Un perfecto verano © (Completa, en edición)

Capítulo 44.

—Ya te he dicho que no puedes venir —dije por enésima vez con el teléfono pegado a la oreja, mi voz sonaba temblorosa, enronquecida y débil, pero luego de haberme pasado horas y horas llorando no me extrañaba. Mis manos sudaban y tenía que apretar mi móvil más de lo debido para que no se me resbalara por estas y cayera al suelo.

Mis ojos estaban clavados en los azulejos del baño y mi mente viajaba de un lado a otro, pensativa, dudosa y temerosa. Tenía miedo, estaba asustada a más no poder. ¿Qué debía hacer? Sentía que estaba viajaban en el limbo y mis pies estaban apoyados en una cuerda muy fina que me impedía caer, pero el problema es qué la sujetaban mi madre y Castiel, dos personas que me harían caer tarde o temprano. Que irónico que justo esas dos personas fueran las que más quería en el mundo.

—Te necesito, Maddie —me dijo y su tono de voz torturado me hizo reprimir un sollozo, me dolía el alma tener que escucharlo así y no poder ir a abrazarlo y decirle cuanto lo amaba y cuanto me estaba haciendo de sufrir que mi propia madre no me dejara verlo.

Sé que Castiel nunca se revelaría contra mi madre, pero solo por mí, por respetarme y por no hacerme más daño. Sin embargo, en el fondo de mi ser, deseaba que lo hiciera, deseaba que me sacara de aquí cuanto antes, que rompiera las reglas de mi madre y que me ayudara a ser libre de una vez por todas.

—Mi madre ha instalado cámaras en la habitación —comenté, conforme esas palabras salían de mi boca me daba cuenta de lo absurdas que sonaban.

¿Cómo podía haber instalado cámaras en una habitación de hotel? Pues lo había hecho, y yo misma lo podía verificar luego de haberlas visto en las esquinas del techo.

—Y una mierda, ¿eso se puede hacer? —preguntó con incredulidad. Lo entendía, lo entendía perfectamente, entendía su sorpresa y coraje al igual que él la mía. Esto nos sobrepasaba.

—Al parecer sí.

Estaba sentada en la tapa del váter mirando al infinito. Parecía idiota en ese lugar hablando por teléfono, pero era el único sitio donde las cámaras no me captarían. Gracias a Dios a mi madre no se le había ocurrido ponerlas en el baño también. Pasé una mano por mi frente y peiné con mis dedos las hebras de mi cabello rubio, echándolo hacía un lado.

Solté un suspiro tembloroso y entrecortado. 

—¿Y qué haremos ahora? —me preguntó entonces.

Me quedé en silencio.

Yo no podía ir en contra de mi madre, por el simple hecho de qué era mi madre. Me había cuidado siempre, me había dado todo lo que había podido y más, yo no podía hacerla sentir mal. Suficiente tormento tenía ella ya, como para preocuparlo yo también. Además, me daba miedo que por todo esto volviera a darle un ataque de pánico como la otra vez. El solo hecho de pensarlo me producía una enorme ansiedad.

¿Valía la pena arriesgarme? ¿Arriesgarlo todo? ¿Y sí Castiel se alejaba de mí cuando acabase el verano? ¿Y sí una vez que tuviera que volver a casa él me daba la espalda? ¿Habrá valido la pena revelarme contra mi madre para que al fin y al cabo me deje apartada de su vida?

—Quizás lo mejor será que le haga caso a mi madre —dije con la voz baja, casi inaudible, pero sé que me había escuchado.

Casi pude oír como su respiración se atascaba y se hacía más irregular. Podía jurar sentir su angustia a través de la línea y ver sus músculos tensos mientras se sentaba en alguna parte para no perder el equilibrio de su cuerpo por lo que acababa de decir.

—¿A qué te refieres? ¿Estás hablando de dejarlo? —preguntó acelerado, desprendiendo miedo en el tono de su voz.

Me puse la mano en la boca tapándomela para intentar no echarme a llorar aquí mismo, me dolía el alma por estar diciendo esto. Me dolía la vida tener la respuesta a esa última pregunta que con tanto temor me había preguntado.