No había estado en mis planes quedarme unos días más, pero de todas maneras no había tenido muchas chances de hacer lo contrario. Luciano estaba más feliz de lo que había sido en toda su vida y eso se debía a la presencia de Daniel, hecho que me hacía sentir enteramente culpable.
Pasaban todo el día juntos, se iban de excursión casi todas las mañanas que el clima lo permitía y aparecían bien entrada la tarde. Otras veces pasaban horas en el taller, desde donde escuchaba la sierra, sus voces y risas desde la cocina.
No me invitaban a reunirme con ellos, y yo tampoco quería hacerlo. Sabía que Daniel necesitaba este tiempo para conocer a Luciano, aunque cabía la posibilidad de que no fuera su hijo.
Solo los veía algunas veces en el almuerzo y en la cena, que era la culminación de otro día excitante para mi hijo, cargada de historias y de anécdotas de lo vivido durante todo el día.
¡Cuánto deseaba que Daniel fuera su padre!
Desde la ventana de mi cuarto veía como Daniel, Luciano y Tony se revolcaban sobre el campo nevado, jugando a una batalla de bolas de nieve que mí hijo parecía disfrutar, porque desde aquí podía escuchar su risa y sus gritos de alegría.
Todo podría haber sido perfecto... pero no lo era. Se lo había dicho a Daniel, no valía la pena sufrir por algo que no se puede tener, y yo bien lo sabía.
Curipan había desaparecido esa misma mañana, antes de que regresáramos de la cabaña. Su excusa, según me había informado Tony, eran unos trámites impostergables que debía realizar en Andacollo, pero yo sabía la verdad. ¡Vieja bruja y además cobarde!
Si bien durante esos días no habíamos vuelto a hablar con Daniel, más que dos o tres palabras de cosas sin importancia, tampoco podía notar enojo en su mirada. Tenía las expresiones de su rostro veladas para mí, solo parecía existir para Luciano.
Aunque algunas veces lo descubría mirándome con ese brillo tan especial, y de inmediato lo cambiaba por uno frío y muchas veces desconcertante, porque tampoco hizo algún intento de tocarme y mucho menos de ir a mi habitación que estaba a tan solo pocos pasos de la suya.
Eso en cierta forma me tranquilizaba, pero mi cuerpo no lo entendía, lo deseaba y cada vez con mayor intensidad. Lo que me hizo pensar que lo mejor sería volver a Buenos Aires.
La mañana siguiente, después de haber tomado la determinación de decirle que me iría pronto de Aguas Calientes, había amanecido gris y la nieve parecía que venía cayendo desde hacía muchas horas.
La casa estaba en silencio, solo el ruido de la inconfundible sierra me avisó que estaban en el taller.
Cuando entré, la imagen que tuve delante de mis ojos hizo darle un vuelco a mi corazón. Daniel estaba lijando una madera y Luciano subido a una tarima para quedar más alto, hacía lo mismo imitando los movimientos de Daniel. Con sus protectores puestos miraron hacia mí y fue en ese momento en que pensé en que nada cambiaría que Daniel fuera su padre, de todas maneras no había esperanza para mí.
No quise entrometerme entre ellos, me quedé fuera de lo que se había forjado entre los dos, como había hecho todos estos días.
– ¡Hola mami!–Saludó Lu.
–Hola mi amor–Respondí con una sonrisa, para ver como venía a mi encuentro. Lo abracé con fuerza y aspiré su perfume personal mezclado con el aroma a madera tan especial para mí– ¿Qué estás haciendo?–Pregunté mientras veía como Daniel también se acercaba sacándose los protectores de su rostro.
–Dany me está enseñando a lijar la madera– Dijo hablando como si fuera todo un experto y como siempre salió disparado por su impaciencia para continuar lo que estaba haciendo.
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La decisión
Romansa¿Es posible amar a dos hombres al mismo tiempo? Sofía nunca lo hubiera creído. Marcos Aguada, el hombre del cual estaba perdidamente enamorada, le había hecho dos proposiciones, una de casamiento y la otra, hacer un viaje a su pueblo natal al sur de...