Capítulo 38.

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Introduje de nuevo la cuchara dentro del envase de gelatina. El color verde era extraño, pero estaba bueno. De todas maneras, no me iban a dar otra cosa aquí, aunque lo pidiese. El televisor encendido se escuchaba de fondo y lo agradecía, porque si no el silencio entre Castiel, sentado a mi lado, y yo sería muy incómodo.

Mientras me llevaba la cuchara a los labios y degustaba de nuevo el sabor dulce de la gelatina, lo miré de reojo.

Estaba muy guapo hoy.

Rectifico, siempre lo estaba.

Su pelo seguía húmedo luego de haberse dado una ducha en el pequeño baño que había en la habitación del hospital que me habían asignado. Se había puesto los vaqueros negros y la camiseta blanca corta que había ido a buscar al hotel el día anterior. Podía ver las gotas de agua cayendo por su espalda ancha y musculosa, consiguiendo humedecer la tela que lo cubría.

Ay por Dios.

Sus ojos, que hasta ahora habían permanecidos pegados a la pantalla del televisor donde estaban echando una película de superhéroes, se alejaron de esta por un segundo y se clavaron en los míos.

Automáticamente aparté la mirada de él, lo más rápido que pude. Pero creo que había sido demasiado tarde. Sentí como su mirada seguía clavada en mi perfil, mientras volvía a meterme una cucharada de gelatina en la boca.

Unos segundos después, que se me hicieron eternos, sus ojos se apartaron de mí y pude notar como volvía a enfocar toda su atención en la película, solo que esta vez con una sonrisa en los labios.

Suspirando e intentando que mis mejillas no se sonrojaran, yo también presté atención a la película.

Mis padres habían decidido irse de nuevo al hotel para asearse y quitarse las malas vibras que había aquí dentro. Me habían dicho que su camino sería rápido y que no tardarían en volver, bueno, eso lo había dicho mi madre mirando a Castiel cuando sabía que él iba a ser quien se quedara mientras a hacerme compañía.

No entendía a mi madre, Castiel no era un mal chico..., a ratos sí, pero no siempre. Sin embargo, ella lo mirara como si fuera lo más bajuno que hubiera podido encontrar del ser humano, cuando realmente no era así. Tenía defectos, sí, pero no todo el mundo es perfecto como ella quería pintarlo.

Pero, para mi pesar, solamente me quedaba aguantar sus comentarios y hacerle caso a mi padre cuando me decía que no la presionara. Mi madre podía ser una persona muy difícil cuando se lo planteaba, y eso mismo es lo que he heredado de ella.

—¿Quieres ver otra cosa? —me preguntó Castiel, haciendo que fijara mi atención en él.

Sus ojos verdes me atraparon por completo.

—No, no, tranquilo.

Asintió con la cabeza y volvió a dejar el mando sobre el apoyabrazos del sofá en el que estaba sentado. Dejé el envase de gelatina en la bandeja que había sobre la mesa a mi lado, donde estaban los demás platos que vacíos.

Ya no sabía ni porque seguía teniendo ese tono tan seco en mi voz cada vez que hablaba con él. Era como si en mi interior hubiera un inmenso rencor que nadie pudiera eliminar.

Él también se daba cuenta de ello.

Por otro lado, llevaba cuatro días ingresada; dos de ellos inconsciente y los otros dos despierta. Las heridas iban de a poco mejorando y podía sentir la satisfacción de ya no llevar el collarín en el cuello. Los hematomas eran bastante evidentes nada más mirarme, estaban en todas partes, pero el dolor dentro de mi cuerpo y mi cabeza ya no era tan insoportable, lo seguía sintiendo, pero podía manejarlo más o menos.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora