Un tacto suave acarició mi piel y un cosquilleo se extendió por toda la zona en señal de que mis músculos estaban despertando. Mi cuerpo se sentía muy, pero que muy, cansado. No tenía fuerzas y el agotamiento era inmenso.
Conforme pasaban los minutos fui siendo más consciente de mí misma, de mis pensamientos y de mi cuerpo. Pero la confusión de no saber dónde me encontraba no tardó en aparecer. No podía moverme, estaba paralizada y ni siquiera podía hacer ningún gesto con la cara para indicarle a alguien que estaba despierta, aunque no lo pareciera.
Las caricias seguían siendo repartidas por el dorso de mi mano, pero no tenía ni idea de quien se trataba. Podía escuchar un pitido de alguna máquina, unos murmullos lejanos y los latidos de mi corazón retumbando en mi oído.
Estaba sumamente nerviosa, no sabía que me estaba pasando. Solo en ese momento fui consciente del dolor proveniente de mi cabeza, no sabía con exactitud la zona adolorida pero sé que los zumbidos que esta me proporcionaba eran casi insoportables. Algo estaba enrollado en mi cuello impidiéndome moverme menos de lo que podía.
Mi garganta estaba muy seca y adolorida, no podía siquiera tragar saliva sin que sintiera un fuerte pinchazo que me hiciera contraerme por completo. Tomé fuerzas y alargué un suave y casi inaudible gemido, esperando que alguien lo hubiera escuchado.
—¿Madison? —Una voz se hizo presente a mi lado y las caricias se detuvieron.
La satisfacción llenó todo mi interior y casi sentí ganas de sonreír, pero cuando mis comisuras fueron a elevarse levemente tuve que detenerme ya que un dolor se instaló en todas las zonas de mi rostro. Sin permitirme mover ni un músculo.
Como respuesta volví a soltar el mismo gemido, logrando llamar la atención de quien fuera que estuviera a mi lado. Porque tampoco podía reconocer las voces.
—Mi vida, soy yo. Papá... —habló con la voz ahogada.
Lentamente, pero con toda la rapidez que me permitieron mis músculos, comencé a abrir los ojos. La visión de mi padre frente a mí me hizo sentir unas emociones muy contradictorias en mi interior; felicidad porque estuviera aquí conmigo, pero tristeza por creer por un momento que se trataba de mi papá...
No iba negar que me sentía disgustada. Sonaba muy triste, pero el haber creído que sería la última vez que estaría en el mundo y saber que me encontraría con mi padre en el cielo, me hizo sentir bien. Cualquiera que me escuchara pensaría que estoy loca, o que seguramente tenía una grave depresión.
¿Cómo puede ser que solo en el momento en que pensé que iba a morir, sentí que realmente estaba viviendo? ¿Realmente me estaba volviendo loca?
Claramente muy cuerda no estaba.
Lo echaba mucho de menos y eso mismo era lo que me había llevado incontables veces a rogar que me llevaran con él.
—Mi pequeña... —me susurró con lágrimas en los ojos, acercándose a mí y acariciando mi mejilla.
Lo miré con lástima y arrepentimiento, no por haber querido morir si no por saber que lo había hecho sentir tan mal. Me sentía culpable por haberle causado tanto daño a una persona que ama a mi madre y que intentaba que yo lo quisiera como una hija. Él solo quería lo mejor para mí, y no que olvidara a mí verdadero padre, si no que supiera convivir con su pérdida.
—¿Quién te ha hecho esto? —me preguntó, y solo en ese momento las imágenes de todo lo ocurrido vinieron a mi mente.
Los pitidos de la maquina a mi costado comenzaron a hacerse más y más ensordecedores, y no fue hasta que respiré hondo, que me di cuenta de la ansiedad que apretaba cada uno de mis músculos golpeados y adoloridos.
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Un perfecto verano © (Completa, en edición)
Jugendliteratur¡AVISO! - YA PODÉIS VER EL BOOKTRAILER EN EL PRÓLOGO. Cuando me dieron la noticia de pasar un verano en el hotel de playa más lujoso de todo el país, lo único que se me pasó por la cabeza fue... Divertirme como hacía mucho que no lo hacía. Viajaría...