Catorce

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Solo dame una sonrisa,
Todavía sigo sin poder creerlo.
Todo esto parece un sueño.

-Butterfly.

Nota: Este capítulo tiene párrafos que han sido eliminados, si quieres leerlo por completo búscala en sweek.

01:20 am.

- No lo soporto más – se dijo el hombre sólo en una habitación que conocía a la perfección. La misma habitación que había sido testigo de tortuosas muertes llevadas a cabo por sus propias manos – ¿Por qué estás sonriendo? Estás roto, no sonrías.

Con la vista clavada en el piso, los recuerdos llegan a él volándole la cabeza como si fueran balas de escopeta.

- ¿Quieres volver a jugar? – preguntó el chico siete años mayor que él – Te prometo que ahora te dejaré ganar.

De repente puede oír la molesta voz de esa persona que causó tanto odio en su vida. Su cuerpo tambalea hacia adelante y hacia atrás con movimientos repetitivos y ambas manos tapando sus orejas.

- Para – pide golpeando su cabeza contra el piso – ¡Para!

- ¿Por qué te escondes? Acércate.

- ¡Cállate! – grita causado eco en todo el lugar – ¡Cállate!

La soledad se envuelve a su alrededor recordando las veces que rió con inocencia antes de ser dañado de la peor manera posible – Detente... ¡Detente!

Su grito desgarrador hace que le duela la garganta pudiendo sentir el familiar gusto metálico de la sangre que tanto le encantaba, pero ahora le producía nauseas.

De pronto puede ver a un niño pequeño de nueve años con un auto de juguete en su mano derecha. Ya no está en el sótano que había sido el lugar de tanta entretención para él, sino que en la casa de su infancia con juguetes tirados por el piso alfombrado y paredes decoradas por pegatinas.

El niño lanza un grito sollozante recostado boca abajo en su cama mientras alguien detrás le cubre la boca con una mano. La mano le ahoga y le impide emitir sonido alguno de ayuda.

Tiene miedo, tanto que su cuerpo tiembla sin poder controlarlo.

A los nueve años ese niño ya quería morir.

A los diez ninguna mano cubría su boca. A los diez lloraba en silencio mientras mordía su brazo hasta sangrar. Por años el sabor de la sangre fue su dulce más exquisito.

A los once, ese niño ya era un trastornado.

- Detente... – sollozó el hombre de vuelta en la fría habitación manchada por fluidos de todo tipo. Recuerdo de cada una de sus victimas – No puedo más...

Eres frágil.

- Soy fuerte...

Estás dañado.

- No lo estoy...

Estás demente.

- No lo estoy...

Estás demente.

- No lo estoy...

Estás demente.

- No...

Estás demente.

07:00 am.

Jimin era más sueño que persona, pero no podía sentarse a hacer el vago frente a la caja registradora porque le habían dejado a cargo y debía enseñarle al nuevo mesero como funcionaban las cosas en la cafetería.

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