Cap. 17:

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Luego de esa “conversación” con aquellas chicas, mi alegría se desvaneció en el aire. ¿A quién engañaba? Ellas tenían razón… Volvimos a caminar por el parque, mientras que Daniel continuaba hablando animadamente. Y yo solo quería irme a casa y quedarme todo el día acostada en la cama, y al parecer él noto mi cambio de humor.

            –Alexa, ¿qué sucede? –mire al suelo, y seguí caminando como si no lo hubiera escuchado– ¿No tendrá que ver con lo que dijeron esas chicas no? Porque para que lo sepas, ellas no tienen razón en nada de lo que dijeron. Tú eres asombrosa.

            –Basta, ¿quieres? No me conoces lo suficiente, solo llevas una semana conociéndome y todavía pareces no querer aceptar la verdad, cuando todos lo aceptan apenas me ven.

            – ¿Y cuál se supone que es esa “verdad”?

            –Que soy un asco de persona…

            –Me tienes cansado con eso… –me sorprendí cuando él se puso frente a mí y tomo mis rostro entre sus manos. Pero mi sorpresa fue aún mayor cuando él me beso.

Estaba por caer en ese “mundo de color rosa”, cuando todas esas palabras hirientes llegaron a mí profiriéndome golpes y pinchazos en todo mi cuerpo. Recordé a Susan, a mis padres, a los chicos de los pasillos del colegio, a estas tres chicas, a todos los que se quedaban susurrando y mirándome como bicho raro en la calle y a mí misma.

“Esa chica es realmente rara”, apreté los ojos con fuerza…

“…era un maldito asco. Una gorda sin remedio.”, me aguante las lagrimas…

“…yo solo quería morirme…”, levante mis brazos…

“… a ella no le importaba saber si yo estaba en casa o no.”, tome los brazos de Daniel…

“Si me conocieras mejor no querrías ser mi amigo…”, y me esforcé por alejarlo…

“…maldita cerda…”, no funcionaba…

“…mis padres estaban destinados a morir desde mi nacimiento…”, eleve mis manos hasta su pecho…

“…de seguro te metiste en su cama.”, lo empuje con fuerza…

“¡Tú eres una maldita zorra!”, evite su mirada…

“…Eres solo un puto parasito…”, lo esquive y comencé a correr…

“…espero que llegues a matarte con tu maldita enfermedad.”, no tenía a donde ir, más que a la casa de Daniel…

“…Mi nacimiento es una maldición…”, llegué y entre…

“…Al parecer tus gustos van por obesas…”, entre al baño…

Todas esas palabras, todo ese dolor, todo se transformaba en asco hacia lo que yo era… y solo me sentía un poco mejor cuando vomitaba, cuando estaba a un paso más cerca de mi muerte…

Me arrodille frente al inodoro y metí mis dedos en mi boca con fuerza, sentí como ese liquido acido subía por mi garganta, y todo salió… de repente mi vista se nublo, venia todo negro pero no llegue a desmallarme. Recupere mi visión en segundos y cuando miro hacia la puerta para ir hacia mi habitación, algo me deja petrificada. Él estaba ahí, viendo todo, de seguro me habría seguido del parque.

Mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas, no sé por qué, pero me sentía impotente y no quería que él me viera de aquella manera. Trate de levantarme para huir hacia mi habitación pero mis rodillas me fallaron y casi caigo de cara al suelo, si no hubiera sido porque Daniel me sostuvo. Él me cargo en sus brazos, trate de soltarme en vano.

Daniel fue hasta el sillón en donde se sentó, y me dejo sentada encima de sus piernas. Me abrazo, y eso fue lo último antes de que me largara a llorar descontrolada. Me tomo un largo rato tranquilizarme, al menos unos 15 minutos llorando, pero al fin me quede sin lagrimas.

Seguía sentada sobre sus piernas, con mi cabeza apoyada sobre su hombro. Lo siguiente salió de mi, como queriendo escapar sin que pudiera controlarlo. Aunque con lo débil que me sentía, no había mucho que pudiera hacer por detenerlo.

            –Ya sabes toda la historia de mis padres, y de cómo llegue a vivir con mi tía, el por qué de su odio, pero nunca te conté de mí. –Suspire– Luego de que mi padre falleciera, estuve prácticamente sola haciendo todo por mi cuenta ya que mi tía no se quería hacer totalmente cargo de mi. Así, poco a poco, todo lo que ella me decía me fue afectando y comprendí la verdad de sus palabras. Tenía 14 años cuando encontré la manera de matarme lentamente porque, una pistola te mata en un segundo y casi sin sentir nada y eso no es lo que yo me merezco. Y luego el vomitar comenzó a tener otro sentido para mí, la gente me rechazaba y en ese entonces no sabía por qué pero cuando me vi al espejo aquella tarde y descubrí el asqueroso cuerpo que tenía, entendí que esto me ayudaría a verme mejor para los demás. Un año más tarde comencé a cortarme, pero lo deje cuando la única profesora que se interesaba por mi comenzó a notar las cicatrices en mi muñeca. Pero hace unos días volví a hacerlo… No es tan malo como parece, de hecho me hace sentir mejor ya que el dolor superficial me hace olvidar el dolor emocional…

No tenía nada más que decir, así que lo mire. Y lo que vi me rompió el corazón, unas lágrimas caían por sus bonitos ojos. Con mi mano limpie los rastros de agua que habían dejado las gotitas.

            –Por eso no quiero que seas mi amigo, no quiero lastimarte, no quiero que sufras. Yo siempre termino arruinando todo…

Él suspiro, paso una mano por su cabello y luego miro mi buzo. Acerco sus manos temblorosas al borde de mi abrigo y lo levanto un poco, dejando al descubierto todo mi abdomen. Enseguida aparto la mirada y dejo caer los bordes del buzo. Se tomo unos segundos antes de hablar y antes de volver a mirarme.

            –Esto que te estás haciendo… Yo solo quiero verte bien, y sonreír… –volvió a apartar la mirada durante unos segundos– Te prometo que yo estaré para ti, incluso cuando tu no me quieras cerca.

De una manera u otraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora