Capítulo 43.

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CASTIEL.

Mi mirada estaba clavada hacia donde Maddie acababa de ser llevada por su madre. Mis puños se cerraban y se abrían y mi respiración estaba completamente atascada en la rabia que sentía. Apreté la mandíbula con tanta fuerza que creí que se me partiría en dos, pasé mi mano por mi rostro caliente y suspiré. Esto tenía que ser una puta broma. Que alguien me dijese donde estaba la cámara porque estaba a punto de cargarme a quien pasase por mi lado.

Me cago en mi puta vida.

Yo entendía que era su madre y que Maddie era menor de edad, pero no por eso tenía que tratarla así. ¿Acaso yo tenía la culpa? No debí dejar que durmiera fuera, yo sabía que esto ocurriría. Lo sabía, pero pensé que quizás tendría suerte.

La suerte nunca ha estado de mi lado.

Su madre me odiaba. Eso estaba más que claro. Me tenía un asco que no me podía ni ver. ¿Por qué? No tengo ni puta idea, pero esta movida ya me empezaba a tocar los cojones. Ni que yo le hubiese hecho algo...

La gente que andaba tranquilamente por la calle ya me empezaban a mirar de forma rara, creo que mi expresión no era la más normal y tampoco creo que lo fuera el tiempo que llevaba parado en el mismo lugar, que estoy seguro de que no había sido poco.

Dándome por vencido, resoplé y saqué mi móvil de mi bolsillo. Tenía varias llamadas perdidas de los chicos y algunas de Victoria, incluso tenía de la amiga de la nena. Pero esta última intenté ignorarla, para empezar porque no sé de donde cojones había sacado mi número y, para terminar, porque estaba seguro de qué se trataba del tema ya solucionado, entre comillas.

Marqué un número y me puse el teléfono en la oreja mientras este hacía llamada.

¿Sí? —habló desde el otro lado con su típica voz dulce, me rasqué la nuca sintiendo una presión en el pecho.

—Victoria —dije solamente para que supiera quien era.

¿Zombie? —Sonreí sin poder evitarlo al escuchar aquel mote que me puso cuando éramos niños, joder, quería a esta chica como mi jodida hermana.

—¿Desayunamos algo? Necesito verte —propuse, sé que solamente con decir eso ya iba a saber de antemano que había ocurrido algo. Me conocía mejor que nadie.

¿Dónde? —preguntó directamente.

—En la cafetería del hotel. Baja ya, te estoy esperando —dicho esto, colgué sin más.

Me guardé el teléfono de nuevo en el bolsillo trasero de mi pantalón y mis ojos se cruzaron de nuevo por la entrada del hotel frente a mí. Moví mi cabeza sin querer pensar más en ello a pesar de estar caminando en dirección a esta. Crucé la recepción ignorando a la dichosa recepcionista que siempre tenía una sonrisa en la boca, falsa, y luego me metí directamente en la cafetería del hotel.

Al instante de empujar la puerta y entrar en el lugar, todo el bullicio de gente me puso los nervios a flor de piel, los sonidos de los platos, los cubiertos siendo chocados entre ellos, las personas masticando como auténticos cerdos. Se suponía que esto era un hotel de alto lujo, pero la gente rica se iba a los restaurantes caros, y las cafeterías, aun estando muy bien preparadas, las dejaban para la gente que no se podía permitir estos lujos más de una vez.

Observé todo a mi alrededor y encontré varias mesas vacías, pero una de ellas fue la que más llamó mi atención ya que estaba más apartada de las demás. Sin dudarlo, caminé hacía esa.

Me senté en la silla y me quedé mirando por el ventanal que estaba a mi lado, la playa era hermosa y las vistas aún más. Pero en estos momentos nada me parecía más bonito que la chica de mis sueños y el no poder tenerla delante de mí me jodía a más no poder.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora