sangre, me había sentado en mi cama y me tuve que contener para no ir a buscarla, para cerciorarme de que todo había sido maquinado por mi imaginación.
Pero al amanecer, cuando la noche de a poco fue desapareciendo, no pude dominar ese impulso inmoral que estaba devorándome por dentro, y fui hacia su habitación.
No sabía qué clase de locura se había apoderado de mí, pero sin siquiera dudarlo cruce el pasillo y me detuve ante su puerta, para abrirla luego lentamente, y entrar como si ella no estuviera allí.
Pero estaba. Mi corazón casi se retuerce en mi pecho cuando la vi. Me acerqué a la cama sin hacer el menor ruido y contemplé su rostro tranquilo y suave contenido por su profundo sueño. Sus cabellos, esos que no me podía quitar de mi cabeza, estaban enmarañados y caían sobre su rostro enmarcando su expresión serena.
"Es un sueño... es hermosa" Pensé.
Pude ver la exquisita redondez de sus senos debajo de su fina musculosa, dejando muy poco expuesto para mi imaginación. Imaginé como sería tenerlos dentro de mi boca, imaginé lamiendo esos hermosos pezones hasta hacerla gritar de placer.
Su respiración sosegada, que solo era interrumpido por algún gemido salido más bien de su pecho que de su garganta, agotó mi fortaleza. Mi respiración se había acelerado, sacudí mi cabeza para poder así sacar de raíz los pensamientos que empezaban apoderarse de mí y retrocedí sobre mis pasos hasta que estuve de vuelta en mi habitación.
Tenía que irme de Aguas Calientes, antes de que fuera demasiado tarde. Más lo pensaba, más estaba seguro de que tenía que alejarme de ella.
Era una total y completa locura.
Aprovecharía estas horas tempranas de la mañana para terminar con algunos trabajos pendientes en el taller y me iría a Andacollo sin dudarlo. No me acercaría a ella y me obligué a jurar que cumpliría mi promesa.
Pero a medida que iba pasando la mañana y aún después de haber terminado todo lo que tenía que hacer, seguía clavado allí, sin poder moverme. No era capaz de reaccionar ante la imagen de su rostro dormido y suave, su cuerpo que presentía que podría derretirse en mis manos.
¡Por favor Dios mío! ¡Ayudame!
Algo distinto, salvaje e irracional estaba brotando dentro de mí, no sabía ni donde estaba parado, casi no podía respirar y por un momento supuse que el hecho que sea la mujer de mi hermano sería un motivo más que suficiente para condenar mis pensamientos.
Pero cuando Sofía entró al taller, todas mis conjeturas se fueron a la misma mierda. Ya no me quería ir, y ya no podía soportar este dolor en mi cuerpo por desearla tanto.
Ya no era un sueño, ni nada de lo que pretendía poner de pretexto para alejarme de ella servía, me di cuenta que de nada valdría luchar contra mí mismo porque teniéndola parada frente a mí supe de inmediato que la quería, quería que fuese mía. Al menos por una vez.
La deseaba, ya había tomado la decisión, no me iría como me había obligado a mí mismo.
¡Oh si... la deseaba!... ¡A la mierda con todo!
Pero a medida que me iba acercando a ella podía alcanzar a percibir con total claridad que no solo deseaba su cuerpo. Había algo más en ella que hacía que todo mí ser, que mi alma y todo lo que era se pusieran en un estado de resolución total. Por primera vez en mucho tiempo tenerla así tan cerca de mí, me hacía pensar en lo que quería, en lo que estaba buscando mi corazón, en ser egoísta y por primera vez en mi vida solo concentrarme en mí y en lo que me hacía sentir.
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La decisión
Romance¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...