Llevábamos media hora de camino, media hora en la que el ambiente era el más cómodo que podría haber. Nuestras charlas se basaban en chistes malos, temas graciosos y cotilleos, y no podía estar más contenta con eso.
De vez en cuando lo observaba de reojo y me quedaba embobada en sus facciones varoniles y a la misma vez infantiles, de sus ojos verdes observadores, cautelosos y experimentados, de su cuerpo experto y de las diminutas, casi imperceptibles, pecas en el puente de su nariz, aunque más visibles ahora por la claridad que entraba dentro del coche.
Castiel era un chico precioso y tenía una belleza única e inigualable.
—Sé que estoy bueno, nena, pero no hace falta que me comas con los ojos de una manera tan evidente —me dijo burlándose de cómo me había quedado prendada de él. Moví la cabeza despertándome de mi pequeño y mágico trance.
Lo fulminé con mis ojos azules, a lo que él rio con más ganas, pero volvió a girar sus ojos en dirección a la carretera frente a nosotros y yo seguí observándolo sin importarme lo que me dijera.
Tenía una de sus manos sobre el volante, agarrándolo y manejándolo a la perfección y con total agilidad. Su otra mano la tenía descansado sobre mi muslo desnudo. Al principio el roce tan pausado sobre mi piel me había hecho temblar y sufrir descargas eléctricas que me recorrían por completo, pero al final acabé acostumbrándome y ahora luego de un rato era lo más cómodo que podía sentir.
—No me has dicho dónde vamos —dije al caer en cuenta de ese hecho.
No me miró. Hizo una mueca y pude ver un atisbo de sonrisa en sus comisuras. Esperé pacientemente a que contestara, realmente quería saberlo.
Luego de unos minutos de silencio me miró por el rabillo del ojo y al darse cuenta de que seguía esperando su respuesta, alargó un suspiro con alguna especie de risa de por medio.
—Mi gente tiene mucho dinero por las empresas tan importantes en las que llevan esforzándose toda su vida, pero el que empezó en todo ese mundo fue mi abuelo —me contó sin mirarme, atento a la carretera de delante. Lo escuché con interés, cualquier cosa que me contaba de su vida me causaba una intriga inmensa y ganas de saberlo todo y más—. Él tiene una mansión que más bien parece un castillo a las afueras de la ciudad, en el cuál me ha dicho millones de veces de que cuando quiera ir, solo o acompañado, seré bienvenido —continuó ahora mirándome por un efímero segundo, me dio un ligero apretón en la pierna—. Está entre el bosque y creí que lo mejor sería alejarnos de tanta playa por unos días —dijo mirándome haciendo una mueca como pidiendo mi opinión.
Le sonreí feliz y emocionada por lo que me acababa de decir. Sentí un cosquilleo en el estómago y como se me apretujaba de nervios buenos. Tenía muchas ganas de pasar unos días alejada de la playa y sobretodo con Castiel, con mi Castiel.
—Me parece una idea fantástica —dije con una sonrisa de oreja a oreja.
Pareció más que satisfecho con mi respuesta y creí ver como su pecho se deshinchaba, como si hubiera estado aguantando la respiración. No me gustaba que tuviera miedo sobre que decir o no conmigo, a mí me gustaba que fuera él mismo, sin rodeos.
—Está a dos horas de la playa, así que ya solo nos queda una hora y media —comentó acercándose con cuidado a mí, mirando continuamente al frente por si algún coche daba un frenazo o por si se cruzaba alguien en el camino. Llevé mis manos a su mejilla y dejé un corto beso sobre sus labios, al que él me contestó con una sonrisa volviendo a alejarse y reanudar su tarea.
No podía borrar la sonrisa de mi cara.
—¿Está sonando tú móvil? —preguntó entonces.

ESTÁS LEYENDO
Un perfecto verano © (Completa, en edición)
Teen Fiction¡AVISO! - YA PODÉIS VER EL BOOKTRAILER EN EL PRÓLOGO. Cuando me dieron la noticia de pasar un verano en el hotel de playa más lujoso de todo el país, lo único que se me pasó por la cabeza fue... Divertirme como hacía mucho que no lo hacía. Viajaría...