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Se tambaleó en medio del callejón fuera del club y cayó de espaldas contra la pared, no pudo evitar deslizarse hasta el piso y quedarse sobre los trozos de basura y demás desperdicios. Permaneció sentado, observando a la nada misma y presa de un estado de ebriedad severo.

Había consumido tanta droga que sus sentidos estaban distorsionados, pero ciertamente alertas, aunque el alcohol tampoco le estaba jugando una buena pasada. El dolor de la caída fue lo que menos le importó, porque a pesar de toda la inestabilidad de su cuerpo, pudo mantener bien sujetada una botella de vino barato en una de sus manos superiores. Se llevó la punta a la boca para seguir bebiendo y derramó el líquido rojo por fuera de las comisuras de sus labios, manchando con bebida sus ropas descuidadas. Quería beber hasta vomitar o hasta quedar inconsciente, lo que sucediera primero.

Las últimas noches se armó de valor para salir con el único objetivo de olvidar e inundar su cuerpo entre sustancias baratas y alcohol de segunda mano. Gastó todo su dinero en todas esas noches, porque escapar del hotel ya no era un problema.

Bajó la botella y tosió un poco, su cabeza dolía y empezó a reconocer las fuertes pulsaciones de su corazón. No sabía si era posible volver a tener una sobredosis, por eso ignoró las alertas que le brindaba su cuerpo ante los excesos. Estaba mareado, perdido, recordaba haber intimado con bastantes personas en el club, pero no recordaba si le habían pagado.

Ya no importaba. Ser usado ya daba igual.

Se rio un poco por lo patético que era, recordó la última bolsa de coca que llevaba entre su pecho y la quitó cuidadosamente. Se iba a colocar hasta que su cuerpo ya no pudiera más. No veía ninguna clase de problema en ese plan, todo tenía sentido en su mente de drogadicto alcohólico. Seguir consumiendo hasta olvidarse de su propio nombre era la mejor idea.

Las drogas son tan caras.

Murmuró riendo, bastante perdido de la realidad. Pero cuando rasgó la bolsa de polvo blanco y se dispuso a abrirla en totalidad, una mano abofeteó sus dedos y causó que todo el polvo se derramara sobre el piso.

Angel reaccionó y con su vista nublada y sin vida, observó al frente la figura de Alastor, arrodillado ante él y sonriendo con algo de curiosidad hacia su maltratado cuerpo. El ciervo lo seguía cada noche, desde lo lejos. Jamás detuvo sus accionares, pero ese día tuvo que intervenir porque notó que estaba rompiendo su límite. Sus pulsaciones eran aceleradas y estaba tan mal que no podía mantenerse en pie.

Pudo observar la secuencia que de seguro Angel ni siquiera podía recordar. Lo echaron del club entre dos hombres porque estaba consumiendo sin pagar y porque ya no tenía el control de su cuerpo. Estaba creando un alboroto y tuvieron que sacarlo de allí, arrojándolo fuera del bar como si fuera un perro.

Alastor se puso de pie y retrocedió cuando Angel marcó una mueca de dolor y se sostuvo el estómago, se arrojó a un lado y comenzó a vomitar con demasiada fuerza. Largó grandes cantidades de alcohol y bilis, hasta que su cuerpo se quedó sin energía y ya no podía hacer otra cosa más que temblar y sudar frío por el enorme esfuerzo físico que estaba haciendo. La araña se sintió algo aliviado por haber vomitado todo lo que le causaba dolor, pero no significaba que estaba bien en lo absoluto. Se recostó sobre el piso a un lado del vómito y permaneció allí, cerrando sus ojos y jadeando con fuerza para tratar de recobrar algo de fuerza. Su alrededor daba vueltas bruscamente y su visión se estaba volviendo borrosa, aunque sabía que desmayarse sería lo mínimo que le podía pasar en su estado.

Alastor colocó una mano en su propia cintura, arqueó una ceja ante esa pobre alma que no sabía cómo lidiar con el dolor de la pérdida. Al parecer, solo encontraba consuelo en las adicciones y en el libertinaje, aunque no le encontraba sentido a ninguna de las dos opciones.

Cinnamon's Radio [ RadioDust ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora