Capítulo 21.

226 24 6
                                    

Una oleada de angustia recorrió mi sistema a la vez qué, inconscientemente, una mueca de disgusto volvió a surcar mi rostro. Sentí un codazo en mí costado. Sabía que había sido Ingrid, quien había estado aguantando mis continuas muecas debido a no haber podido salir en busca de Castiel. Mis padres también se habían percatado de aquello, pero solo creían que era porque no me había gustado la comida, también habían acertado en ello, aunque no fuera que no me gustara si no que se me había cerrado el estómago.

Durante toda la comida me quedé viendo a los padres del castaño, estos ya se habían marchado hacía cinco minutos, con lágrimas en los ojos. Al menos la madre. Parecía buena mujer, muy cariñosa, a pesar de no conocerla no veía conveniente la manera en que Castiel la trataba. Aunque estaba claro que había algo detrás de todo aquello, aún más sabiendo que no son sus padres biológicos.

Mis padres eran bastante abiertos de mente para cualquier nueva experiencia, pero esto no iba a tolerarlo. Cuando un hijo trataba mal a unos padres, sin saber el motivo, ellos se cerraban en banda y no había manera de explicarles nada.

Por eso supe en ese momento, que si yo iba en busca de aquel chico, ellos no me lo perdonarían, y sobretodo, jamás lo aceptarían.

—Si habéis acabado podemos irnos. Ese niño me ha puesto de malhumor —sugirió mi madre, con la voz ácida mirando hacía la puerta por donde había desaparecido Castiel hacía una hora o más.

Mi corazón sufrió un vuelco retorcido, otra mueca surcó mi rostro, esta vez de molestia.

—Mamá quizás hay algo por lo que haya reaccionado de esa forma —dije, las palabras corrieron antes que mis pensamientos y me mordí la lengua por ello. A pesar de ser demasiado tarde.

Los ojos grises de mi madre se clavaron en mí, casi penetrando mi interior. Una sonrisa nerviosa pintó mis labios.

—¿Qué? —preguntó haciéndose la tonta, agaché la cabeza.

—Nada —contesté con la voz baja.

Escuché un suspiro antes de que las sillas comenzaran a moverse, al igual que Ingrid a mí lado. Todos se levantaron y yo los imité. Mi padre pagó la cuenta que había sido excesivamente cara para solo cuatro personas. Todos subimos a nuestras respectivas habitaciones para descansar un buen rato, aunque yo no quería descansar, solo quería verlo a él y eso en ese mismo momento iba a ser imposible.

Mientras subía las escaleras tuve la necesidad de cruzarme con él por el camino, pensaba que quizás él se dirigía a algún lado y se chocaría conmigo como la primera vez que nos vimos. Aquella maldita sonrisa blanquecina y aquellos ojos color verde intenso me dejaron una marca en mí interior de la que jamás podré liberarme.

Llegamos a las habitaciones conjuntas. Ingrid, al igual que yo, también había estado todo el rato sumida en sus pensamientos. Debía dejar de preocuparme por todo el mundo o acabaría volviéndome loca por completo.

Al estar frente a la puerta, mi padre entró en su habitación y mi madre se excusó diciendo que iría a tomar el sol un rato para despejarse. Mi amiga me miró con el rostro expectante indicándome que entrara a la habitación con ella, pero no lo hice.

—Estaré con mi padre un rato —le dije.

Esta asintió y se acercó a mí para darme un abrazo. La sorpresa en mí fue notable mientras me estrechaba en sus brazos. En el mismo momento en que me apretó contra ella supe que esto no era un abrazo de amigas, ella estaba intentando consolarme...

Sentí su respiración contra mi oreja, mi cuerpo estaba tenso a pesar de que aquella muestra de amor por su parte hubiese logrado calmarme. Elevé mis brazos hasta poder rodear su cintura y esconder mi rostro en el hueco entre su hombro y cuello.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora