Unos niños pataleaban y hacían un berrinche por culpa de su madre que les había quitado un juguete al parecer demasiado preciado para ellos. Suspiré con agotamiento, sí, los niños me agotaban.
—¿Madison Page? —preguntó una mujer pelirroja vestida de enfermera con una libreta en su mano derecha mientras buscaba con la mirada a la chica protagonista del nombre que acababa de nombrar.
Tomé una inspiración profunda antes de decidirme, obligada, a levantarme. La mano de mi madre que hasta unos segundos había estado apretando la mía, ahora la dejo en total libertad motivándome a afirmarle a aquella mujer que yo era la nombrada.
A duras penas me dirigí hacía ella, bajo la mirada impotente de mi madre.
No quería hacer esto y me sentía terriblemente mal por hacerlo, se supone que una va al psicólogo cuando tienes problemas mentales y quieres ser curada, pero yo ni tenía problemas mentales ni quería ser curada.
La sala olía a hospital y ese solo hecho ya me había puesto los pelos de punta. No me gustaban los hospitales, los odiaba por hacerme recordar momentos difíciles de mi vida y que hasta día de hoy seguían siéndolo; solo que ya no lo eran en el hospital, ahora lo eran en mis sueños.
La mujer me sonrío falsamente al verme. Podía ver las enormes bolsas bajo sus ojos fruto del cansancio y me preguntaba cuántas horas llevaría esta mujer sin dormir. Si yo estuviera en su lugar actuaria de igual manera ya que no hay cosa que me ponga de peor mal humor que no dormir aunque últimamente aquello se me dificultara.
—Su madre puede entrar con usted, si desea —me comentó, me volví hacia mi madre que ahora leía una revista con las piernas cruzadas.
No me convencía invitar a mi madre a que escuchara mis problemas, puesto que me volvería más cerrada y no por no confiar en ella sino porque no creo que a nadie le guste preocupar a una madre con sus problemas.
—No, entraré sola —contesté girándome hacía la mujer, sus ojos marrones observaron los míos y asintió.
Sé que después de todo se lo contarían a ella, puesto que era menor de edad y mi madre estaba en su derecho de saber los problemas mentales de su hija. Solo deseaba dar con un buen médico que no contara mis cosas fuera de nosotros dos.
—Bien, acompáñeme —me indicó y empezó a andar hacia una puerta.
La abrió y un largo pasillo con paredes pintadas de color blanco entró en mi campo de visión. ¿Esto era un centro de psicología o un manicomio?
Mientras andábamos por el pasillo que no parecía acabar nunca empecé a leer los cartelitos en cada puerta con la que me cruzaba. Nombres. Había nombres escritos por todas partes y un estremecimiento me recorrió el cuerpo.
Volví mi vista al frente encontrándome con la doctora parada frente a una puerta, la imite viendo como me abría la puerta para mí.
Respiré hondo y restregué las palmas de mis manos sudadas contra mis muslos intentando relajar la ansiedad que me comía viva. Después de zarandearme el pelo hacía un lado entré.
Había un doctor de unos cincuenta años de pelo canoso y gafas, sentado tras un escritorio enorme y lleno de papeles y fichas estresantes. Escuché la puerta cerrarse tras de mí.
—Buenas tardes, soy el doctor James —se presentó tendiendo su mano hacía mí.
Dude. Dude bastante. Mucho diría yo. Pero finalmente la estreché cuando él estaba a punto de apartarla dándose por vencido, así que mi gesto lo tomó un poco por sorpresa pero una leve sonrisa se pintó en sus labios.
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Un perfecto verano © (Completa, en edición)
Dla nastolatków¡AVISO! - YA PODÉIS VER EL BOOKTRAILER EN EL PRÓLOGO. Cuando me dieron la noticia de pasar un verano en el hotel de playa más lujoso de todo el país, lo único que se me pasó por la cabeza fue... Divertirme como hacía mucho que no lo hacía. Viajaría...