Capítulo 27.

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Hundí mis manos en su cuero cabelludo, tirando con fuerza de sus hebras al no poder soportar el placer que me proporcionaban sus besos en mi cuello. Jadeé consiguiendo que él me escuchara y soltara una leve carcajada divertida mordiendo con más fuerza mi cuello mientras se restregaba contra mí. Mis ojos permanecían cerrados y mi mente estaba completamente ida, jamás había sentido tanto placer con la ropa puesta. Elevé mi cabeza apoyándola sobre la almohada sintiendo una contradictoria sensación en mis músculos tensos y a la vez relajados. Mis piernas rodeaban su cintura con fuerza como si temiera que se marchara.

Su boca no se estaba quieta, se empeñaba en sacar lo peor de mí, aquel lado del que no estaba cien por cien segura de dejar que él viera. Sus labios subieron hasta mí oído dejando un camino de besos por la piel recorrida, mordió levemente el lóbulo de mi oreja y otro gemido suave escapó de mi garganta.

—Mírame, Maddi —me susurró con la voz ronca y oscura, sumergida en excitación.

No muy segura, abrí mis ojos poco a poco clavándolo en los suyos. Un brillo oscuro llamó mi atención, su rostro detonaba una profunda excitación que conseguía contagiarme.

Nos encontrábamos tumbados en la cama de su habitación; era la primera vez que había entrado en su habitación y aunque en un principio no estaba segura de entrar, su constancia me convenció. No era muy diferente a las demás, es más, era casi idéntica a la mía. Había una cama de matrimonio en el centro, era una cama enorme y para él solo. El escritorio, el armario, el baño, casi todo estaba en el mismo lugar que en mi habitación, solo que los muebles eran distintos.

Uno de sus brazos permanecía extendido y apoyado en el colchón a un lado de mi cabeza, mientras que el otro subía desde mi cintura hasta mi cuello, para luego acariciar mi mejilla. Con su rodilla abrió aún más mis piernas y se posicionó entre medio de ellas, haciendo que él soltara un gruñido de placer sin apartar sus ojos de los míos. La vista de él, en ropa interior y encima de mí soltando gruñidos de placer hizo que mi pecho se hinchara de un sentimiento indescifrable y desconocido.

—Eres lo más bonito que he visto en todo el puto planeta —declaró mirando cada una de mis facciones como si viera algo único y que jamás hubiera tenido.

Tragué saliva ante su declaración sintiéndome muy inestable, mi cordura dependía de un hilo muy finito que ya no sabía si seguía ahí. Lo miré directamente a los ojos, profundizando nuestras miradas.

Se acercó lentamente a mí hasta que nuestros se rozaron, pero sin besarme. Cerré mis ojos dejándome llevar por el sinfín de emociones encontradas. Llevé mi mano hasta su mandíbula y la deslicé por su piel, sintiendo los pinchacitos de su barba que a penas de notaba.

Volví a fijar mis ojos en los suyos y con solo una mirada, pegamos nuestros labios de golpe, devorándonos el uno al otro. Arañé su espalda mientras él se dejaba caer inconscientemente sobre mí, presionándose contra su cuerpo.

—Te adoro —le susurré en mitad del beso.

Noté su sorpresa a través de sus labios, que rebajaron la velocidad levemente. Negándome a dejar que su mente fuera atormentada tal cual lo era la mía, agarré su nuca clavando mis uñas en su piel y profundice aún más en el beso, haciendo intromisión de mi lengua en su interior.

Sentía mucha calor a pesar de encontrarme en ropa interior, lo único que me cubría era una camiseta corta blanca de él, pero esta me quedaba casi por las rodilla aunque en la posición en la que nos encontrábamos se había enrollado en mi cintura, dejándose ver mis bragas burdeos.

Sin previo aviso, hice fuerza en mis movimiento hasta conseguir voltearlo en la cama; quedando yo sentada sobre su regazo. Al contrario de mí, él no llevaba ninguna camiseta, solamente se encontraba en calzoncillos negros. Por lo qué al quedar sentada sobre él y al haber tan pocas telas de por medio, ambos soltamos un gemido.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora